sábado, marzo 14

Pistachio ice-cream

En realidad el título me lo acabo de inventar, pero no le viene mal. Éste es el relato que me ha salido para mi essay de Creative Writing. El essay consistía en escribir algo a partir de lo que hemos dado en clase estas semanas, ampliado. Yo he elegido el ejercicio del flashback, porque puede que sea quizá el más complejo y porque además la clase en la que leímos nuestros trabajos, me la perdí por estar en Granada. El personaje principal es la misma chica que imaginé en la primera clase de todas, pero bastantes años después, cuando ya está en la Universidad. Es más largo que los anteriores, aunque no he llenado el cupo máximo de palabras que podía tener. Me ha costado enfocarlo, pero bueno, no estoy del todo descontenta. Eso sí, es posible que le cambie algunas cosas de aquí al lunes, que es cuando lo tengo que entregar. Ala, a ver si os gusta.


Aquel día sólo habíamos tenido seis clientes, por lo que tuve bastante tiempo libre para entretenerme soñando despierta, una de mis aficiones favoritas. Estaba sentada sobre una montaña de cojines, junto a la ventana, disfrutando de mi helado y observando la plaza en la que se situaba la librería. Pietro, mi jefe, me miraba severamente desde el mostrador. Era un hombre muy alto y delgado, con el pelo negro y un elegante bigote que siempre mantenía muy cuidado. Le gustaba fumar en pipa. A pesar de que era un cascarrabias y de tener carácter taciturno, no sólo le debía una sino al menos diez. Me había contratado, a mí, una simple estudiante, y me había permitido tener un horario que encajara con mis clases en la Universidad. Pero no soy tan ingenua como para pensar que se debía únicamente a su buena voluntad: Pietro había quedado bastante impresionado por mis amplios conocimientos de literatura y también por mis relatos. Pensaba que yo era una provechosa adquisición. Entre ambos existía una relación patrón-protegido, como en los antiguos tiempos cuando los Mecenas eran la base del poder en Italia.

A través de la ventana podía ver los puestos donde los vendedores ambulantes trataban de vender sus artesanías. Muchas mujeres se detenían un instante para echar un vistazo a los objetos hechos a mano. Había dos niños y una niña jugando alrededor de la fuente, tirando monedas al agua y pidiendo deseos. Un anciano alimentaba a las palomas con su bastón a los pies, sentado en un banco cerca de las mesas y sillas de una pastelería. Una larga cola salía por la puerta de la heladería donde, pocos minutos antes, yo me había comprado el mío. Por encima de los tejados marrones vi a los vencejos alejarse volando del campanario de la iglesia cuando las campanas comenzaron a sonar. Me encantaba aquella atmósfera tranquila y apaciguada; no quería volver a Escocia. Al final había encontrado mi sitio, lejos del cielo gris y nublado que corona los paisajes escoceses y de los vientos húmedos y fríos: su nombre era Roma.

Escuché la voz de Pietro, quejándose. Siempre estaba quejándose: las estanterías nunca estaban perfectamente limpias, los libros nunca estaban correctamente ordenados, siempre faltaba alguna ficha en el archivador del servicio de biblioteca de la librería... Pero me limité a ignorarlo y a seguir degustando mi helado de avellana y pistacho. Es curioso cómo a veces seguimos manteniendo algunas costumbres aunque no tengamos porqué. Casi siempre pido una bola de pistacho a pesar de que no me gusta demasiado. ¿Por qué? Porque cuando era pequeña sólo comía helado en verano, en el cortijo de mi abuela. Mis tíos lo traían cuando venían a visitarnos allí, y siempre había helado de pistacho.

Recordé la noche en la que descubrí aquel misterio. Mis padres charlaban tranquilamente con mis tíos y mi abuela, sentados en el porche de la casa, después de cenar. Yo estaba en los escalones, junto a mi primo y a su mejor amigo, James, ambos tres años mayores que yo.
Estábamos comiendo helado. Yo me sentía cansada y soñolienta, medio hipnotizada por las temblorosas llamas de las velas sobre la mesa y adormilada por la nana que cantaban los grillos. Mi primo me dio un codazo en el brazo. "No me gusta el de pistacho, puedes comértelo si quieres." "¿Por qué siempre traéis helado de pistacho si no te gusta?", pregunté yo. James rió y mi primo hizo una mueca. "Bueno... James y yo hicimos una apuesta y la perdí. Prometí que le compraría helado de pistacho, es su favorito." Asentí, y luego inquirí: "¿Qué apuesta?" "No es asunto tuyo." dijo James, y fue el turno de mi primo para reírse.

Fruncí el entrecejo y sacudí la cabeza. Estaba volviendo a mis tendencias masoquistas: James era un tema prohibido sobre el que pensar. Suspiré y miré la libreta que tenía delante de mí. Estaba abierta, pero las páginas estaban sin escribir. El bolígrafo descansada cerca de mi mano; no lo había tocado desde que me senté allí. Últimamente la inspiración no estaba de mi parte. La blancura inmaculada de las páginas parecía contemplarme de forma acusadora.

