domingo, enero 22

IASADE -96-

Eran las cuatro menos veinte de la madrugada cuando Claudia rompió aguas. Todas las luces del dúplex se encendieron mientras Gabriel, casi histérico, corría de un lado para otro preparándolo todo antes de meter a su compañera en el coche y llevársela rápidamente al hospital. Era martes, y la ciudad dormía bajo un cielo nublado que apenas dejaba ver una estrella y que amenazaba con llover de un minuto a otro. El Volkswagen beatle cruzó las avenidas como un rayo silencioso, seguido de cerca por una estela brillante, blanca e invisible para cualquier ojo humano; un pálido haz de luz que se coló en el ascensor para acompañar a la mujer hacia la sala de partos.

Cassia, sin embargo, no tuvo más remedio que esperar fuera, en el ático del edificio vecino que se había convertido en su atalaya habitual. Envidiaba a Amiss, éterea y presente junto a la camilla de Claudia presenciando en directo el milagro de la vida. Ella también sentía curiosidad, pero sólo podía satisfacerla a distancia, imaginándose la escena a partir de los latidos de corazón, estruendosos, que escuchaba desde fuera.
Se le ocurrió, de repente, que si los tocados por la luz se esforzaban tanto en proteger a los vivos era porque anhelaban volver a vivir, mientras que los condenados se esforzaban en sembrar la muerte porque a ellos se les había negado aquella posibilidad.
Una gota de agua le cayó sobre la frente, y tres segundos después de la cuarta un relámpago iluminó el abultado relieve de las nubes. Se preguntó si, arriba en el Cielo, se podría oír el tambor de los truenos y el tintineo de la lluvia. A sus oídos llegó un grito de mujer, desgarrador y lleno de fuerza.

Un poco más de media hora después llegó Mikäh. Cassia había advertido que durante la noche la piel del falso ángel resplandecía de forma especial, muy tenue y suavemente. Casi imperceptible. Y siempre se quedaba asombrada por lo bello que le parecía.

- ¿Cómo va?
- De momento no hay ninguna complicación, pero Amiss está muy nerviosa. Teme que algo se tuerza.
- Debería tener más fe. Esa es una de vuestras virtudes, ¿no?
- ¿Tú nunca has tenido fe?

Cassia meditó un instante antes de responder.

- No lo sé. Puede que sí, si fe la entendemos como esperanza.
- Eso es incluso más atípico.- sonrió él.- Aunque la esperanza es lo último que se pierde, o eso dicen los humanos.
- ¿No te mojas?- preguntó la Nocturna, al advertir que las gotas no le tocaban.
- Por muy tangible que me veas yo también estoy en forma etérea.
- ¿Y puedes corporizarte?
- No, eso es cosa exclusiva de los Mediadores. Voy a volver, no quiero dejarla sola.

Y sin esperar una respuesta por su parte, saltó en picado y planeó hasta alcanzar el hospital. Siempre era así, y aún a pesar de la norma Cassia no podía evitar sentir una punzada de dolor y rabia cada vez que Mikäh la abandonaba para regresar junto a la luciérnaga. Era consciente de que aquel era el lugar que le correspondía, de que así debían ser las cosas y de que debería estar más que satisfecha con el hecho de que él "confiara" en ella. Mikäh le brindaba su ocasional compañía y habían cesado las hostilidades por su parte, pero seguía sin resultarle suficiente. Quería más.

A las cinco menos diez un llanto nuevo se sumó a los gritos y jadeos de Claudia. Era una voz pequeña, vulnerable y frágil. Pero no débil, sino al contrario: estaba llena de energía y se hacía escuchar con firmeza en el mundo de los vivos. Cassia no pudo ver el rostro de Claudia, radiante por la más absoluta felicidad, pero alcanzó a ver el resplandor violáceo del cumplimiento del Sueño de la mujer, procedente del interior de Amiss, y tan intenso que estalló y traspasó las ventanas del hospital.

viernes, enero 20

IASADE -95-

Ael y Mikäh la guiaron hasta un almacén marítimo, situado en el puerto de la ciudad. Parecía llevar mucho tiempo en desuso; la madera del suelo, demasiado envenenada por la humedad salina y el descuido, estaba un tanto combada y apenas crujía. Las bombillas estaban fundidas y los maltrechos estantes vacíos y torcidos. No había nada aparte de un par de muebles viejos, una mesa y una jaula enorme de barrotes gruesos y muy juntos que llamó a la memoria de Cassia la cárcel donde Satzsa la había encerrado tiempo atrás. Y una vez que la Diablesa estuvo dentro, por primera vez en toda su existencia, sintió que se hacía justicia.
Satzsa agarró un barrote y chilló, retrocediendo rápidamente para acariciarse la mano herida con la contraria. Una sonrisa fantasma pareció dibujarse en los labios de Mikäh antes de desaparecer sin dejar rastro, como si jamás hubiera estado allí. Ael batió las alas, levantando el polvo que hasta aquel momento dormía silenciosamente.

