martes, agosto 30

IASADE -83-

- Si has regresado por tu juguete, puedes olvidarte. No te lo voy a dar.
- ¿Le has cogido cariño?
- No, en realidad me da bastante asco, pero prefiero tenerla yo a que la tengas tú. Seguro que lo entiendes.
- Perfectamente, aunque no he venido por ella. Te la puedes quedar.
- ¿Te presentas aquí desarmada?
- No lo estoy. No he querido traer mi espada, porque me gusta bastante y no quiero que me robes de nuevo.
- ¿Y a qué has vuelto? Te dije que te destruiría si te atrevías a hacerle daño a Amiss, y lo mantengo. Me da igual que me salvaras la otra vez, eso no cambia nada.
- Pues aquello, para mí, lo cambió todo.

Cassia lo estudió atentamente. Sus alas mecánicas se mantenían quietas pero desplegadas, preparadas para elevar a su portador en cualquier momento. Los ojos del alma blanca conservaban la misma tonalidad, y se sintió aliviada al saber que no estaba más cerca de reencarnarse. La espada de metal celestial estaba desenvainada. El cabello color arena le caía sobre la frente, despeinado. Sus labios le resultaban increíblemente apetecibles. Sacudió la cabeza, intentando apartar aquellos detalles inútiles de su análisis. Comprobó que se le había acelerado la respiración y se maldijo por ello.

- Ha sido culpa tuya.- murmuró.
- No sé de qué hablas.
- ¡No mientas!- exclamó ella, apretando los puños con furia.- No fui la única que sintió algo extraño esa noche. No me lo niegues.
- Vale, no lo haré.- admitió él, abriéndose de brazos y encogiéndose de hombros.- Sentí algo raro esa noche. Me sorprendió que me protegieras, aunque no entiendo porqué lo hiciste. Y no me interesa averiguarlo. Fuera lo fuese, desapareció y ya está. Tú eres quién eres, y yo quién soy. Y somos enemigos por naturaleza.
- Entonces soy antinatural, porque no te considero mi enemigo.
- Eres enemiga de… de ella.
- La quieres.- musitó ella con desprecio.
- No lo sé lo que es.
- Yo sí. Te lo dije: apestas a amor.

Mikäh calló sin quitarle los ojos de encima, sin reaccionar, y su silencio le provocó un dolor hondo y punzante que le retorció las costillas. No pudo contener una mueca.

- De acuerdo.- suspiró.- Necesito que me hagas un favor.
- ¿Qué te hace pensar que voy a hacerlo?
- No es algo difícil. Quiero que le des un mensaje a Ael, de mi parte. Tengo que hablar con él.
- ¿Y por qué debería fiarme de ti? Podría ser una trampa.
- Te salvé una vez, así que al menos podrías darme un mísero voto de confianza. Además, el palomo sabe cuidarse solo. Sabrá si se trata de una emboscada o no. ¿Lo harás?
- Lo haré.
- Vale… pues… a no ser que quieras que charlemos un rato para conocernos mejor, me marcho.
- Adiós.
- Ni te lo has pensado, ¿eh?- sonrió ella, tristemente.- En fin. Tal vez me pase otra vez a echarle un ojo a la luciérnaga, me gusta tu compañía.

Él no respondió y Cassia se dio la vuelta para saltar al tejado más cercano. Al darle la espalda, notó que las lágrimas se le agolpaban en los ojos peligrosamente y sintió deseos de salir corriendo para esconderse y no volver a asomar la cabeza nunca más.

- Espera.- la llamó él, dubitativo. Ella se giró a medias, para ocultar su vergüenza y dolor.- ¿Todavía la odias?

La Nocturna reflexionó sobre la pregunta unos minutos. Sí, seguía odiando a Amiss… quería hacerla sufrir, quería exterminarla y hacerla desaparecer. Mientras la Mediadora siguiera existiendo, ella continuaría ligada a su oscura naturaleza. Y no sabía si ello la reconfortaba o la preocupaba.

