sábado, julio 13

IASADE -116-

Mila entró tímidamente y avanzó unos pasos hasta quedarse frente al caballete ocupado por el boceto a carboncillo. Amiss se metió en la cocina y dejó la bandeja sobre la encimera, dándose cuenta al observar a la muchacha tras el mostrador de que, súbitamente, el silencio indestructible del piso de Ángela había desaparecido… apuñalado por la respiración y el latido del corazón vivo de la humana.

- Pasa, pasa… siéntate donde quieras.
- ¿Estudias Bellas Artes?- preguntó la chica, admirada en la contemplación de su obra a medio terminar, tras sentarse en el sofá.
- Sí, ¿y tú?
- Educación.
- Qué bien.

Mila contemplaba ensimismada el piso, la decoración y la terraza, con la boca medio abierta, y Mikäh, que pululaba curioso a su alrededor, sonrió con cierta ternura.

- Tu apartamento es precioso… y muy grande. ¿Vives sola?
- Deberías preguntarle si le apetece algo de comer, o de beber. Eres una pésima anfitriona.

Por un instante, Amiss no supo a cuál de los dos responder. Clavó la mirada en el alma blanca, que plegó las alas en un mudo gesto de disculpa, y luego rápidamente en la chica rogando que Mila no se hubiera dado cuenta. Meneó la cabeza.

- Perdona, no te he escuchado bien. ¿Qué me habías preguntado?
- Que si vives sola en el piso. Es muy bonito.
- Sí, vivo sola… Oye, ¿quieres tomar algo?
- Mmm… ¡vale! Un té está bien, si tienes. Podemos acompañarlo con una magdalena y así catamos qué tal están.
- ¿Té? No sé si tengo té… voy a mirar. Un momento.

De repente, la cocina le pareció una auténtica jungla inexplorada llena de cajones, muebles y puertas pequeñas. ¿Tendría té? ¿Dónde se guardaba? ¿Y qué hacía si no tenía? Mikäh, viéndola en apuros, abandonó el estudio de la visitante para acudir en su ayuda. Sobrevolando la cocina le fue indicando cajones en los que mirar y muebles que abrir hasta que al final dieron con un paquete de bolsitas de té en un estantería de la despensa, detrás de paquetes de cereales y galletas que Amiss ignoraba que tenía.

- ¡Tengo té!- le dijo a Mila, triunfante.

La chica se limitó a sonreír comedidamente.

 - Genial. ¿Cómo lo preparas tú? A mí me gusta con leche.
 - Sí, con leche.

Y de repente se quedó completamente en blanco. ¿Cómo diantres se preparaba un té? Pero, nuevamente, Mikäh le leyó el gesto de angustia y le dio la información que necesitaba.

- Hay que calentar agua y tener a mano el azúcar. Busca un cazo… no, ahí no caben los cazos. Mira debajo del fregadero. Sí, ese. Bien, échale agua y ponlo en el fuego. Eh… no, Amiss, eso es una vitrocerámica. Elige uno de los círculos y enciéndelo…

 La Mediadora pulsaba enérgicamente sin ningún resultado cada uno de los botones de aquel panel negro, nerviosa.

- ¿Necesitas ayuda?- preguntó entonces la chica, desde el salón.
- ¡No, no! No te preocupes, no me hace falta.
- Sí que te hace. Anda… déjame a mí.

Y el falso ángel, en un santiamén, la encendió con tres movimientos de dedo.

- Busca el azúcar. Seguramente esté en la despensa también. Y coge dos tazas.
- No pienso beber té.- replicó en un susurro apenas audible.
- Te ha traído unas magdalenas que no vas a probar, y aunque tienes excusa para eso probablemente le sentará mal de todas formas. Por muy “llena” que estés, un té entra siempre, así creo que será mejor que te aguantes y te lo tomes.

Con un mohín, pero sabiendo que tenía razón, asintió y colocó dos tazas encima de una bandeja. Siguiendo las instrucciones de Mikäh, puso una bolsita de té y una cucharada de azúcar en cada una de ellas, y una vez que el agua estuvo hirviendo la vertió desde el cazo en las tazas hasta la mitad y las completó con leche hasta arriba. En un plato decorado con una filigrana de hojas otoñales depositó una magdalena especialmente grande, y haciendo verdaderos equilibrismos para no tirar la bandeja de camino al salón, salió de la cocina bastante concentrada en sus propios pasos.

