lunes, septiembre 23

Gritando

A Siane le gustaban las noches sin luna. La ausencia del astro nocturno y su luz plateada borraban los rastros de las posibles presencias, tanto reales como ilusorias, y la chiquilla apreciaba, en una actitud extraña para su edad, la soledad y el silencio reinantes cuando ya todos se habían ido a dormir. En la total oscuridad de las noches de luna nueva ni siquiera las siluetas de sus hermanas, acurrucadas en las camas vecinas, eran perceptibles, y a Siane le encantaba imaginarse sola. Muchas veces esperaba a escuchar la respiración acompasada de Lilian y Briola para disfrutar de aquella sensación de abandono.
Pero aquella noche en particular Siane no estaba despierta por capricho. Era noche cerrada cuando su madre la levantó con prisas de la cama y la obligó a sentarse en el comedor, delante de una mujer que se retorcía las manos con un nerviosismo rayante en la histeria y los ojos húmedos y enrojecidos. La niña la conocía. Francine era madre de una de sus compañeras en la escuela y estaba casada con un rico comerciante del pueblo. Tanto ella como su marido habían acudido más de una vez a su casa para hacerle preguntas, pero nunca con tanta urgencia ni a aquellas horas. Sin ser demasiado conocedora de la psicología humana, la pequeña pudo notar la desesperación de la que era víctima Francine. Sus gestos espasmódicos y su expresión angustiada la asustaron; nunca se había enfrentado a una emoción tan intensa.
- Cariño, la señora Maude tiene una pregunta muy importante que hacerte.- dijo su madre, sentándose al lado de la visitante y cogiéndole la mano.
Su padre, en una esquina de la habitación y con los brazos cruzados sobre el pecho, esgrimía su semblante habitual: serio y preocupado.
- Adelante, señora Maude.- la animó su madre.
Francine asintió con un suspiro entrecortado. Cogió aire, y al mismo tiempo valor, para formular su pregunta.
- Hace ya tres días que mi marido debería haber regresado a casa, pero no sé nada de él desde que me mandó carta en Ponté. ¿Va a volver Simon?
Las voces de su cabeza respondieron alto y claro y ella se limitó a comunicar la respuesta.
- No.
Un grito desgarrador escapó de labios de la mujer, que se llevó las manos a la cara para esconderse tras ellas. Comenzó a sollozar violentamente, balanceándose de forma precaria sobre la silla.
- ¿Qué le ha pasado al señor Maude, Siane?- preguntó entonces su madre, que abrazaba a la dolorida y desconsolada Francine.
Siane escuchó atentamente durante unos minutos antes de volver a hablar.
- Simon conoció en Ponté a un hombre de negocios con el que cerró un buen trato. Este hombre se ofreció  a compartir con él transporte hasta aquí, ya que tenía cuentas pendientes en el pueblo, para que les saliera a ambos más barato. Pero ese hombre contrató, antes de salir de Ponté, a unos bandidos para que los atracaran en el camino. Los bandidos mataron a Simon y el hombre se quedó con todos los beneficios del trato.
Francine gritó horrorizada y lloró con más fuerza tras escuchar aquello. Siane no pudo evitar levantarse de la silla para retroceder, espantada, ante los chillidos y los gemidos de la señora Maude. Para ella las noticias recibidas no eran tan trágicas; las voces siempre contestaban a todas las preguntas de forma aséptica y desapasionada. Sus padres se miraron: su madre, afligida, sin saber qué hacer. Su padre gruñó y se descruzó de brazos.
- Voy a sacar el carro para llevarla al pueblo. Iré a ver a Dalais para que le de algún calmante.
- Dalais estará dormida...
- Pues la despertaré. ¿Se te ocurre algo mejor?
Su madre negó con la cabeza. Instó a Francine a incorporarse y la ayudó tirando de ella. A la señora Maude le fallaron las piernas cuando por fin estuvo en pie.
- Siane, vete a la cama.
La niña asintió y se encaminó hacia la puerta.
- Espera...- Francine había extendido una mano hacia ella. Su rostro era una máscara temible de dolor y lágrimas.- El cuerpo... de Simon...
- ¿Sí?
- ¿Puedo recuperarlo?
- No.
- ¿Qué ha sido de él?
Antes de que pudiera decir nada, su madre le hizo un gesto brusco y replicó con firmeza.
- ¡Basta ya, Francine! No creo que saber los detalles te haga ningún bien.
La señora Maude gimoteó y protestó débilmente, pero su madre, sin piedad, cargó con ella fuera de casa. Poco después Siane escuchó los relinchos inquietos de los caballos y el ruido del carro al ponerse en movimiento.
Sin embargo, la niña no se fue a la cama sin contestar a la pregunta de Francine. El destino sufrido por el cuerpo del señor Maude fue un susurro que nadie oyó, pero a ella eso no le importaba. Sabía que si callaba alguna respuesta, las palabras murmuradas por las voces crecerían en su cabeza hasta convertirse en gritos insoportables que no se silenciarían jamás. Y ese era el verdadero motivo por el que no podía mentir.


[Imagen por tatasz]

1 comentario:

InfusiónDeLotoNegro dijo...

Digno de Gaiman... tu como siempre, hilando fino y con el sabor de un café/té en una sobremesa otoñal.
Muy cómodo y grato es siempre pasar por aquí y quedarme el ratito que dura la lectura.
Un abrazo Reina.