- Te lo vuelvo a repetir: no dejaré que la toques.

Y fue Mikäh el que batió sus alas con fuerza y se alejó volando de allí.

lunes, agosto 29

Virginidad destronada

A pesar de tu piel tersa y suave, de tu cabello largo y brillante, de tu figura esbelta y flexible y de tus ojos misteriosos e insondables, me resultas un ser lastimoso.
Eres como una muñeca rota, como una niña en un cuerpo de mujer que le queda grande, a la que le sobra el espacio vacío en el interior; un vacío... dónde el eco pierde su propia repetición. Parece que, desde el día en que rompiste a llorar cuando naciste en este mundo, el llanto nunca ha abandonado tus mejillas, teñidas por un permanente rubor de aspecto artificial.

Me da la sensación de que te quedaste anclada en los romances de Disney, enamorada de la pureza y castidad de todas aquellas princesas de cuento que alcanzaban la felicidad absoluta con el primer beso de su gran amor, y desde tu más tierna infancia soñaste con convertirte en una de ellas. No te imagino cortándole el pelo, ni tiñéndoselo de verde estridente o púrpura eléctrico, a las Barbies que te regalaban tus padres todos los años por Navidad, sino confeccionando con mimo y dedicación el ajuar, a base de pequeños paños de punto de cruz a modo de manteles y monedas diminutas como ahorros para un futuro mejor, del que dispondría cada una de ellas a la hora de casarse en perfecto matrimonio con el príncipe Ken. Fajos de billetes de colores, marca Monopoly, formaban la rica herencia de mamá y papá, que le garantizaría a ambos el más brillante porvenir.

Y de ahí, no pudiste, o no quisiste, salir. Preservaste tu apariencia inocente y candorosa a toda costa, siempre alerta para engatusar al hombre de tus sueños, en una vaporosa e idealizada imagen de gasas, encajes y dibujos infantiles. Estoy convencida de que, al observar a las demás niñas de tu alrededor, lo hacías con desdén. Odiabas las gorras con la visera al lado, las zapatillas de deporte manchadas de barro, los pantalones anchos y rotos en las rodilleras, las sudaderas tan amplias en las que cabía otro cuerpo más, las mochilas firmadas, el mismo abrigo desvaído de un invierno a otro, las botas de agua de color liso y sin adornos. El desprecio hacia la plebe adolescente te hacía erguir la barbilla día sí y día también. Y aunque no lo admitas jamás, sé que a veces, por la noche ya en la cama y agotada de caminar por encima del mundo como si no tuvieras miedo a caer, te sentías tentada de descender a los bajos fondos en busca de un pequeño gesto de amistad, sincero y desinteresado.
Pero el orgullo te apartaba aquellos caprichos mundanos de la cabeza.

¿Cómo explicas que todas tus buenas intenciones y todas tus ilusiones terminasen así? Salvajemente asesinadas antes de poder liberar toda la euforia que esperaban desatar, despedazadas en trozos que el viento se llevó sin vacilar, enterradas sin una mención a lo que podrían haber llegado a ser. Violadas sin miramientos.

Las braguitas de volantes y el sujetador de HelloKitty están tirados a los pies de la cama de cualquier manera, como trapos contaminados que no serás capaz de volver a tocar. Intentas encontrarte dentro la magia y la satisfacción que anhelabas sentir, pero el eco no se oye en el vacío de tus entrañas, la luz se ha extinguido antes de empezar a brillar. Sientes todavía en la piel las huellas de las manos de aquel hombre, quemándote. De ese hombre que como un lobo disfrazado de cordero se había acercado a ti con pretensiones principescas, embaucándote con promesas de amor eterno por un polvo sin compromiso, por una ración de sexo con la que además, de propina, se ha llevado tu virginidad.
Lloras en silencio, porque eres una cobarde y te da miedo dar voz a esas lágrimas que ya se conocen tu anatomía. Ahora, sin embargo, incluso ellas están un poco perdidas porque no reconocen el terreno en aquellas partes de ti que has mutilado sin darte cuenta.
La persiana está echada y la habitación en penumbra, y tú eres tan ilusa como para creer que si no te mueves de allí, sino te levantas nunca, podrás impedir que el tiempo pase de largo.