- ¿Tú no las vas a probar?- preguntó Mila, un tanto decepcionada.
- Más tarde sí, pero es que he venido comida de la Facultad y todavía me siento bastante llena. Aunque por la pinta y por el olor, seguro que están riquísimas.
- Eso espero, desde luego.

La chica cogió un pellizco de magdalena y se lo llevó a la boca. Lo saboreó con una sonrisa y afirmó con la cabeza.

- No es por echarme flores, pero sí, están riquísimas.
- Muchas gracias por traerme unas cuantas.
- De nada. En realidad, han sido una excusa. Tenía curiosidad por conocerte. ¿No eres de aquí, verdad?
- No. Soy española.
- Lo sé por el nombre, porque tu italiano es impecable. Mucho mejor que el de algunas personas que conozco.
- Con el español pasa igual, hay mucha gente que destroza el idioma.
- Habrás venido aquí con una beca, imagino.
- Sí, estoy de Erasmus. Sólo estaré aquí este curso.
- A mí me quedan dos años de carrera, y estoy deseando terminar.
- ¿No te gusta?
- Sí, pero mis padres me presionan bastante. Yo también vivo sola… aunque mi piso es mucho más pequeño que este. Ya te lo he dicho antes, pero es precioso. Me encanta la decoración… aunque bueno, si estás estudiando arte no es raro que tengas tan buen ojo para esas cosas.
- Gracias.
- Si alguna vez tienes algún cuadro que te sobre, por falta de sitio o porque no te guste, o incluso por vender… avísame. A mí me sobra espacio en las paredes.
- Lo tendré en cuenta.
- Que simpática es nuestra vecina, ¿verdad?- comentó Mikäh, sentado a su lado.

Mila apuró la magdalena mojándola en el té y se puso en pie al terminar.

- No quiero abusar más de tu hospitalidad. Me da la sensación de haber interrumpido.
- Sólo estaba pintando, no te preocupes.- mintió Amiss.- Ha sido un placer conocerte.
- Lo mismo digo. Espero que me tengas en cuenta para cualquier cosa que necesites.
- Igualmente.

La acompañó a la entrada, se despidió con un gesto de la mano y cerró los ojos sintiéndose enormemente aliviada cuando cerró la puerta. Mikäh frunció el ceño.

- Eres una exagerada.
- No me gusta hacer amigos humanos fuera de mi horario estrictamente laboral.
- Tu horario laboral es a tiempo completo, no sé si te acuerdas.
- Es un asco, eso es lo que es. Menos mal que este finde nos vamos a la Capital… no aguanto más, estoy saturada.
- Antes de irnos tienes una tarde muy intensa por delante.
- Lo sé… y ya queda poco tiempo para tener que salir del apartamento. Colócate, que voy a seguir dibujando.

Mikäh obedeció y se repantingó sobre los cojines como un auténtico semidios griego, sonriendo con cierta presunción.

- Cuando tus obras sean famosas, yo apareceré en ellas. Y la humanidad se preguntará… ¿quién es ese apuesto joven vigoroso, de grácil figura y belleza deslumbrante?
- Mis obras no se harán famosas.
- No seas pesimista.
- Y tú no te hagas ilusiones.
- Por cierto… - su sonrisa desapareció.- No voy a acompañarte ahora. Amiss soltó de nuevo el carboncillo y lo miró con seriedad.
- ¿Por qué no? Precisamente hoy, tu ayuda me vendría que ni pintada. Voy a estar con… ¿cinco humanos o más? Puede que me muera otra vez.
- Yo confío plenamente en ti y sé que serás capaz de arreglártelas sin problemas.- respondió él, alentándola.- No te menosprecies.
- Vaya excusa mala.
- No es una excusa, es la verdad. Lo harás genial, y ya que tú no lo crees… tendré que demostrártelo.
- ¿Dejándome sola?
- Sí.
- ¿Y a dónde vas a ir?
- Haré algo de turismo. Me gusta mucho Cagliari, tiene mucho que ver. Iré fichando sitios, y cuando volvamos de la Capital te los enseñaré.

Amiss asintió en silencio, sin saber si enfadarse o alegrarse por las palabras de Mikäh. La tristeza que merodeaba en torno a ella dolía mucho más cuando el alma blanca se alejaba, pero en cierto modo incluso aquella melancolía resultaba reconfortante en comparación con la incertidumbre que la perseguía. Volvió a asentir, para sí misma en aquella ocasión. Tampoco era bueno para ella que Mikäh estuviera siempre a su lado. Se acostumbraba demasiado rápido a su presencia y tanto que, cuando se presentaba una separación aunque solo fuera temporal, se resistía a perderlo de vista y eso sólo le hacía más daño aún. Porque sabía que en algún momento, que ya no quedaba muy lejano, aquella separación sería definitiva.

