viernes, julio 4

Hades

Aunque la luz me molestaba en los ojos, el brillo del sol crepuscular era algo que me gustaba contemplar cuando visitaba la superficie. Las hojas de los árboles proyectaban sombras moteadas sobre el suelo, cubierto por un manto de hierba que acallaba mis pasos. El bosque parecía mudo: no se oía el piar de ningún ave, no se veía a ningún animal oculto tras el follaje ni tampoco la respiración contenida de ningún ser vivo. Pero a pesar de no verlos ni oírlos, yo sabía que estaban allí, escondiéndose de mí. Podía percibir claramente el intenso fulgor de sus almas pequeñas y atemorizadas.
El resplandor rojizo de la puesta de sol hacía que los árboles parecieran bañados en cobre. Unos junto a otros, como torres sinuosas, creaban un hermoso patrón laberíntico en el que me invitaban a perderme. El astro solar, a lo lejos, pendía sobre el horizonte como un ardiente corazón vivo. Gasté el poco tiempo que me quedaba en verlo morir entre las nubes. Grabé aquella imagen en mi interior para que me diera calor cuando fuera el momento de regresar a mis oscuros y fríos dominios eternos.
Las ramas crujieron y de la copa de un roble descendió ella. La reconocí en cuanto la vi, a pesar de que era la primera vez que coincidíamos. Era tal y como se suponía que debía ser: hermosa, cálida, tentadora. Cualquier otro ser que hubiera osado interrumpir mi despedida hubiese despertado en mí la ira, pero al verla no pude más que rendirme, asombrado, a su belleza. Mirarla era aun más doloroso que mirar al sol, pero bebí la luz de sus ojos con avidez. Ella levantó la barbilla, desafiante, y entreabrió los labios para decir algo. Pero no dijo nada. Los cerró y apartó la vista para dirigirla hacia, donde segundos antes, sangraba el sol.
Aquel fue el ocaso más hermoso de toda mi existencia.

1 comentario:

Anaid Sobel dijo...

Volver a blogger es volver a ti. Volver a tu magia, tu brillo, tu poder...
Me sigues volviendo tremendamente loca escribiendo y no creo que eso vaya a cambiar nunca.

Te echo de menos