martes, enero 26

Para ser un príncipe rana primero debes ser un príncipe

Connor no tenía ni idea de cómo tratar a una chica de ciudad. Tenía algunas nociones en materia de mujeres, pero no estaba muy seguro de si podría aplicarlas a Amy sin miedo a que le cruzara la cara de un bofetón.

Junto a la casa donde vivía con su madre cuando era pequeño, en los peores barrios de la parte este de la ciudad, había un modesto prostíbulo. Su madre se llevaba muy bien con las chicas de allí y aquellas, desde que Connor tenía tres años, lo habían mimado y cubierto de besos y atenciones.

Cuando el muchacho se hizo mayor, las atenciones que las chicas le prodigaban cambiaron de naturaleza y dejaron de ser cada vez más inocentes. El afecto maternal que inspiraba dejó paso a otra clase de emociones y sentimientos, pero espontáneos y fugaces, sin compromiso alguno. Connor jamás había tenido que ganarse el corazón de una chica, y eso le preocupaba.

Tal vez, el hecho de que Amy fuera la primera chica con la que tenía contacto después de dos años en la cárcel, tuviera que ver con cómo se sentía respecto a ella. El interés que demostraba hacia él le resultaba incomprensible. Era... como si hubiera surgido de la nada para hacerle sentir más a gusto consigo mismo. Algo parecido a una bendición. Y no quería dejarla escapar.

- Toc toc.- dijo Bianca, dándole unos golpecitos en la cabeza.- ¿En qué cielo estás ahora mismo, Connor?
- ¿Eso que llevas son perritos calientes?- preguntó el joven, sonriendo.
- Precisamente, sabueso. ¿Quieres uno?
- No voy a decirte que no.
- Nunca me dices que no.- rió ella.- Ponte de pie y entra. Ya mismo se va a poner a llover. ¿No lo has olido?

Lo había olido. A pesar de la turbia polución que contaminaba el aire, el aroma dulce de la lluvia venidera no le pasaba desapercibido.

- Sí, pero no me importaba mojarme.

No hay comentarios: