miércoles, mayo 30

IASADE -103-


Aquella mañana el sol se sentía generoso y arrojaba con despilfarro su calidez sobre tejados y asfaltos, en un cielo con un par de nubes extraviadas. Para Amiss, una de las sensaciones más maravillosas del mundo mortal era la caricia del astro rey sobre la piel, y aunque la suya no fuera más que una ilusión, el calor se le filtraba hasta el interior y le hacía algo menos pesada su carga. La luz era tan intensa que le obligaba a bajar la mirada. Mucho más de lo que era en Belice.
Aquel tramo de la Via Marengo estaba atestado de alumnos que cruzaban el paso de peatones con paso perezoso y que entraban, con ojos todavía pegados o hinchados por el sueño, en la Facoltà di Ingegneria, el complejo de edificios de aspecto desangelado y viejo que era su vecino de enfrente.

- Es un sitio un poco triste, ¿no crees?- opinó Mikäh, acariciándose pensativo la barbilla, observando evaluadoramente el centro.

El alma blanca tenía razón. El paso del tiempo había hecho mella en aquel lugar, que estaba sucio, destartalado y desvirtuado. Las paredes de la entrada, intercaladas con vallas metálicas, lucían un estampado de pintadas y grafitis muy poco artísticas y nada originales que afeaban el lugar haciéndolo parecer un callejón olvidado de un mal barrio más que un centro de enseñanza universitaria. Comparado con la nueva y deslumbrante Facoltà di Belle Arti, aquel lugar era un tugurio tétrico y deplorable.

- Menos mal que a Isaac no le dio por ser ingeniero.- murmulló, en apenas un susurro.

Llegó a la esquina de la calle y cruzó el paso de peatones dejando atrás la Piazza d’Armi a su espalda, en dirección a la entrada de la Facoltà di Scienze della Formazione, puerta de acceso al Campus deportivo de la Universidad. Era un edificio rectangular de tres plantas, pintado de amarillo y algo feo, aunque ni mucho menos tan deprimente como la Facoltà di Ingegneria. Para llegar a su destino, Amiss tenía que rodearlo, atravesar un gigantesco aparcamiento de coches y finalmente, llegar a los jardines que precedían la entrada del blanco y precioso mausoleo que parecía ser la Nuova Facoltà di Architettura e Belle Arti. En el cénit de su cúpula de cristal parecía haberse aposentado el sol, en un trono de luz intensa y diamantina que cegaba al espectador.

- Ayer estuve trasteando un poco en el trasto ese…
- Se llama ordenador.- musitó ella.
- ¿Y qué más da? El caso es que mientras tú te fuiste a buscar a tu usuario, estuve buscando información.

Amiss enarcó las cejas.

- ¿Sabes cómo funciona?
- Que tú seas torpe no significa que el resto del mundo lo sea. Claro que sé cómo funciona, su manejo es bastante intuitivo. Eh, no me mires con esa cara, y además… contrólate un poco, puede verte alguien.
- Me da igual. Sigue.
- Busqué información sobre este lugar. Sólo hace cuatro años que entró en funcionamiento, ¿sabes? Antes no había estudios de Bellas Artes en Cagliari, sólo de Arquitectura, pero la facultad de Arquitectura se quemó en un accidente y construyeron ésta después de aquello. Fue entonces cuando implantaron la nueva carrera. El espacio que ocupa la facultad era antes un campo de fútbol.
- Gracias por decírmelo, me vendrá bien.

Mikäh asintió con un gesto y observó la cúpula del edificio sin parpadear.

- El sol es más hermoso aquí que en la Capital. Desde arriba, su resplandor sólo es una luz uniforme que habita en todas partes.
- Sí, pero… los humanos no pueden mirarlo directamente. No saben lo hermoso que es.
- Hasta que mueren.
- Para luego olvidarlo.

martes, mayo 29

Soy un monstruo

La civilización ha corrompido los instintos naturales del hombre.
La educación, la cortesía, las apariencias... no son más que vestiduras de seda para un animal. Nacimos como bestias,seguimos siéndolo y lo seremos, por mucho que intentemos reprimir nuestra naturaleza. La sociedad y la política son meras pantomimas, hipócritas teatros de personajes falsos y mentiras hermosas, plácidas y sumisas. La moralidad es una cadena que no nos deja respirar, que coarta nuestros deseos y comportamientos espontáneos.

La civilización ha hecho al hombre cruel.
"Antes también existía la crueldad", diréis. Y tendréis razón, porque la crueldad ha estado siempre presente en el mundo, al igual que la injusticia. Y a pesar de que han existido hombres crueles, nunca ha habido tantos como ahora. Antes el hombre no tenía que esconder su cara salvaje, su faz indomable. En los tiempos dorados de la ley del ojo por ojo, todo era más sencillo: tú matabas a mi hermano y yo mataba al tuyo, y no daba tiempo a que creciera la semilla del rencor, que más tarde florecería en una temprana crueldad. La masacre estaba mucho más generalizada y la vida era peligrosa y mucho, mucho más corta. El hombre disfrutaba matando y no se avergonzaba de ello. No había necesidad de ser cruel pudiendo matar a tu enemigo antes de llegar a sentir nada por él, aunque... claro está, había excepciones.
El oficio de matador estaba bien demandado. Los enfrentamientos eran pan de cada día, las guerras vecinas cercanas cada dos por tres y siempre eran queridos individuos sin escrúpulos a la hora de librarse de posibles enemigos. Los guerreros de honor no eran bien recibidos en todas partes, pero los mercenarios eran codiciados por los hombres de poder.

Siempre me ha gustado limpiar a mano mis propias armas. Nada de agua, ni de jabón, ni de otro tipo de productos. Paño húmedo y repaso tras repaso, trasladando la sangre de un lugar a otro hasta dejar el metal impecable. La sangre... nunca otro líquido elemento me ha parecido más poderoso; ni licores, ni las bebidas más exquisitas, caras y deliciosas. Es la sangre la esencia de la vida, y su color y aroma son lo más embriagador para un asesino.
Como dije antes, la civilización ha corrompido los instintos naturales del hombre. A ojos de la sociedad actual, yo soy un monstruo. No soy cruel, ni avaricioso. No deseo el poder, ni quiero dinero. No tengo posesiones, hogar ni familia. Y aunque pueda disfrutar de la compañía humana, de la comida, la bebida y el placer, lo que hace que mi alma alcance el culmen de la exaltación es matar.
No es por deleitarme con el sufrimiento ajeno o el dolor. Se trata, más bien, de una adicción. El hombre puede crear vida y puede arrebatarla, y es esa sensación de plenitud la que hace que todo mi ser se encienda como una llama en mitad de un huracán, apagándose igual de rápido... como la luz en los ojos de mis víctimas. Es esa sensación fugaz y perecedera... la que me hace sentirme como un auténtico dios.
La noche es mi fiel compañera. En la actualidad, la gente duerme tranquila por las noches. La enorme mayoría concilia el sueño fácilmente en poco tiempo sin temer que un extraño los aceche para asesinarlos sin decirles una sola palabra. Hoy las estrellas brillan con más fuerza, después de que la tormenta haya desaparecido dejando el cielo limpio y claro.
Diría que es una bonita noche para matar, pero... para mí cualquier noche lo es.

[Imagen por NegativeFeedback]

jueves, mayo 17

IASADE -102-


Una vez sentada en el sofá púrpura de la sala de estar, con los pies apoyados sobre la mesa, dejó vagar su abstraída mirada a través de la puerta acristalada que daba al balcón. Y se dio cuenta de que había cometido un error. De que había sido una insensata.

El piso estaba muy bien situado; en una calle modesta y a diez minutos andando de la Facultad. Era pequeño pero acogedor, y lo suficientemente espacioso para una persona; constaba de un dormitorio, un baño, un estudio, salón, cocina y balcón. Internet, gas y calefacción. Amiss no tenía ni idea de quién se había ocupado de la decoración, pero le encantaba. Colores cálidos e intensos, mobiliario de manera oscura, biombos de madera que daban un toque de intimidad y elementos decorativos de culturas exóticas.
E incluso ella, con su limitado conocimiento del mundo mortal, sabía que muy pocas personas podían permitirse un hogar así. Y menos una estudiante universitaria.

- ¿Te gusta?- preguntó Mikäh, paseándose frente a la estantería que cobijaba la televisión, observando de cerca un par de estatuillas con forma de dragón oriental.
- He sido una estúpida.- murmuró, pasándose las manos por los ojos.- Una completa estúpida.
- ¿Qué pasa?- inquirió, arrodillándose a su lado.

Aquel gesto la conmovió, pero no espantó su malestar.

- No tengo nada planeado.- explicó ella, ansiosa.- Me he metido de cabeza aquí sin saber qué hacer, sin información a la que atenerme, sin una historia que avale mi situación, sin conocer a mi usuario.
- Mmm…- Mikäh asintió de forma imperceptible.- Pero… ¿no es eso lo que haces siempre?
- ¡Sí, pero esta vez es peor!- exclamó ella, levantándose de golpe.- Siempre me dejo llevar, y eso ya de por sí es un error. Se supone que debería documentarme primero.
- No…
- Las veces anteriores tuve suerte y no fue tan grave, porque la tarea era “relativamente” fácil de cumplir, aunque con Claudia ya me equivoqué. Me lancé de lleno a por ella sin tener en cuenta, en un primer momento, que debería acompañarla durante el embarazo. Fueron seis meses.
- Eso no es tan grave…
- Podría haberlo sido, pero por suerte mi contacto con Claudia era bastante limitado. Ahora he sido una inconsciente total. No sé cuánto tiempo tengo que estar aquí, prácticamente viviendo entre mortales continuamente. Sólo conozco el nombre de mi usuario y su procedencia, nada más… No sé cuánto tiempo planea quedarse aquí. No tengo una historia que sustente este apartamento. No sé lo que tendré que hacer en las clases de la Universidad. ¿Y si no doy la talla?
- Amiss, tranquilízate.- le dijo, colocándose frente a ella y apoyando las manos sobre sus hombros.- Tranquila, no pasa nada.
- ¿Cómo que no pasa nada…?
- No, escúchame. Ésta es tu forma de trabajar, siempre lo ha sido. Desde el primer momento, has elegido a tus usuarios por impulso. De forma visceral. Y siempre has dado lo mejor de ti para ayudarlos, lo has conseguido en todas las ocasiones. Esta vez no es distinto. ¿No has preparado una historia? Da igual, puedes hacerlo ahora, eres capaz. ¿No conoces a tu usuario? Vas a interactuar con él todos los días, vas a poder conocerlo mejor que si hubieras dedicado una semana entera a observarlo desde lejos. Y por la Universidad no te preocupes, no es tu prioridad. Ya se encargarán los sabios de que aparezcan buenas notas en tu expediente.- añadió, con una sonrisa.
- Pero… ¿por cuánto tiempo?
- ¿Cómo?
- ¿Y si su Ambición es… yo que sé, convertirse en el mejor pinto del mundo? ¿Cuánto tiempo me llevará?
- ¿Y qué más da?- rió él.- ¿Acaso tienes prisa por acabar para hacer otra cosa? Es tu tarea. Y lo has elegido tú, porque quieres ayudarle. No te preocupes por eso.

En vez de contestar, Amiss se clavó la mirada en los pies y se mordió el labio. Mikäh suspiró.

- No te lo guardes, dispara. ¿Qué es lo que realmente te da miedo?
- Por un lado, el tiempo.- murmuró ella, dejándose caer de nuevo en el sofá y hundiéndose en él.- ¿Qué pasará si acabo por recordarlo todo… antes de acabar? Por otro lado, la situación. Ya nos hemos dado cuenta de que los usuarios que elijo, tienen algo en común con Cassidy. Con Ollie, incluso llegué a ver a… su madre. Entonces no sabía nada, pero ahora todo ha cambiado. Ahora lo sé. ¿Y si tengo un nuevo encontronazo…?
- Amiss.- dijo él, con tono tranquilizador.- No tienes que pensar en eso. Eres una Mediadora, tu función es cumplir y ya está. Ayudarás a tu usuario, durante el tiempo que te sea necesario, y no hay nada más.

El alma blanca miró de nuevo a través de la puerta del balcón y asintió en silencio, aferrando con fuerza la mano de Mikäh dentro de la suya. Sí, eso podía hacerlo.

- ¿Cómo se llama el afortunado, por cierto?
- Isaac. Isaac Espejo Chevalier. Curioso… ¿no crees?

miércoles, mayo 16

Los Dioses son invisibles

Si preguntas a la Humanidad, la mayoría de ellos te dirán que un requisito esencial para llegar a ser un Dios es la Inmortalidad. La belleza no es imprescindible, tampoco la bondad y desde luego, mucho menos lo es la misericordia. Los Dioses no tienen que ser, forzosamente, sabios. Ni siquiera todopoderosos.
Sin embargo, todos son inmortales. Da igual que las personas cambien sus creencias por otras, no importa que  se abandonen religiones; los Dioses fueron inmortales y seguirán siéndolo, pues todo el mundo los recordará aunque ya nadie crea en ellos.
Yo, en cambio, no creo que el requisito esencial para llegar a ser un Dios sea la Inmortalidad.
Los mortales desean no morir jamás porque es algo que está por completo fuera de su alcance, porque es un sueño imposible que jamás se cumplirá. No morir, no envejecer y mantenerse siempre en la flor de la vida, disfrutando de la eterna juventud.
Pobres ignorantes... porque no saben lo equivocados que están.
Una Diosa me obsequió con la Inmortalidad, en un lejano día cuyo número ya no recuerdo. Pero no me la dio como un regalo, sino como un castigo.
Como una maldición.
Y desde entonces, anhelo la muerte con cada fibra de mi ser.

He sido un proscrito, un exiliado. He sido guerrero protector, un consejero. Un sabio, un erudito, un maestro. He sido, finalmente, considerado Rey. Y de ahí, pasé a convertirme en un Dios.
Pero daba igual que yo fuese inmortal.
La gente ama a los dioses y mantiene su devoción por ellos porque creen que son escuchados, que sus plegarias son atendidas. Siempre, aunque no sea así. Un humano puede odiar a un Dios, pero si no tiene nada más en el mundo acabará regresando a sus manos. Volverá a rogarle en silencio por las noches, le rezará de nuevo en los momentos de desesperación.
Porque son invisibles.
Mis adeptos tardaron poco en repudiarme, de quitarme el poder que ellos mismos me habían otorgado. Si las cosas no salían como ellos querían, yo era el culpable. Y el odio de sus ojos jamás desaparecía porque eran capaces de devolverme la mirada.
El requisito esencial para llegar a ser un Dios es la Invisibilidad.

[Imagen por NegativeFeedback]

IASADE -101-

Un grito y una maldición se elevaron por encima del murmullo generalizado, llamando su atención pero pasando desapercibido en medio de tanta algarabía. Un joven se había agachado para recuperar los papeles prófugos de una carpeta que se le había caído de las manos, mascullando improperios entre dientes. Los demás miembros de la cola lo miraron mal cuando apartó pies ajenos, sin un ápice de delicadeza, con el fin de coger alguna hoja extraviada.
Dos personas más fueron atendidas en el mostrador antes de que le tocara a él. Era un muchacho alto, fuerte y de un extraño atractivo. Tenía el cabello negro y rizado, unos ojos almendrados de color azul agrisado parcialmente ocultos por los bucles azabaches, la línea de la mandíbula marcada y una barba de pocos días. Vestía una camisa y camiseta blancas y unos pantalones anchos de camuflaje militar. Puso la carpeta en la mesa con brusquedad, la abrió y pasó un folio detrás de otro seleccionando algunos.
Amiss estaba frente a él, acuclillada sobre la mesa y estudiándolo con minuciosidad.