Escuché la campana de la puerta y la voz de Pietro hablando con otro hombre. Suspiré de nuevo al ver a una niña pequeña, de la mano de su madre, salir de la heladería mientras sonreía a su lado de pistacho. ¿Acaso el Universo trataba de hacerme sentir miserable aquella tarde?

- ¡Eva!- me llamó Pietro.

Siempre me llamaba así. Hacía ya mucho tiempo que había desistido de que me llamara por mi verdadero nombre, Eve, ya que Pietro pensaba que era una burda imitación del nombre latín original.

Me levanté justo en el mismo momento en que él se acercó a la ventana. Aspiré el olor a tacabo de pipa cuando me entregó tres cartas blancas.

- ¿Le has dicho al cartero que te traiga el correo aquí?
- Sí. Paso aquí más tiempo que en mi casa.
- Questo è vero! Y no sé si es bueno o malo.

No contesté; no tenía ganas de empezar a discutir.

- Cuando acabes el gelato, ven y échame una mano. Hoy cerraremos un poco antes.
- De acuerdo.

Me senté otra vez y abrí la primera carta. Era de la Universidad. Estaba intentado prolongar mi estancia en Roma, aunque sabía que mi madre no iba a tomarse aquellas noticias con muy buena cara. La carta decía que era posible pero que primero debía informar de ello a mi Universidad de origen. Bueno, eso era fácil, no me costaría mucho resolverlo. La segunda carta era del banco, así que no la abrí. Seguramente no sería más que un aviso de la última transferencia que me habían hecho mis padres. Miré atónita la tercera carta. A pesar de que reconocí inmediatamente la caligrafía, no pude creérmelo. Pero su nombre estaba claramente escrito en el remitente.

- Eva, per favore. Tenemos que cerrar.

Guardé la carta entre las páginas de la libreta y ésta en la mochila. Me mantuve ausente mientras ayudaba a Pietro a contar el dinero de la caja, a apagar las luces y los ordenadores y por último, cerrar la tienda. Estaba tan distraída, sumida en un estado casi catatónico, que no escuché lo que Pietro me decía. Me puso la mano sobre el brazo.

- ¿Estás bien, Eva?
- ¿Eh? Ah, sí, lo siento señor Tieghi. ¿A qué hora quiere que venga mañana?
- A la misma de hoy.
- De acuerdo. Bueno, pues... ciao.
- Ciao.

Al salir de la plaza uno de los niños que antes había estado jugando junto a la fuente chocó conmigo, pero yo apenas me di cuenta; murmuró una disculpa que no escuché y corrió a esconderse detrás de su madre. Llegué a la siguiente calle y me detuve en una parada a esperar el autobús. Soplaba una brisa cálida y agradable, el cielo tenía un pálido color azul y el sol aún calentaba. Tuve que meter las manos en los bolsillos del pantalón para evitar abrir la mochila y coger la libreta; ansiaba tener la carta entre mis dedos. ¿Qué tipo de broma era aquella?

El autobús llegó. Pagué mi ticket y me dejé caer en un asiento junto a la ventanilla. En cuanto el autobús se puso en marcha, saqué la carta. No lo pude evitar. Estudié la caligrafía con atención una y otra vez, pero no había ninguna duda: era él. James. Aunque una parte de mí era consciente de que aquello podía ser malo para mí, abrí la carta. Y empecé a leer.

"Eve,
No voy a decirteque lo lamento, no voy a explicarte porqué no he contestado ninguna de tus cartas estos dos años atrás. No voy a escribirte Feliz Cumpleaños. Sabes que, probablemente, sea la persona más impaciente que conoces y que prefiero hablar con alguien a perder mi tiempo escribiendo cartas. Pero pensé que al menos te debía una en compensación a todas las que no te he escrito.
Tenemos muchas cosas de qué hablar y estoy ansioso por verte. Cafe della Pace, 6.00 pm, 26 de marzo. Si lo he hecho todo correctamente, esta carta debería llegar a tus manos ese mismo día. No te preocupes por el dinero, invito yo.
James."

En mi estupefacción lo único que pude hacer fue mirar el reloj. Eran las seis menos cuarto. Estaba en estado de shock, mi mente era incapaz de pensar nada coherente. James estaba aquí, me estaba esperando. No se había olvidado de mí. Quería verme. Estaba aquí. ¿Cómo era posible que el hecho de haber recordado que el helado de pistacho era su favorito lo hubiera traído hasta Roma? Se acordaba de que hoy era mi cumpleaños. Tenía que darme prisa.

Me levanté y entonces recordé que estaba en un autobús. Un autobús que estaba yendo en dirección contraria al Cafe della Pace. Tuve que hacer un gran esfuerzo por contenerme y no pedirle al conductor que parara allí mismo. En la primera parada bajé y miré al panel donde aparecían los minutos que quedaban hasta la llegada del próximo autobús. Mierda, un cuarto de hora. Miré a mi alrededor en busca de los colores amarillo y negro de los taxis, sin encontrar ninguno. Me abrí paso entre la multitud y eché a correr.




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