lunes, noviembre 19

IASADE -110-


Lo único que resultaba antinatural en el piso de Ángela era el silencio. No era un silencio híbrido ni interrumpido, y tampoco era el espacio existente entre ruido y ruido dentro de un entorno doméstico. Allí el silencio lo dominaba todo, como si los propios ladrillos que eran el esqueleto del apartamento estuvieran hechos de silencio, como si cada objeto estuviera envuelto por él no sólo a los oídos, sino incluso a dedos propios o ajenos.

Era medio día ya, y detrás de las paredes contiguas, si se prestaba atención, se podía escuchar con claridad la sinfonía típica de aquella hora del día, compuesta por grifos y tintinear de vajillas y cubiertos con la televisión como música de fondo. En el piso de Amiss, sin embargo, lo único que se oía era de vez en cuando un levísimo aleteo imposible de percibir para los humanos.

- Bueno.- dijo Mikäh, frotándose las manos con impaciencia.- ¿Nos ponemos en marcha?
- ¿Es que me vas a acompañar?
- No exactamente.- respondió, esbozando una sonrisa de disculpa.- Voy a salir a estudiar un poco el lugar. Pero creo que no tardaré mucho, así que si quieres puedo ir a buscarte cuando termine.
- Mejor no, no quiero que me interrumpas.- Mikäh hizo un mohín.- No te lo tomes a mal, ya sabes lo que quiero decir.
- Eres una borde.
- He tenido un buen maestro. Déjame el mapa antes de irte.
- Pero si visitaste a Isaac anoche.
- ¿Y?- repuso ella, enfadada y cruzándose de brazos.- ¿Desde cuando soy capaz de memorizar un camino a la primera?

Mikäh se rió de ella sin ningún disimulo y le entregó un papel doblado varias veces sobre sí mismo.

- Anda, vete ya.
- ¡Luego te veo! ¡Suerte!

El falso ángel le sacó la lengua antes de abrir la puerta acristalada del balcón y echar a volar desde la barandilla. Amiss se sentó en el sofá y permaneció inmóvil unos minutos, observando el cielo de intenso azul hasta que el alma blanca se perdió en su inmensidad. Su corazón no funcionaba pero era capaz de sentir, su cerebro estaba muerto y aun así no podía dejar de pensar… y de recordar. Cuando había intentado imaginar a los padres de Isaac, el único rostro que había acudido a su mente había sido el de la señora Gwen, con sus ojos serios resguardados bajo el ala de una pamela azul, y casi había podido escuchar su suave voz diciendo “Así no, Cassidy”.

Cerró los ojos con fuerza un instante para borrar aquella imagen que le hacía sentir nostalgia y miedo a un mismo tiempo. Desdobló el mapa, lo miró con atención durante un rato y lo dejó encima de la mesa tras decidir que tampoco iba a acordarse al día siguiente. Se levantó y se quitó la ropa de humano que se había puesto para ir a la Facultad. Le resultaba pesada e incómoda, como una mentira. Como otra más. Apretó el broche plateado prendido a su vestido verde y notó cómo la gravedad se olvidaba de ella, cómo la sensación de ligereza buceaba en su interior para desenterrar una sonrisa que esperaba ser liberada en algún oscuro rincón. Y Amiss saltó con ella. Salió al balcón, cerró la puerta desde fuera y también echó a volar en manos del viento.

1 comentario:

Anaid Sobel dijo...

En serio, un día te voy a secuestrar y voy a clonar ese cerebro fantasticular tuyo para tener una mínima parte del "toque" y la magia que tienes escribiendo.
Me encantas, amiga mía, y me encanta como escribes y te expresas y esta historia...

Mil besos grises