jueves, marzo 12

Hills like white elephants

Mi siguiente tarea para mi clase de Creative Writing ha sido reescribir un trozo de un relato de Ernest Hemingway, que se llama como el título de la entrada. Es español viene a ser "Colinas como elefantes blancos." Es raro, y no tiene mucho sentido cuando lo lees de primeras. Cuando lo lees de segundas un poco más, pero aún así sigue siendo extraño. Me ha costado encontrar otro punto de vista desde el que reescribirlo, pero bueno, ahí va lo que ha salido.

"El bar era propiedad de su tía. El local estaba ubicado a la sombra de la estación de tren. Las paredes eran de color blanquecino y el tejado de teja marrón, tenía amplias ventanas decoradas con macetas y flores y un patio con mesas y sillas para que los clientes se sentaran a tomar algo. Aquel viernes era especialmente luminoso; el sol derramaba su luz y calor, pintando las colinas de blanco, deslumbrando la vista. Adrián se arrastró por el camino y se detuvo perezosamente junto a la puerta principal del establecimiento. Dentro el aire era más fresco y estaba más oscuro. Mario, el camarero, estaba escribiendo algo en una libreta, con aspecto aburrido. Sólo había un cliente en el bar, un hombre mayor que llevaba un sombrero ridículo y leía el periódico, con una taza de café frente a él. Mario levantó la mirada y lo observó entrar.

- Llegas tarde, chico.

Hizo una mueca. ¿Algún día dejaría de llamarlo "chico"? Y sí, llegaba tarde, pero no lo necesitaban allí. Y sabía que el número de clientes no incrementaría demasiado. Pero no dijo nada de eso.

- Lo siento. Salí tarde clase y tuve que parar a echarle gasolina a la moto.

Con el entrecejo fruncido, atravesó la estancia y entró en una pequeña habitación lateral donde dejó sus pertenencias: su cazadora y el caso, la mochila y las llaves. Al salir miró a su alrededor, buscando a su tía. Mario lo advirtió.

- Está fuera, atentiendo a dos clientes extranjeros.

Él asintió y se sentó en una silla vacía, cerca de una de las ventanas. Miró a través de ella, a las colinas y las vías del tren. El sol calentaba el aire, haciéndolo temblar y distorsionando las imágenes. A Adrián le hubiera gustado estar con sus amigos, disfrutando del fin de semana, en vez de estar allí trabajando. Su madre le había dicho que era una buena idea que se acostumbrara a ganar su propio dinero, pero ¿qué podía hacer con el dinero que ganaba si no tenía tiempo libre? Sus amigos habían organizado una acampada junto al río esos días, pero él no podía unirse a ellos. Si tenía suerte tal vez consiguiera que su tía que le dejara acercarse un rato con la moto y volver antes de que se hiciera de noche.

Oyó el tintineo de la cortina de cuentas que daba paso al patio exterior y vio a su tía entrar en el establecimiento.

- Dos cervezas, Mario.- pidió.

Mario dejó el bolígrafo y sacó dos botellas de cerveza fría de la nevera.

- Hola, tita.- dijo Adrián.
- ¡Ah, por fin estás aquí! Estaba preocupada. No me gusta esa moto tuya... es muy peligrosa.
- No es peligrosa si tienes cuidado, y yo tengo cuidado. Además, siempre estás preocupada por algo, tita.

Pero ella no lo escuchaba.

- Esos dos son muy extraños.- añadió, susurrando.- El hombre sabe algo de español, pero la chica no tiene ni idea. Es bastante joven, más o menos de tu edad... y está pidiendo cerveza.
- Bueno... yo tengo dieciocho, tita, y puedo beber cerveza. De hecho...
- Aquí tienes, Isa.- dijo Mario, tendiéndole dos vasos de cerveza.
- Ah, gracias cariño.

Su tía salió de la habitación llevando una bandeja con las cervezas. El hombre que estaba leyendo el periódico levantó una mano.

- ¡Eh, tú, muchacho! ¿Tienes un boli, por favor?

Adrián hubiera preferido ignorarlo, pero Mario le hizo una señal para que se acercara y le dio un bolígrafo. Con una sonrisa fría se lo dio al hombre mayor, que ni siquiera le dio las gracias al cogerlo. Cuando su tía entró de nuevo se aproximó a él y le puso una mano sobre el hombro.

- ¿Cómo llevas el inglés, Adrián?
- ¿Que? No lo llevo mal, ¿por qué me lo preguntas?
- Me gustaría que oyeras su conversación.
- ¡No voy a hacer eso! No me interesa.
- Tienen una pinta muy sospechosa. Sus mochilas tienen muchas etiquetas, de muchos sitios... a lo mejor son terroristas.
- Tienes demasiado imaginación, tita.
- Por favor.
- Vale, pero con una condición.
- ¿Cuál?
- Tienes que dejarme ir a la acampada este fin de semana.
- ¡De acuerdo, puedes ir! Y ahora, ve a escucharlos.
- ¡Isa!- exclamó Mario.- El hombre te está llamando.

Adrián se sentó en otra silla, más cerca de la cortina de cuentas. Desde allí podía ver y escuchar a los extranjeros. La chica parecía un par de años mayor que él, pero joven de todas formas. Era muy guapa; tenía el pelo rubio y largo y los ojos verdes. El hombre rondaría los treinta. Él y la chica estaban discutiendo, pero no podía entender todo lo que decían. Escuchó algo sobre "colinas como elefantes blancos" y le pareció una metáfora curiosa.

Mientras escuchaba, el bar se llenó de más personas que querían beber algo y esperar al tren. El ruido le dificultaba la tarea, pero aún así se esforzaba en prestar atención. Adrián pudo deducir que la chica estaba enferma, porque comenzaron a hablar sobre una operación. Pensó que su tía estaba paranoica, sin ninguna duda, y que aquellas personas eran normales y corrientes, hasta que la chica se levantó. Dijo algo que le inquietó.

"Podríamos tenerlo todo, podemos tener el mundo entero, ir a cualquier sitio, el mundo es nuestro." El hombre le dijo que aquello no era cierto, pero finalmente desistió en llevarle la contraria. Después de eso, permanecieron en silencio por unos instantes y empezaron a discutir sobre la operación de nuevo. Adrián miró a su tía: estaba atentiendo al resto de los clientes y mirando de vez en cuando el reloj. Se asomó a través de la cortina de cuentas y les dijo a los extranjeros que quedaban cinco minutos para que llegara el tren; parecía aliviada.

- ¿Qué han dicho?- le preguntó.

Adrián dudo. ¿Debería decirle la verdad? No quería preocuparla.

- Nada. Parece que la chica estña enferma. Van a algún sitio para operarla.
- Vale. Gracias, Adrián. Dormiré más tranquila esta noche.

Le sonrió. Después vio al hombre abandonar la mesa, llevándose las mochilas. Por un segundo, se sintió tentado por la idea de acercarse y decirle hola. Pero mientras intentaba decidirse, el hombre regresó y ambos se alejaron del bar.


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