- Debería haber tenido los papeles preparados de antemano para no retrasar su turno.- le dijo el hombre con reprobación.
- Sí, eso hice, pero se me cayeron las cosas al suelo.-y aunque el joven contestó en fluido italiano, Amiss detectó una leve irregularidad que le indicó que no era su idioma natal.
- Quiero los papeles para la matrícula.-el empleado enarcó una ceja.
- Hoy es el último día, no sé si lo sabe usted.
- Lo sé perfectamente, pero aún no son las dos, ¿verdad?
- Por supuesto que no.- el hombre cogió unos papeles y se los entregó.- Sin embargo, debería haberlo hecho antes.
- No he podido, he llegado a Cagliari hoy por motivos ajenos a mi voluntad.
- Claro. Bueno, bien… tenga. Rellénelos y vuelva a ponerse en cola.

El muchacho lo miró con incredulidad.

- ¿Quiere que vuelva a hacer cola para entregárselos? ¿No sabe la cantidad de gente que hay fuera? No llegaré a las dos para dárselos.
- No es mi…
- Mire,- musitó, con ira contenida e intentando armarse de paciencia.- no me ha sido posible venir antes y hoy es el último día. Si hiciera la cola de nuevo no llegaría a tiempo. ¿No puede dejar que los rellene mientras usted sigue atendiendo y luego dárselos? No le entretendré y no perderá tiempo cogiendo los papeles.
- Está bien.- suspiró el hombre.- Pero dese prisa.
- Descuide.

Amiss se arrodilló al lado de las manos rápidas del joven, que escribían a gran velocidad, fijándose en su caligrafía un tanto bailarina y angulosa. Cuando todos los campos del formulario estuvieron llenos y los papeles entregados, el chico sonrió satisfecho. Enormemente satisfecho. Un aura roja, brillante y palpitante, lo silueteó con intensidad; el color rojo de las Ambiciones.

viernes, mayo 4

IASADE -100-


Bajó del tejado con agilidad, liberada gracias a su estado etéreo de la torpeza, y por un segundo dudó entre estudiar con más detalle a los niños que jugaban o ir detrás de los turistas que ya habían doblado la esquina. Finalmente, su deseo de conocer la ciudad se impuso y echó a correr en pos de la pareja, que a todas luces parecía americana. El hombre no era muy alto pero tenía la espalda ancha y los brazos fuertes, pelo cano y corto, cejas pobladas y mentón erguido. La mujer era de caderas anchas, gemelos imponentes, nariz afilada y ojos sagaces, y blandía en el aire el mapa con firmeza.

Amiss los siguió haciendo caso omiso de la discusión que se traían entre manos; eran sólo una excusa para moverse y contemplar Cagliari. Llamó su atención la gran cantidad de jóvenes que recorrían las calles y la despreocupación, además de soltura, con la que caminaban. Los muchos artistas callejeros que tocaban o pintaban, copiando el paisaje o retratando a la gente a petición de un cliente o por puro placer, el ingente número de turistas armados con sus cámaras de fotos mirándolo todo con ojos enormes.
La Mediadora saltaba de una persona a otra, siguiendo a todo aquel humano que hacía (o tenía) algo más interesante que interfería en su campo de visión. Bien podía ser una nariz atípica, un estampado precioso en la camisa, un color chillón en el casco de la moto, una voz muy grave, unos andares peculiares, una risa contagiosa… Cualquier cosa llamativa la hacía cambiar de rumbo como una veleta caprichosa, y esas decisiones azarosas fueron las que, tras horas de investigación, la dejaron a los pies de un edificio que le hubiera robado el aliento de haberlo tenido.

Tenía forma circular, era de cinco plantas y estaba techado por una cúpula semiesférica de cristal con nervios metálicos. Los muros estaban pintados de blanco y la estructura estaba rodeada por jardines divididos en cuatro sectores y por algunas edificaciones adyacentes, mucho más pequeñas y modestas. Con pasos impacientes, el alma blanca se acercó a sus puertas.
Y mientras recorría el camino empedrado que llevaba hasta ellas, se quedó atónita. Allá donde mirase había jóvenes de su misma edad y aproximadas, por todos lados. El césped estaba invadido por ellos, reunidos en grupos grandes, pequeños, a pares o en solitario. Jugaban a las cartas, charlaban, discutían, tocaban instrumentos, fumaban, leían, comían, dormían, bebían, reían, se besaban… Amiss revoloteó a su alrededor, asimilando todas las emociones y empapándose de ellas, estudiando a los posibles candidatos como usuarios al mismo tiempo que sentía una pequeña punzada de dolor quemándole por dentro sin que ella supiera por qué.

Se detuvo frente a las escaleras para leer la placa inscrita sobre las puertas “Nuova Facoltá di Architettura e Belli Arti” y con entró con resolución. El interior del edificio no era macizo, sino que estaba horadado en el centro. La construcción era como un donut taladrado por aire y paredes de cristal excepto en la planta baja, donde aquel espacio libre estaba destinado a habitaciones dedicadas a la administración. Una larguísima cola atravesaba aquella puerta, bajo el rótulo “Segreteria”, compuesta por alumnos que resoplaban con impaciencia, aburrimiento y desesperación, alternando los suspiros con incesantes vistazos al reloj. Impulsada por la curiosidad, los superó deslizándose invisible e inmaterial entre ellos para entrar en la estancia.

En su forma corpórea, Amiss era inalterable. Pero su inmutabilidad no impedía que no advirtiera el estado del ambiente, cargado y sofocante, que reinaba entre aquellas cuatro paredes. El aire era abrasador y los ventiladores observaban callados e inmóviles a la muchedumbre sudorosa y apelotonada que los observaban con mal humor. Cuatro personas de mediana edad, detrás de unos mostradores, atendían a la multitud de jóvenes con impasibilidad ajena al nerviosismo y prisas de sus interlocutores. Algunos de ellos hacían preguntas, otros exigían explicaciones o reclamaciones, pedían papeles, rellenaban formularios o recogían tarjetas. El bullicio era continuo, al igual que el entrar y salir de alumnos de la sala. Amiss, balanceándose en equilibrio sobre las montañas de papel que poblaban los escritorios de los empleados, observaba desde arriba a los muchachos.

miércoles, mayo 2

Despierta al sueño

Entran por la boca entreabierta, en la noche. Como en un suspiro al revés se deslizan entre montañas óseas y valles húmedos e inquietos y suben, haciéndonos despertar al sueño. Porque el sueño despierta y nosotros también, en el mismo sueño. Como un ente con vida propia, se despereza de forma lánguida y bosteza largamente sacudiéndose las manos y agitando los dedos a punto de conjurar un hechizo, dedos que acarician al subconsciente en la frente y la mejilla y depositan un beso llave en ambos párpados cerrados para abrirlos. Él sonríe y asiente. El cóctel de recuerdos, deseos, miedos y añoranzas se derrama como un mar pequeño, de oleaje vivaz y luchador que se resiste a toda forma y recipiente.
Las herramientas brillan junto al fuego. Unos tejen, enganchando las olas con hebras de magia trenzando un tapiz que ondea al viento sin pizca de aire. Otros dibujan el mar con colores que navegan solos sin necesidad de velas. Algunos moldean el agua con manos rápidas, que ríe en silencio por las cosquillas, y los últimos cascan las gotas y baten la espuma hasta dejar las palabras a punto de nieve para confeccionar secretos dodecaedros de caras espejadas.
Con la luz del sol, escapan por la boca entreabierta. 

[Imagen por Tooga]