[Imagen por Sam Wolfe Connelly]

domingo, agosto 28

IASADE -82-

Desde la terraza de la cafetería se divisaba el puerto de la ciudad, cuajado de barcos grandes y pequeños, inmóviles sobre las tranquilas olas que agitaban la superficie del mar, un mar que a aquella hora de la tarde había adquirido el mismo tono opalescente que el cielo del atardecer, fundiéndose con la línea del horizonte. Las gaviotas cruzaban el aire, persiguiéndose de forma juguetona, chillando escandalosamente. La brisa, fresca y húmeda, transportaba de un lado a otro las voces y el ruido del batir de alas de los pájaros. Un camarero se movía de mesa en mesa con una bandeja plateada en la mano. Sobre la mesa reposaban dos batidos helados, uno de chocolate y el otro de fresa con nata, mientras sus dueñas charlaban confundiendo su conversación con la del resto de la clientela. Cassia, sin embargo, podía distinguir sin problema sus voces de las de los demás.

Claudia llevaba una camiseta de tirantes celeste ceñida bajo el pecho y unos piratas marrones, un poco anchos, y mordisqueaba ligeramente el palo de barquillo que sobresalía de la nata. Se había recogido el pelo y tenía las mejillas algo coloradas, probablemente debido al sol. Como las anteriores ocasiones en que la había visto, la muchacha lucía una actitud feliz y despreocupada que distaba muchísimo de la tristeza y el terror que oprimían su espíritu continuamente. Amiss, sentada frente a ella, la escuchaba con atención incondicional. Sobre su vestido verde y largo pelo negro llevaba el disfraz humano con el que se relacionaba con su usuaria: Anaid, una joven de melena rubio ceniza, de ojos perspicaces y sonrisa fácil. En ese momento asentía comprensivamente.

- Te entiendo, Claudia.- dijo, después de darle un sorbo a su batido de chocolate.- Pero tienes que liberarte de una vez de esa indecisión.
- Lo sé. Ya lo sé… pero… no puedo.- murmuró, bajando la mirada a sus rodillas, con voz estrangulada.- Soy incapaz.
- No te queda otra opción.
- Nunca te he preguntado directamente qué es lo que opinas tú.- levantó la cabeza, con determinación.- ¿Qué harías en mi lugar?

Amiss rodeó la copa del batido con las manos, suspirando despacio. Su expresión reflejó tristeza durante un instante antes de cambiar a la neutralidad.

- Es una decisión difícil. Pero… yo, de estar en tu lugar, tendría el bebé. ¿Por qué? No puedes estar segura al cien por cien de que el niño acabe enfermando. E incluso si lo hace… pienso que es mejor otorgarle la vida, aunque esté condicionada por la enfermedad, a negársela. Él ya crece en tu interior.- dijo, alargando la mano y tocándole el vientre a Claudia con ternura.- Heredará los anticuerpos y tendrá que medicarse, pero es posible que jamás la desarrolle y que lleve una vida normal. Si acaba desarrollándola, tendrá que limitar el contacto con la gente a la que quiere, pero podrá querer a la gente. El tratamiento es efectivo, podrá llevar una vida casi normal. No te culpará de nada.

Las lágrimas desbordaron los ojos de la mujer mientras se acariciaba la barriga, lentamente.

- Ya está creciendo en mí.

Amiss asintió, sonriendo.

Cassia también asintió, para sí. De ahí procedía el miedo… y la pena. Se sorprendió a sí misma sintonizando con aquellas emociones.

