miércoles, enero 9

Tiempo de cosecha

Desde fuera, el castillo tenía el mismo aspecto sobrecogedor que ofrecía por dentro. El gran espacio existente entre el suelo y la alta techumbre estaba lleno de un silencio helado quebrado por el silbido del viento y pasos fantasmas que vagaban sin rumbo. La suciedad había anidado entre las losetas resquebrajadas y las sombras, lóbregas y espesas, colgaban de las esquinas como cortinas viejas. La chiquilla se detuvo en la entrada, tiritando de miedo y de frío, y procedente del otro extremo del corredor se oyó el crujido de una puerta. La muchacha se retorció las manos por debajo de la capa mientras aguardaba a que la figura que se dirigía ella ganara forma y nitidez, dividida entre la curiosidad y la tentación de dar media vuelta y correr de regreso a casa. Aunque el Duque era muy conocido en el pueblo, nadie lo había visto jamás fuera de su castillo. Y no todos los que lo habían visto, habían vuelto para contarlo. Era un hombre alto y fuerte, bien vestido, de rostro atractivo pero severo con unas cejas finas, ojos penetrantes y labios carnosos. Caminaba con decisión, abarcando con orgullo en la mirada sus dominios a pesar de que eran poco más que ruinas decadentes. Pisando con seguridad, casi con crueldad, aquellas losetas de piedra apunto de romperse bajo sus pies.
Al verla, sonrió. Sonrió como lo haría un lobo al encontrarse delante a un conejo asustado. La chica, tal y como le habían ordenado sus padres, hizo una reverencia torpe con los ojos clavados en el suelo.
- Mírame, niña.
Con dificultad, la muchacha logró levantar la cabeza y mantener la mirada firme, a duras penas. Los ojos del Duque eran pozos de tinieblas imantados que apresaban el espíritu para no dejarlo escapar. Se estremeció. El hombre le agarró la barbilla con dedos fríos y le giró la cabeza, a un lado y a otro, estudiándola con implacable minuciosidad.
- Eres bonita. Demasiado joven para mi gusto, pero no importa. Suéltate el pelo.
- ¿Qué?- preguntó ella, sin comprender.
El Duque frunció el ceño.
- Que te sueltes el pelo, niña. ¿Acaso eres sorda? No me gusta tener que repetir las cosas.
La chica se llevó las manos a la cabeza para desatar el lazo con el que su madre le había recogido las trenzas tras la cabeza y se alisó el pelo con los dedos. El Duque le cogió un mechón de suave cabello caoba y lo olió con una sonrisa.
- Al menos estás limpia y hueles bien. Sígueme.
A pesar de que el hombre caminaba despacio, la muchacha tenía que andar deprisa para no quedarse atrás. Conforme se alejaban de la puerta entreabierta, el aire se enfriaba y se hacía cada vez más irrespirable. Las paredes parecían curvarse sobre ellos, estrechándolos, convirtiéndose en un túnel oscuro y aterrador que al final del todo tenía una pequeña abertura luminosa.
- ¿Sabes para qué estás aquí?
En realidad, la chica no tenía ni idea. Sabía que su familia estaba atravesando una mala época y que faltaba la comida. Su hermana pequeña había enfermado y no tenían dinero suficiente para pagar medicinas, y la mitad del ganado había muerto inexplicablemente el año anterior. También sabía que, en el pueblo, las familias que tenían problemas sin solución enviaban a alguna jovencita al castillo del Duque para, a cambio, recibir alimentos o dinero. Esas chicas a veces volvían y a veces no, pero la recompensa era segura. Lo que no sabía era lo que tenía que hacer allí, así que negó con un gesto de la cabeza, temerosa.
Llegaron a la puerta al final del pasillo, que daba a un exuberante jardín. El Duque se detuvo antes de entrar, observando satisfecho lo que tenía ante sí. El jardín era amplio, y la vegetación allí parecía nacer y crecer salvaje, sin restricciones ni límites. Varias plantas trepadoras luchaban entre sí por dominar la totalidad de la facha de piedra del castillo, y había árboles de toda clase, de troncos fuertes y gruesos y copas colmadas de hojas. Y aunque era de una belleza impresionante, también tenía un aire siniestro y triste que parecía ahogarlo todo en una melancolía espeluznante casi palpable.
- Si accedes a hacer lo que te pida, tu familia recibirá comida y dinero suficiente para curar a tu hermanita, reponer las reses y no pasar hambre en largos años.- dijo entonces el Duque, bajando la voz como si estuviera confiándole un secreto.- Te doy mi palabra.
El hombre le tendió la mano y cuando la aceptó, tiró de ella con fuerza a través del jardín, apretando sus dedos y haciéndole daño. Ella se tragó las quejas, muerta de miedo.
- ¿Y sí no lo hago?
Su pregunta parece divertir al Duque, que ríe sin alegría.
- No son muchas las que se atreven a hacerme esa pregunta.
A su alrededor, empezaron a oírse murmullos. La chica, al principio, pensó que se trataba del viento, pero era un sonido demasiado angustiado para ser sólo la brisa entre las ramas. Los murmullos se transformaron poco a poco en gemidos, después en sollozos y finalmente en un llanto desconsolado que no intentaba esconderse. El Duque se detuvo frente a un árbol maravilloso, de corteza color crema y hojas castañas, cuyas raíces penetraban profundas en la tierra fértil. Volvió a cogerle la barbilla y le obligó a levantar la mirada para encontrarse con unos ojos verdes que lloraban sin pudor. La chica ahogó un grito e intentó retroceder, a pesar de que los dedos del hombre eran auténticas garras.
Frente a ella, el árbol lloraba. La figura de una mujer cuyos pies se habían convertido en raíces, sus brazos y manos en ramas y su piel en corteza, gemía incontroladamente derramando lágrimas que caían y se perdían en la tierra removida. Otros llantos se unieron al suyo, y la muchacha escuchó a los árboles vecinos llorar con ella.
- Si no me ofreces tu fruto por voluntad propia, te transformaré en árbol y me los ofrecerás sin resistencia. Eternamente.- contestó el Duque.
Le agarró la otra mano, le sujetó ambas a la espalda con un brazo y le cogió la cara con la quedaba libre para besarla con violencia, mientras el coro de llantos en el jardín se hacía cada vez más fuerte e insoportable.

[Imagen por erilu]

1 comentario:

Shadow dijo...

Te lo dije por facebook, y te lo repito por aquí: el Duque me da grimilla. Y, sin embargo, ahora que releo la entrada me doy cuenta de que también me gusta; puede que sea por esa especie de magnetismo que ejercen los antagonistas sobre mí. Al héroe todos lo quieren, es fácil imaginar uno, pero crear un buen enemigo... Eso sí que es difícil.

Lo que no te dije, y sin embargo creo que ya lo sabes, es que hecho de menos Iasade. Aunque, como lo cierto es que lo echo de menos tan pronto como termino de leer cada nueva entrada, me temo que puede ser una adicción fuera de control xD

Un beso gigantérrimo, y mucho ánimo con la Uni y con Selectividad. A ver si consigues hacerte tu hueco en Restauración y encuentras por fin tu lugar :)