Se trataba de un ángel incandescente, de piel color crema aún más suave que la seda y cabello largo, espeso y ardiente como un fuego luminoso en mitad de la noche. ¿Sus alas? Nunca las vi. Me gustaba creer que eran invisibles a ojos de los mortales, aunque el fondo sabía que debía de haberlas perdido. Sus ojos estaban llenos de luz y de una ingenuidad triste difícil de comprender. Semana tras semana, sentada junto a una ventana en el comedor del hospicio, me maravillaba al observarla allí abajo en la calle aterida de frío bajo una manta rasposa, haciendo calle frente a la puerta de la mugrienta barraca que era el burdel del barrio, con cara de perdonarle al destino las circunstancias que la habían llevado hasta aquel lugar. Por las tardes, cuando el sol bajaba y teñía de dorado, cobre y carmín el cielo y las fachadas de los edificios, los viandantes se detenían prendados a contemplar cómo su melena se prendía en una llama refulgente que incluso parecía irradiar calor. Algunos se enamoraban fugazmente de su belleza y se acercaban al prostíbulo con las monedas ya en la mano, y ella incluso sonreía con timidez a aquellos que se la llevaban del brazo sin apretarle demasiado, escaleras arriba.[Imagen por TheNightSheDied]
