lunes, octubre 18

IASADE -54-

- Muy fácil.- dictaminó Mikäh, alzando un dedo con el que apuntó al cielo.- Para eso existe Internet, pequeña patosa. Es lo más fácil del mundo.

Amiss cogió una piedra de superficie aplanada y se aproximó a la orilla, donde las olas le lamieron los pies mansamente, como animales dóciles. Se inclinó, calculó el efecto del lanzamiento y arrojó la piedra contra el agua. Era uno de los ejercicios que Ael le había encomendado como parte de su entrenamiento, y consistía en hacer que las piedras rebotaran sobre el mar. Todavía no lo había logrado ni una sola vez y aquel intento sólo se unió a la larga lista de fracasos aplastantes. La Mediadora bufó y el alma blanca rió disimuladamente.

- ¿Es legal que estés aquí?- le preguntó ella de repente, girándose para observarlo.

Mikäh tenía la costumbre de caminar en torno a ella, trazando círculos a su alrededor, como un satélite orbitando en derredor de un planeta. Amiss no sabía si lo hacía a propósito o se trataba de algo inconsciente por su parte.

- ¿Qué quieres decir?
- Ael no podía ayudarme en mi tarea... legalmente, al menos. Bajaba aquí a ayudarme con el entrenamiento dos días en semana, pero nada más.
- Era tu guía, es lógico.
- ¿Y no se supone que tú eres su sustituto?
- Lo soy, pero eso no me convierte en tu guía... legalmente hablando, claro está.- añadió con un guiño cómplice.- A mí nadie me ha echado la bronca por venir aquí contigo. Cabeza hueca, ¿me estabas escuchando cuando te he mencionado lo de Internet?

Amiss le puso mala cara. Aunque Mikäh era mucho más amable y atento con ella de lo que era el Ángel, también se metía con ella en cuanto tenía oportunidad. Y eso era siempre, desgraciadamente.

- Sí. Pero yo no tengo Internet.
- Entra a algún locutorio o cíber café y conéctate. Cuesta dinero, no pienses que es gratis, pero eso no es difícil de solucionar.
- De acuerdo. Entro y me conecto, ¿y después qué?
- Busca en las páginas blancas de California a Haile Jahson.
- Vale. Pues... eso haré.
- ¡Que sería de ti sin mí!- exclamó, de forma dramática.
- No me obligues a contestarte...
- Eh, Amiss. Mira esta piedra.

Mikäh se agachó para recoger una piedra completamente lisa y plana, de color verde mar con vetas grises y blancas, y dársela. La Mediadora la contempló durante unos segundos antes de guardarla en el bolsillo de su vestido verde.

- ¿No la vas a lanzar?- inquirió él.
- No.
- ¿Por qué no? Es perfecta. Puede que lo consigas.
- No, no lo conseguiré. Y es una piedra muy bonita que no quiero perder en el fondo del mar. Me la guardaré.

El alma blanca asintió con gesto serio, y segundos después batió las alas alegremente, sonriendo de oreja a oreja. Amiss lo observó de reojo, desconfiada.

- ¿Qué pasa? ¿Por qué sonríes?
- Porque me acabo de dar cuenta de que... te he hecho un regalo y lo has aceptado.
- ¡No digas tonterías!- repuso ella, dándose la vuelta para esquivar su mirada.

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