- No podemos entretenernos mucho contigo, así que te recomiendo que hables por las buenas. Todo será más fácil e indoloro para ti.
- La piedad te ha podrido la inteligencia, palomo. No temo al dolor, no tenéis ninguna influencia sobre mí.
- Te vuelves a equivocar, Diablesa. Al igual que vosotros, en la Capital también experimentamos e investigamos vuestra sustancia vital. Hemos... intentado reconvertirla hacia nuestro bando. Sin éxito, desgraciadamente. Pero sí que hemos conseguido anularla.
- ¿Anularla?- repitió la Diablesa, con cierto tono de alarma e inseguridad.
- Eso es. Podemos convertirte en una condenada sin ningún tipo de privilegio, en un alma perdida. Nunca nos ha parecido un descubrimiento de gran utilidad, porque si atrapamos a uno de los tuyos es preferente la destrucción inmediata a llenar el Infierno con un infeliz más. Sin embargo... creo que es un buen método para convencerte de que es mejor que colabores sin crear problemas. Apuesto a que desaparecer te parece mejor idea que toda una existencia infinita de sufrimiento eterno en el submundo, ¿verdad?
- No te creo.- susurró Satzsa entre los dientes apretados.
- A mí eso me da igual. Te inyecto la sustancia y punto, ya lo comprobarás por ti misma. ¿Te arriesgas?

La Diablesa apretó los labios y los puños con fuerza, mientras agitaba la cola con furia de un lado a otro. Cassia observaba desde lejos, confiada: sabía que Satzsa aceptaría contestar.

- De acuerdo.- dijo con fiereza, sin atisbo de derrota en la voz.- Hablaré.
- Sabia decisión. Pero recuerda que sabré cuando mientes y cuando no.
- ¿Qué quieres saber?
- ¿Cassia? Haz los honores.

La mirada de Satzsa la atravesó cuando se acercó a ella, colocándose cara a cara, buscando en su interior alguna afinidad a la que apelar, una emoción a la que asirse, algún punto de influencia que ejercer. Todo en vano, porque Cassia ya estaba vacía de ella, liberada por completo de su poder. Estaba completamente vacía.

- ¿Desde cuándo me conoces?
- Desde que eras humana. Cultivé la semilla del mal que crecía interior hasta que caíste en mis garras. Yo te abrí las puertas a esta existencia... te di a luz a ella.
- ¿Por qué te convertirte en mi mentora?
- Pensaba que serías un arma infalible. Aunque es obvio que me equivoqué.
- ¿Infalible por qué?

Satzsa sonrió a medias, dirigiendo un fugaz vistazo a Ael antes de contestar.

- Tus circunstancias y características eran atípicas, únicas. Cuando un humano muere y su juicio acaba condenándole, su alma permanece sigue contaminada por algún resquicio de su antigua luz. La experiencia, y sus vivencias nunca se borran. Pero tú eras distinta... porque eras mal puro y no recordabas absolutamente nada de tu vida anterior.

Cassia se mordió el labio inferior, inquieta. Le quedaban sólo dos preguntas... pero aquella respuesta había generado más incógnitas, interrogantes con los que no había contado en su cálculo mental. No sabía qué era lo que prefería saber.

- ¿Por qué querías impedir que me acercara a Amiss?

Satzsa rió desdeñosamente.

- Temía que te perdieras... y ya ves que mi temor no era infundado.
- ¿Por qué?
- Porque ella es todo aquello de lo que tú careces.

Entonces Ael, espada en mano, bordeó la jaula con los ojos fijos en la Diablesa, como un animal acechando a su presa.

- Seguramente ahora agradezcas la piedad que siempre te ha parecido inútil. Despídete, Diablesa.

Y sin concederle ni un segundo para añadir algo más, introdujo hábilmente la espada a través de los barrotes y atravesó a Satzsa con ella. Cassia vio claramente, impasible, cómo los ojos naranjas de la Diablesa se apagaban en negro y su cuerpo, empujado por un viento invisible, se agrietaba, resquebraja y pulverizaba en cenizas.

lunes, enero 16

Limbo

A algunos se les encallecen los ojos de tanto observar, o la mente de tanto pensar. Se les quedan las pupilas frías y las cejas cansadas mientras buscan eternamente respuestas para las grandes incógnitas y los difíciles misterios. Mis aspiraciones son de estatura media y, excepto en contadas ocasiones, no se han quedado insomnes cavilando sobre los inevitables interrogantes de la existencia.
La otra noche, sin embargo, me asaltó, con inusitada fuerza, ese hambre filósofa que todos padecemos de vez en cuando.
Pero... como ya he dicho antes que mis aspiraciones son más bien de modesto alcance, mi misterio es mucho más familiar y cotidiano.

