miércoles, agosto 27

Almas perdidas (2ªparte)

Helena no pudo evitarlo. Se quedó con la boca abierta, mirando al extraño con expresión estúpida. No sabía qué hacer. O era cierto que Mark no lo veía o el que estaba haciendo bromas demasiado graciosas era él. Frunció el entrecejo. El semblante de Mark había pasado de reflejar asombro a cierta consternación. El otro joven sin embargo se rió de forma casi histérica. Helena no podía decir si estaba contento o por el contrario, a punto de echarse a llorar.

- Haz como si yo no estuviera aquí.- dijo por fin el desconocido, recobrando la compostura.

Helena le quitó los ojos de encima para observar a Mark, que en ese momento parecía verdaderamente preocupado. Era evidente que él no veía a su amigo invisible. ¿Qué coño estaba pasando?

- ¿Estás bien, Helena?- inquirió Mark.

Helena intentó una sonrisa convincente.

- ¿A que te lo has creído?- preguntó, riendo.
- Joder, Helena... no me hagas eso nunca más.- murmuró Mark, resoplando, visiblemente aliviado.- Me estabas asustando, creía que estabas viendo personas imaginarias.
- No digas tonterías.- dijo, quitándole importancia al asunto.- No estoy loca.

"O al menos, eso espero", pensó.

- Bueno, ¿qué querías?- inquirió Mark, con aire algo más profesional.

Helena se acercó al mostrador. De soslayo, vio que el desconocido la seguía, avanzando unos pasos. Se colocó a su lado y se inclinó ligeramente hacia delante, para ver mejor. Ella se esforzó en no mirarlo. ¿Cómo era posible que Mark no lo viera? ¡Estaba allí, era real! Sintió deseos de gritar de pura frustración. Apretó los dientes para contenerse. Mark le sonrió cordialmente. Parecía que todavía desconfiaba un poco.

- Se me han roto las gafas.- explicó ella, sacando de su bolso la funda y abriéndola para enseñárselas.
- ¿Se puede saber cómo te las has ingeniado para romperlas?- preguntó él, cogiéndolas y examinándolas con detenimiento.- Son casi irrompibles...
- Bueno, parece que no les ha sentado muy bien la caída libre. Esta mañana se me cayeron al patio interior. Es un cuarto piso.
- Un buen golpe.
- Sí, básicamente. Al parecer, hoy no es mi día de suerte.- y dedicó una fugaz y significativa mirada al desconocido, que le sonrió tímidamente y se encogió de hombros.- ¿Cuándo me las podré llevar?
- Hay que pedir los cristales nuevos... Puede que tarden una semana en estar listas. Tenemos tu número de teléfono, así que te avisaremos cuando puedas llevártelas.
- Genial. En fin, muchas gracias, Mark. Tengo un poco de prisa, así que ya hablaremos más cuando venga a por ellas.
- Claro. Cuídate, Helena.

Ella asintió haciendo caso omiso de la recelosa mirada que le dirigía. Salió de la óptica, inevitablemente seguida por aquel extraño, y nunca mejor dicho. Siguió caminando calle abajo sin dar señales de notar su presencia. La ciudad ya había despertado a su alrededor, bulliciosa y ajetreada. Decenas de hombres y mujeres caminaban, casi corriendo, en todas direcciones, mirando a menudo el reloj con urgencia. El sol seguía sin hacer acto de presencia, escondido detrás de las nubes. El desconocido andaba a su lado, siguiendo su ritmo. Se moría de ganas por hacerle unas cuantas preguntas, pero si las demás personas no lo podían ver daría la sensación de que estaba hablando sola. Y lo único que le faltaba ya es que la detuvieran por trastornos mentales. Cruzó un paso de peatones y recorrió la siguiente avenida, directa a un pequeño parque un poco más abajo. Tenía bancos, árboles y una gran fuente. Algunas madres con sus hijos y un par de parejas paseaban sobre la hierba. No estaba completamente desierto...pero al menos podría disfrutar de cierta intimidad. Se aventuró por el sendero flanqueado de abetos y miró al desconocido directamente a los ojos. Éste le brindó una sonrisa radiante, y aquello sólo hizo que se sintiera más irritada.

- Te veo, sólo yo y nada más que yo.
- Sí.- asintió el joven. Tenía una voz serena y reconfortante.
- ¿Por qué?- siseó, molesta.
- Si te digo la verdad... no tengo la menor idea.

Helena maldijo entre dientes. ¿Estaba soñando, delirando? ¿Su mala suerte se había materializado delante de ella para complicarle la existencia? De repente, sin poder resistirlo, le cogió la mano. No supo muy bien porqué lo hizo, tal vez sólo quería comprobar que era real. Y lo era. Sus dedos no aferraron sólo aire, sino los de aquel joven, que estaban inusualmente fríos. El chico se sobresaltó.

- ¿Por qué?- repitió Helena, soltándolo.
- Te he dicho que no lo sé. ¿Quién sabe? A lo mejor estoy muerto. No puedo ni imaginar qué me ha sucedido. Llevo varios días perdido, dando vueltas, invisible a los ojos de todos... sin comer, dormir, o cualquier otra cosa. Y no tengo ninguna necesidad. Y entonces apareces tú, y te fijas en mí, eres capaz de verme. Qué quieres que te diga, pero estoy encantado de conocerte, Helena.- añadió, con otra sonrisa deslumbrante.

No hay comentarios: