martes, marzo 22

IASADE -66-

El antro apestaba a tabaco y a alcohol. La música, demasiado fuerte, ahogaba las voces de la gente que, de pie junto a la barra o las mesas altas, consumía las drogas que la sociedad le permitía, moviéndose como autómatas al ritmo de canciones a cuya letra nadie prestaba atención. No era el lugar más idóneo para una mujer embarazada, y menos alguien de aspecto tan frágil y delicado como Claudia. La joven, ataviada con un vestido negro y verde demasiado elegante para aquel ambiente, permanecía sentada a la barra con un vaso lleno delante y la mirada perdida entre el humo.

Cassia se acercó a ella con andares ligeros, apoyando los brazos sobre la mesa y sonriendo al camarero, que en aquel momento secaba unos vasos con un trapo seco.

- Un martini, por favor.
- Marchando.

Cassia se giró hacia Claudia, que no le prestaba atención. No había tomado ni un sólo trago de la cerveza que había pedido un cuarto de hora atrás. 

- Buenas noches.

La mujer parpadeó distraída y la miró, confundida.

- ¿Perdón?
- He dicho buenas noches.- repitió la Nocturna.
- Oh, disculpa, tengo la cabeza en otro sitio. Buenas noches.
- A riesgo de parecer entrometida, ¿puedo hacerte una pregunta?
- ¿Por qué no?
- Llevo aquí un buen rato y te he visto llegar, sentarte, pedir y no beber absolutamente nada. Tampoco he podido evitar fijarme en que no es que cumplas precisamente el prototipo de la clientela habitual de este lugar, así que... ¿qué haces aquí? ¿Te han dado plantón?
- Eso son dos preguntas.- sonrió Claudia, tímidamente.- No me han dado plantón, pero tampoco es que esté aquí por un motivo en concreto. Simplemente... no tenía ganas de volver a casa.

El camarero regresó en ese instante dejando la copa de martini sobre la mesa. Cassia buscó el monedero en las profundidades de su bolso.

- De eso nada, guapa. A esta invito yo, ¿vale?
- ¡Vaya, muchísimas gracias!

El joven le guiñó un ojo con ademán seductor y se alejó. Claudia enarcó una ceja.

- A mí no me ha invitado.
- No te ofendas, pero es que tienes cara de haberte pasado toda la noche sin dormir. Esas ojeras parecen de maquillaje.
- Lo sé...- murmuró, pasándose la mano por la cara con ademán cansado.
- ¿Problemas?

Claudia la miró fijamente, sin resquicio alguno de sonrisa en su expresión.

- ¿Y a ti qué más te da?
- Lo siento... no quería ofenderte. Estoy aquí por lo mismo que tú, ¿sabes? Yo tampoco quiero volver a casa. Te vi... y no sé, me pregunté qué te sucedía. Llámalo interés "empático", si quieres. No todos los desconocidos albergan malas intenciones.

Cassia se fascinó por lo increíblemente sinceras que sonaban aquellas mentiras en sus labios, y se alegró de ver que Claudia picaba el anzuelo.

- Anda, mujer, dale un trago a esa cerveza, se está quedando caliente.
- No puedo beber alcohol, estoy embarazada.
- Oh. Mmm... ¿enhorabuena?
- No lo sé. Creo... que debería irme ya. Mi compañero me estará esperando, y no quiero que se preocupe por mí. Gracias por... acercarte a hablar conmigo. ¿Cómo te llamas? No nos hemos presentado.
- Mónica.
- Yo Claudia. Encantada de haber charlado un rato, cuídate.
- Lo mismo digo, adiós.

Claudia se despidió con un gesto de la mano y se largó del local dejando intacta la cerveza y el aire impregnado de olor a miedo y tristeza. Cassia la observó salir, en silencio, con la copa de martini inmóvil en su mano. Así que la usuaria de Amiss era una mujer cuyo embarazo tenía alguna complicación importante. ¿Qué estaría intentado resolver la luciérnaga en esta ocasión? Sabía que sólo le quedaban pendientes los Sueños, las Ambiciones y las Esperanzas.

Se encogió de hombros, se terminó el martini de un largo sorbo y ella también salió del pub. Poco importaba... porque sería una Ambición, un Sueño o una Esperanza que el alma blanca no conseguiría cumplir; pensaba eliminarla lo antes posible. La Nocturna se había convencido a sí misma de que todos sus males, todos sus sueños, todas las anormalidades de su existencia se debían únicamente a la obsesión que tenía por Amiss, y quería creer que una vez que la luciérnaga hubiera dejado de existir, ella por fin sería libre. Y también sabía, aunque no entendía porqué, que Satzsa no quería que tuviera ningún contacto con ella.

Abandonó la transitada calle de bares, pubs y discotecas y salió a unos paseos ajardinados cerca de donde se escuchaba el murmullo cristalino de una fuente. La brisa, velada de su característico olor salino, agitaba suavemente las hojas de árboles y arbustos. De forma imperceptible el sonido del aire se transformó en un aleteo de plumas, y antes de que Cassia pudiera reaccionar sintió el frío contacto del metal celestial junto a su cuello.

- ¿Has vuelto a terminar lo que dejaste a medias, Ael?- preguntó la Nocturna, con toda la tranquilidad que fue capaz de fingir.
- No soy Ael, pero podría decirse que nuestro amigo común me ha hablado de ti.

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