martes, noviembre 27

Se abre el telón

Súbitamente, alguien te empuja.
Y de repente, quedas cegado por la luz.
Los focos caen implacables sobre ti haciéndote sentir un ardor que florece en tu nuca y se extiende por tu cuerpo, hasta los pies, como un virus famélico. El resplandor te ocupa por completo y a tu alrededor no puedes ver más que oscuridad, una negrura que te acecha y acorrala robándote hasta el aire para respirar, congelándote sobre la piel el sudor, convirtiéndolo en escarcha.
Pero todo actor sabe que las sombras son mentirosas, y tú eres consciente de que aunque no puedas ver nada al otro lado, miles de ojos te interrogan acusadoramente y sin un atisbo de piedad.
Lo que no sabes es porqué estás allí. No era tu turno, ni te habías terminado de estudiar el guión. Ni siquiera te tocaba estar al tanto de los movimientos en el escenario, porque tu salida todavía quedaba lejos. La seductora música entre bastidores, el revoloteo de risas y sonrisas, de faldas y blusas, maquillaje y espejos, perfumes y danzas, ensayos y taconeos, el rumor de pies desnudos escondiéndose tras las cortinas, de besos desvergonzados fraguados en las esquinas, te mantenía absorto, preso de la ensoñación teatral de lo que siempre está oculto a las miradas de los demás. Te mantenía ufano, halagado, parte de un mundo privilegiado y mágico al que sólo un reducido número de afortunados tenían acceso. Y súbitamente, sin previo aviso, te ves arrancado de él.
Ese escenario del que creías conocer todos los secretos se te antoja ahora un territorio hostil, desconocido e infinito, porque infinitas te parecen las posibilidades de perderte en él. El silencio, que otras muchas veces habías interpretado como una muda admiración por parte de tu público, te amenaza con aplastarte bajo un peso indiferente a tu presencia. Tiemblas y te encoges, deseando poder plegarte sobre ti mismo una y otra vez hasta desaparecer, sin ser capaz de levantar los pies del suelo para apartarte de esos focos que te castigan con su atención. Se te va el calor, se te va la música, se te van las risas y los bailes, se te van los sueños de grandeza y las grandes ilusiones de conquista, quedándote casi vacío. Lleno, ese pequeño espacio, de frío y de una vergüenza que ríe de ti en voz baja, junto a tu oído.
Y a pesar de eso la oyes tan alto que crees que todos la oirán sobre aquel silencio apático.

Se te enciende entonces, en una chispa vaga, casi perezosa, la empatía.
¿Cómo puede llegar a ser la vida lejos de ficciones memorizadas?

[Imagen por michellis13]

3 comentarios:

Simon_Lagann dijo...

Eres brillante, sigue así.

Shadow dijo...

Me acuerdo que, una vez, vino Sabater a darnos una charla y nos dijo que la vida era como una obra de teatro a la que nos empujaban, de la que no conocíamos el guión y que nos veíamos obligados a interpretar hasta la muerte. En realidad el tío me parece bastante pedante e idiota, pero mientras te leía no he podido evitar acordarme de aquella metáfora.
Y ahora, entre tú y yo, ¿a qué diablo del inframundo le has vendido tu alma para conseguir esa habilidad para describir? Porque yo le vendo la mía y la de mi familia por escribir así xD

Creo que, definitivamente, lo que más odio de la época de exámenes es verme arrastrado lejos de estos blogs que tanto me gustan. Cómo os he echado de menos :_D

Un beso enormísimo ^^

Anaid Sobel dijo...

Tengo los pelillos de punta.
TODOS.
Soy actriz de teatro, más o menos, llevo en un escenario casi tanto años como tengo, y no hay sitio que considere más mi hogar salvo quizá, un folio en blanco.
Me ha dado pánico tu texto, he vivido con tal intensidad lo descrito que creía que era yo la que estaba en medio del que siempre había sido MI escenario.
En serio, por todas las diosas habidas y por haber, DIME COMO PUEDES ESCRIBIR ASÍ

apufff

me encanta[s]