miércoles, agosto 13

Estrellas fugaces

Era complicado encontrar un claro en el Bosque Tras Las Montañas, pero afortunadamente, Mielle conocía el hogar de las dríades a la perfección. Los condujo a través de los gigantescos árboles, que se sucedían uno tras otro, con paso resuelto. Nadia miraba el denso follaje con impaciencia. Las hojas que techaban el bosque no parecían acabar nunca, y estaban tan estrechamente entrelazadas que era imposible entrever un retazo de cielo a través de ellas. Aldren le apretó suavemente la mano entre la suya y le dedicó una sonrisa. Pero Nadia se limitó a fruncir el entrecejo y a volverse hacia Mielle, con la boca abierta, lista para preguntar.

- No, Nadia, no queda mucho.- respondió ella, antes de que la muchacha preguntara.- Por favor, ten un poco de paciencia.
- Vale, vale.- repuso ella a regañadientes.

Continuaron caminando. Nadia tenía el impulso de correr, pero sabía que Mielle se enfadaría si lo hacía, por lo que tuvo que poner gran empeño en poner un pie delante del otro con lentitud. Detrás de ellos se escuchaban cuchicheos. Las dríades estaban despiertas y seguramente, algunas de ellas los seguían, curiosas. También Iluna, Eneise, Garue y Kinro debían de pisarles los talones. Los cuatro ninpou también querían ver la lluvia de estrellas.

Mielle levantó su brazo derecho y señaló un punto delante de ellos. Nadia entrecerró los ojos, buscando. Y vio que conforme avanzaban, la luz se iba haciendo más intensa. Las copas de los árboles estaban más dispersas y separadas entre sí, y pronto los troncos desaparecieron, dejando lugar a un amplio claro de hierba verde y húmeda, bañado por la débil luz de la luna menguante y el resplandor titilante de las miles de estrellas que punteaban el cielo aterciopelado.

- ¿Contenta?- le preguntó Mielle, alzando las cejas.
- Sí.- afirmó Nadia, asintiendo con entusiasmo.- Mucho.

Aldren se sentó en el suelo y tiró de la mano de Nadia. Ella se tumbó a su lado, y al instante Mielle los imitó, ocupando un lugar a la izquierda de la muchacha. Nadia extendió su mano libre y Mielle la aferró, sonriéndole. Suspiró de pura felicidad. Aquello era increíble. La hierba era espesa y mullida, el aire olía de forma deliciosa, a lluvia que se aproximaba. Sobre su cabeza, el cielo y las estrellas eran infinitos. Había tantas que no sabía donde mirar. El cielo de Nerume era lo más hermoso que había visto en su vida, nada comparado con el de su propio mundo, donde más de la mitad de las estrellas no eran visibles debido a la contaminación lumínica. Allí no había nada que impidiera a las estrellas brillar con toda su fuerza. Y a cada minuto, o menos, una estela incandescente cruzaba el firmamento. Nadia gritaba con emoción contenida, señalando a un sitio y a otro.

- Joder, esto es genial. Es la hostia.
- ¡Nadia!- exclamó Mielle, escandalizada por sus palabras.
- Coño, pero es que míralo, Mielle. Es...
- Es increíble. Maravilloso. Fascinante. Magnífico.- la ayudó Aldren, solícito.
- Apoteósico.- rió Nadia.

Ellos rieron también. Aldren se inclinó ligeramente sobre ella y le dio un suave beso en los labios, que Nadia le correspondió. Mielle carraspeó con toda intención.

- Si veis que molesto... me voy, ¿eh? Édrala está allí cerca. Puedo ir a hacerle compañía...
- No digas gilipolleces, Mielle.- repuso Nadia, dándole un abrazo.
- Tonterías, Nadia. En todo caso, estaría diciendo tonterías.- la corrigió ella.
- Lo que tú quieras, pero quédate.
- ¡Eh!- exclamó Aldren.- ¡He visto una enorme, allí!
- ¡Mierda, me la he perdido!- protestó Nadia.

Detrás de ella escuchó una risita. Se giró un momento y quedó un tanto sorprendida. En las ramas más altas de los árboles circundantes, las dríades observaban el cielo casi con reverencia. Había muchas, y todas tenían en sus hermosos y pícaros semblantes la misma expresión de adoración. También divisó a los ninpou. Eneise estaba refugiada en los brazos de Kinro e Iluna y Garue estaban muy cerca el uno del otro, con sus manos casi rozándose. También vio a Arsil y Alariem, sumidos en el silencio y sin apartar los ojos de la bóveda celeste. Aquella noche, las estrellas fugaces tenían mucho público.

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