martes, mayo 29

Soy un monstruo

La civilización ha corrompido los instintos naturales del hombre.
La educación, la cortesía, las apariencias... no son más que vestiduras de seda para un animal. Nacimos como bestias,seguimos siéndolo y lo seremos, por mucho que intentemos reprimir nuestra naturaleza. La sociedad y la política son meras pantomimas, hipócritas teatros de personajes falsos y mentiras hermosas, plácidas y sumisas. La moralidad es una cadena que no nos deja respirar, que coarta nuestros deseos y comportamientos espontáneos.

La civilización ha hecho al hombre cruel.
"Antes también existía la crueldad", diréis. Y tendréis razón, porque la crueldad ha estado siempre presente en el mundo, al igual que la injusticia. Y a pesar de que han existido hombres crueles, nunca ha habido tantos como ahora. Antes el hombre no tenía que esconder su cara salvaje, su faz indomable. En los tiempos dorados de la ley del ojo por ojo, todo era más sencillo: tú matabas a mi hermano y yo mataba al tuyo, y no daba tiempo a que creciera la semilla del rencor, que más tarde florecería en una temprana crueldad. La masacre estaba mucho más generalizada y la vida era peligrosa y mucho, mucho más corta. El hombre disfrutaba matando y no se avergonzaba de ello. No había necesidad de ser cruel pudiendo matar a tu enemigo antes de llegar a sentir nada por él, aunque... claro está, había excepciones.
El oficio de matador estaba bien demandado. Los enfrentamientos eran pan de cada día, las guerras vecinas cercanas cada dos por tres y siempre eran queridos individuos sin escrúpulos a la hora de librarse de posibles enemigos. Los guerreros de honor no eran bien recibidos en todas partes, pero los mercenarios eran codiciados por los hombres de poder.

Siempre me ha gustado limpiar a mano mis propias armas. Nada de agua, ni de jabón, ni de otro tipo de productos. Paño húmedo y repaso tras repaso, trasladando la sangre de un lugar a otro hasta dejar el metal impecable. La sangre... nunca otro líquido elemento me ha parecido más poderoso; ni licores, ni las bebidas más exquisitas, caras y deliciosas. Es la sangre la esencia de la vida, y su color y aroma son lo más embriagador para un asesino.
Como dije antes, la civilización ha corrompido los instintos naturales del hombre. A ojos de la sociedad actual, yo soy un monstruo. No soy cruel, ni avaricioso. No deseo el poder, ni quiero dinero. No tengo posesiones, hogar ni familia. Y aunque pueda disfrutar de la compañía humana, de la comida, la bebida y el placer, lo que hace que mi alma alcance el culmen de la exaltación es matar.
No es por deleitarme con el sufrimiento ajeno o el dolor. Se trata, más bien, de una adicción. El hombre puede crear vida y puede arrebatarla, y es esa sensación de plenitud la que hace que todo mi ser se encienda como una llama en mitad de un huracán, apagándose igual de rápido... como la luz en los ojos de mis víctimas. Es esa sensación fugaz y perecedera... la que me hace sentirme como un auténtico dios.
La noche es mi fiel compañera. En la actualidad, la gente duerme tranquila por las noches. La enorme mayoría concilia el sueño fácilmente en poco tiempo sin temer que un extraño los aceche para asesinarlos sin decirles una sola palabra. Hoy las estrellas brillan con más fuerza, después de que la tormenta haya desaparecido dejando el cielo limpio y claro.
Diría que es una bonita noche para matar, pero... para mí cualquier noche lo es.

[Imagen por NegativeFeedback]

2 comentarios:

InfusiónDeLotoNegro dijo...

A juzgar por como piensa y se expresa este señor, tiene toda la pinta de ser un psicópata anético. Se ven muy pocos, pero parece que la naturaleza- que también se encarga de equilibrarnos a nosotros- pone de vez en cuando a unos cuantos de estos seres por el mundo, supongo que para demostrar que hasta el ser humano tiene que ser exterminado, como cualquiera de las criaturas que pertenecen a su plan universal.
Me ha encantado, como de costumbre.
Otro gigante y sincero beso para ti, gran A

Anaid Sobel dijo...

Los pelillos de punta.
Todos.
Eres jodidamente buena, ya deberías saberlo.


Mil besos gigantes