Me fascinan los segundos de tiempo que transcurren desde que nos despertamos hasta que somos conscientes de nosotros mismos, porque son un limbo absoluto. Ya que a pesar de los muchos tipos de despertar existentes, todos tienen en común (en mayor o menor cantidad de partículas temporales) esa inconsciencia plena y maravillosa. No sabemos ni quienes somos ni donde estamos, ni porqué hemos abierto los ojos. Pero sí anhelamos cerrarlos otro ratito más, por muy corto que sea. Es ese momento en el que los sueños todavía permanecen vivos en nuestras cabezas, desorientados y confusos, preguntándose por qué de repente se han quedado desnudos y al descubierto.
Es entonces cuando se asustan y se van.
Todos nuestros pensamientos humanos siguen protestando con los ojos cerrados, bien apretados, en esos segundos de entumecimiento general, regalándonos una fugaz insensibilidad durante la que dejamos de ser personas para asemejarnos más a ordenadores desconectados. Tan anestesiados que ni siquiera somos capaces de recordar en qué postura hemos despertado tumbados sobre la cama. Es un bálsamo que borra momentáneamente el dolor y las preocupaciones, los deseos y las esperanzas. Y aunque, a veces nos despertemos en mitad de la noche, nunca podemos afirmar exactamente cuándo.
¿Tan complejo es el laberinto que recorre el espíritu por las noches que le cuesta encontrar el camino de regreso al cuerpo?

[Imagen por NegativeFeedback]

viernes, enero 13

IASADE -94-

Un destello entre las hojas la distrajo inevitablemente, desviando la atención de Satzsa por un segundo que Cassia no dudó en aprovechar para golpearla en el estómago y tirarla de espaldas al suelo. El salto que dio lejos de la Diablesa, en dirección a Corazón que yacía oculta bajo la hojarasca húmeda, fue interrumpido por la cola de Satzsa, que culebreó en el aire y le castigó el tobillo con un latigazo que la hizo caer. Cassia gruñó y levantó la cabeza a tiempo de escuchar un crujido entre las ramas de los árboles y de ver una sombra oscureciendo el cielo sobre su enemiga.

La túnica de Mikäh, normalmente de un blanco puro e inmaculado, estaba manchada de verde sucio, marrón y gris. El alma blanca, aprisionando el cuerpo de la Diablesa entre sus piernas, inclinado sobre ella y rozándole el cuello con el filo de su espada celestial, parecía increíblemente agotado, a duras penas sin una chispa de energía. Y aún así una rabia salvaje y satisfecha hacía resplandecer su rostro, convirtiéndolo en una visión espléndida muy cercana al sentimiento de la pasión sólo propio de los humanos. Cassia se levantó rápidamente, recuperó a Corazón calmando así su ansiedad y apuntó con ella a Satzsa, que permanecía completamente inmóvil.

- Traidora... acabaré contigo. Te arrebataré la existencia que te regalé en su día y te reduciré a la nada.- masculló.
- Con amenazas imposibles sólo te humillas a ti misma, serpiente.- respondió Mikäh, con voz contenida.- No puedes escaparte de esta. Ael habrá terminado ya con tu amigo y no tardará en volver.
- ¿Y por qué esperas al palomo, falso ángel de mierda? Destrúyeme tú mismo si eres capaz.
- Soy más que capaz y además, me muero por hacerlo. Pero ni yo ni Ael vamos a destruirte aún.

Satzsa giró la cabeza para encontrar sus ojos con los de Cassia. Ojos que ardían como brasas, ahogados en odio y desprecio. La Nocturna apretó la empuñadura desnuda de Corazón en la mano.

- ¿Ah, no? ¿Qué vais a hacer conmigo entonces? ¿Conservarme como mascota, o llevarme al circo del Cielo como atracción mensual?
- No puedo negar que serías un espectáculo interesante. Una Diablesa corrupta... bueno, corruptos estáis todos, pero me refiero a una Diablesa humanizada. Aunque no es ese nuestro objetivo. Te vamos a interrogar.

La Nocturna se agachó junto a ella, acortando físicamente la distancia entre ambas; emocionalmente, donde antes no habían existido limites, ahora había un hondo abismo.

- Me vas a contar la verdad que me has ocultado siempre.
- Y además de traidora te has vuelto imbécil e ingenua del todo. Te has perdido en la confianza y en la fe ajena.
- Ni mucho menos.

Ael apareció sorteando los troncos, pisando silenciosamente las hojas caídas que alfombraban el bosque. Su fría espada celestial, manchada de negro, captaba y reflejaba los infinitos matices relucientes del sol que amanecía.