- Vale. Sí, será positivo que lo haga yo sola… al menos ahora sé preparar un té. Voy a arrasar.

jueves, julio 11

Migrando

El calor había llegado de repente, acompañado de las golondrinas. Como siempre, la primavera apenas había durado un mes; el tiempo justo para que los agricultores plantaran las semillas de la futura cosecha y para que las mujeres guardaran los sayos y sacaran las camisas sin mangas. En el pueblo, el suelo estaba cubierto por el polvo abrasador del verano y la tierra que los carros procedentes del campo dejaban tras de sí. La mayoría de la gente evitaba pisar la calle desde el medio día hasta el ocaso, pero el viejo Timtiel permanecía el día entero en la Plaza Menor, resguardado del sol bajo su tenderete de lona.
Aunque ya era mayor, Timtiel seguía siendo un hombre recio y fuerte. Tenía la piel tostada y arrugada como el papel, las extremidades nervudas y el rostro adusto. El bigote tieso que tenía debajo de la nariz, sin embargo, lo hacía parecer amable, y todo el mundo sabía que se le daba bien escuchar. Timtiel era el confesor del pueblo, y también vendía empanadas, tortas y dulces.
Siane lo observaba sentada en los escalones de un portal cercano. Por mucho que se encogiera sobre sí misma, los dedos de los pies seguían quedando desprotegidos de la sombra del tejado y la suela de las sandalias le quemaba. En la plaza, los chicos de su escuela habían hecho un corro a su alrededor y le suplicaban comida gratis. El viejo Timtiel se hacía el duro, pero tanto los niños como él sabían que al final les daría un bollo a cada uno. La reticencia a abandonar su refugio la mantenía lejos del tenderete, a pesar de que ella también tenía hambre.
Después de unos minutos de lloriqueos, Timtiel cedió y les obsequió con una torta de maíz y mermelada. Los niños gritaron alborozados y saltaron, dándole las gracias. Uno de ellos, un chiquillo rubio y desgarbado, se acercó al portal para darle una dulce a Siane. Se sentó a su lado una vez que ella lo hubo aceptado y ambos comieron en silencio.

- Mi padre ha dicho que te diga que tú y tu familia estáis invitados a cenar mañana por la noche en mi casa.- dijo el niño, de carrerilla. Como si lo hubiera ensayado varias veces.

Ella asintió. Había varias cosas que Siane sabía sin necesidad de preguntar. Una de ellas era que había cosas que cambiaban a lo largo del tiempo dependiendo de las circunstancias y otra que, por por mucho que cambiara la vida, había cosas que permanecían inmutables pese a todo. El viejo Timtiel siempre era bondadoso con todo el mundo y nunca pedía nada a cambio de un favor. Pero había otras personas cuyo interés era migratorio y se cobraban los favores ritualmente. Siane era demasiado pequeña para intuir lo que sucedía en realidad, pero aún así era consciente de que algunas personas se interesaban por su bienestar y el de su familia a cambio de ella contestara a las preguntas que le hacían. Aquellas voces que escuchaba en su cabeza habían estado ahí desde que ella tenía uso de razón, y a pesar de su tierna edad Siane sabía con certeza que nunca mentían.
Lo que ignoraba por completo era que todas las riquezas que sus padres habían acumulado en el último año eran el pago por el don que ella poseía: la respuesta a cualquier pregunta.

El niño se levantó y se marchó sin despedirse. El resto de chiquillos también se dispersó después de la merienda, pero ella se quedó en los escalones hasta que su padre apareció en la plaza subido al carro. Antes de llegar hasta él se detuvo junto al puesto de Timtiel para darle las gracias. El viejo le contestó con un gesto seco de cabeza y la siguió con la mirada mientras se alejaba, resguardado del sol bajo la lona de su tenderete.

[Imagen por theumbrella]

Siane es uno de los personajes clave de un proyecto que tengo entre manos desde que asistí al curso de novela. Aún no tiene título, pero como es posible que suba algún relato más sobre ella o sobre otro de los personajes, lo etiquetaré con el nombre de We Are Broken (canción que me inspiró la idea).