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Yo era su torre, su refugio, pero ella nunca acudía a mí a no ser que se lo ordenaran. Y al cerrar mis brazos a su alrededor estos no era más que una cárcel dentro de otra cárcel. El humo de las casas quemadas, de las cosechas ardiendo y de los cadáveres incinerados rondaba nuestra morada como una maldición incansable, y de vez en cuando conseguía colarse a través de una rendija, de una grieta o de un mal sueño. En esas noches ni siquiera mi cuerpo le servía de escudo y se pasaba las horas llorando en silencio, derramando lágrimas suficientes para apagar las hogueras enemigas, de un bando y de otro. Pero por desgracia las lágrimas no sabían andar solas y ella no podía abandonarme. Ni mis palabras ni mi aliento la reconfortaban, y en cuanto se veía liberada de mi abrazo escapaba a la ventana para contar las hojas caídas y a esperar las primeras estrellas. Vivía sus días cantando, lamentándose y presa.
Esperando.
[Imagen por Sha-H]
2 comentarios:
Que bien que hayas vuelto a escribir ^__^
¿Cómo puede serle a nadie indiferente el otoño? Ese estallido de ocres, dorados y naranjas, la lluvia y el olor a tierra mojada...
Jo, me encanta que vuelvas y me traigas esta tristeza tan poderosa, pero a pesar de todo echo de menos Iasade. No te confundas, me encantan tus palabras, pero es que últimamente estás tan ocupada y yo estoy tan enganchado... *-*
Besos gigantérrimos para ti también, y mucho tiempo libre para poder pasarte por aquí más a menudo, que se te echa de menos :)
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