- No es confianza ni fe ajena sino certeza absoluta lo que me hace capaz de asegurar que acabarás cantando como un ruiseñor. Incluso puede que te salgan alas y todo.

El Ángel envainó la espada y se desabrochó de la muñeca una pequeña cadena plateada y sencilla, que en sus dedos creció y se alargó imposiblemente. Con ella rodeó el cuello de la Diablesa antes de cerrarla en torno a sus muñecas y tobillos. De un tirón, la obligó a levantarse. Su mirada, de orgullo gravemente herido, quemaba tanto que Cassia pensó que derretiría el metal celestial con un simple vistazo.

Caminando detrás de Satzsa, la Nocturna tuvo la impresión de sentir, en alguna parte de sí misma, el aguijonazo de la culpabilidad por un segundo. En algún lugar que ya quedaba vaga y profundamente enterrado en su interior y que no daba espacio al arrepentimiento. También, sin saber porqué, recordó a  Amiss y se preguntó si se sentiría sola sin sus dos escoltas habituales.

martes, enero 10

El muso

Poseo un amante que se contenta con mirarme mientras intento atraparlo entre mis manos. No sé porqué me otorga su inflamable presencia, tan desleal y volátil como una mota de polvo perdida en un huracán; ignoro completamente qué es lo que ve en mí. Tal vez le seduzca mi morbo inteligente, le conmueva mi poesía práctica y prosaica o le diviertan mis esfuerzos por traducir la realidad a algo más que realidad.
A veces desaparece sin despedirse, me abandona sin explicaciones ni fecha de regreso, con la pesada incertidumbre colgándome del corazón: ¿volverá junto a mí alguna vez?
Aguardar su llegada me irrita, me desespera, me agota y me hace dudar de mí misma. ¿Habré perdido mi don? ¿Ya no soy capaz de hacerle despertar por dentro como antes, de hacerle estremecer, de pintar historias ante sus ojos?
Y a pesar de todos mis miedos, regresa para cobijarme bajo su sombra una y otra vez, y parece haberme echado tanto de menos como yo a él.

El viento gime detrás del cristal, extendiendo sus largos dedos a través de las minúsculas rendijas en la construcción de la ventana. Pero al aire siempre le tiemblan los dedos, mientras que mi amante es capaz de asirse con firmeza, con la misma firmeza que demuestran las últimas palabras de un libro... las que sentencian el punto final a una historia. Se cuela en mi habitación, silencioso e invisible, en mitad de la noche más inesperada. Me vela el sueño, contemplándome desde los pies de mi cama y se acerca a mi lado cuando me revuelvo bajo las mantas. Y entonces me susurra al oído, con voz inaudible. 
Esos son los sueños que logro recordar después de amanecer.


[Imagen por NegativeFeedback]

lunes, enero 9

El frío es sólo una excusa para llorar

Esta mañana hubiera deseado no tener que salir de la cama. Todos los años, el final de las vacaciones de Navidad y el regreso a las clases es algo desagradable, pero esta vez me ha resultado más duro que de costumbre.
El termómetro de la farmacia marcaba 2.5 cuando he cruzado la carretera de camino a la Facultad. El aire frío era sólo una excusa para llorar, para camuflar las lágrimas de reacción fisiológica inevitable. Me siento sola, y la soledad me espanta la inspiración y la motivación con vergonzosa facilidad. Ya no recordaba lo mucho que duele, después de haberme desacostumbrado y despojado de ella. Hace años que modifiqué mi carácter y lo orienté a la vertiente socializadora del ser humano, dejé de caminar a solas por la vida y abandoné mi férrea independencia. Y ahora que vuelvo a mi hábito solitario me doy cuenta de lo mucho que he cambiado.
Se han alineado las circunstancias para enturbiarme el ánimo. Ayer te fuiste. Y a pesar de estar ya en mi último día de la regla, la hipersensibilidad todavía me congestiona el alma, haciéndome apretar la mandíbula para contener el llanto. Por que el día a día se me hace doblemente difícil cuando no estás a mi lado.
Durante unos minutos del trayecto un muchacho anduvo por delante de mí, dejando una estela de intenso olor a detergente de la ropa. Olor a limpio y a camisas recién colocadas sobre la cama. Parecía que antes de salir de casa se hubiera rociado el cuerpo entero con colonia de Vernel.
Al bordear el parque, ya en el último tramo del camino, he visto un árbol de ramas desnudas coronadas por piñas rojizas. Y tal vulnerabilidad me ha parecido desalentadora. Es la primera vez en mi vida que los estragos del otoño me entristecen; será que estoy empezando a sentirme vieja.
Mi corazón canta en una frecuencia tan baja que, incluso con la distancia de por medio, tú eres el único que puede escucharlo.

[Imagen por NegativeFeedback]