- Vaya, vaya, vaya. ¿Se puede saber qué haces aquí, condenada?

Sin girarse, la Nocturna sonrió ampliamente.

- Pensé que si me acercaba demasiado a la gota de leche, acabarías por encontrarme. Menos mal que lo has hecho.

Cassia se levantó y se dio la vuelta para observarle. Mikäh le devolvió la mirada con expresión desconfiada y portando en ambas manos un arma. Una de ellas brillaba como el mismo sol, y la otra lanzaba su resplandor mate y oscuro como un desafío a la claridad.

sábado, agosto 27

Carta para ti (4)

Hoy en sueños me visitó la suavidad de tus alas, y al abrir los ojos con el sol me descubrí besándote una a una las plumas con las que me envolvías el cuerpo y el alma.
Ha pasado ya mucho tiempo. Tanto, que se me había olvidado que te conocía. He dado vueltas y vueltas como una idiota en un circuito cerrado, buscando y anhelando algo que no pertenecía al mundo terrenal. He perseguido el amor fuera de mí sin acordarme de que ya me habías firmado el interior con la fecha de llegada y sin fecha de salida, he intentado ver en las miradas de los demás una similitud con aquellos ojos que en su momento me juraron la más leal de las fidelidades.
Micro climas a flor de piel. Tiritar, aunque no de frío, cuando te veo llegar. Sofocos intermitentes, como fiebres exóticas, que me aceleran el pulso y la respiración, que me hacen suspirar y crear ínfimos huracanes con los que bailan las partículas que llenan el poco espacio que nos separa. Vendavales de alientos robados de los que nos alimentamos mutuamente. Tormentas de besos, gemidos eléctricos y rayos diminutos que me serpentean sobre la piel con un calambrazo de placer, tatuándome un patrón de fe de la que ahora soy firme creyente. Humedades... humedades en las cumbres, y humedades en los bajos pantanosos. Humedades sudadas y resbaladizas, humedades de olor penetrante, humedades de perfume a lluvia impregnada en tu pelo.
La resignación empujó las estaciones y borró el rastro de aquella promesa desoída. Y yo me olvidé de ti.
Te busqué en unos y en otros, en otros lugares y sitios, en dogmas y propósitos, desesperanzada al pensar que tal vez habías sido sólo un bonito sueño, una ilusión ingenua, un deseo inexperto. Llegando a pensar que no existías y que mi creencia era fruto de una locura soñadora, ensimismada, que concedía demasiada veracidad a sus propias fantasías.
Menos mal... que tú no te habías olvidado de mí, y ahora caes del cielo a mi lado como un regalo divino, como una deuda kármica que no sé si podré saldar algún día. Sin embargo, me da igual hipotecar mis futuras vidas si ahora puedo decirte que te quiero todos los días.

viernes, agosto 26

Deseos obligados

- Dejadme en paz.- suplicó, con voz ya débil y cansada.- Estoy harta de mirar.
Pero dos dedos, dos por cada mano, le sujetaban los párpados impidiéndole cerrar los ojos. La chica se revolvió con un chillido de angustia y movió sus propios brazos para liberarse. Otra mano, sin embargo, le agarró las muñecas con fuerza, inmovilizándola, cortándole la circulación.
- Que no...
Una mano le tapó la boca, y ni siquiera se apartó cuando ella la mordió, histérica. Otra le dio un bofetón, callando sus sollozos por unos segundos, antes de que otra más le tirara del pelo sin miramientos para obligarla a contemplar el cielo.
Un escalofrío, como una descarga eléctrica, la recorrió de punta a punta cuando vio las estrellas fugaces surcando la noche por encima de ella. No eran bonitas, sino terroríficas. Sus cuerpos enormes brillaban con rabia, sus colas arañaban el cielo, sangrándolo, sus canciones chispeantes le hacían daño en los oídos. Su fulgor se le metía en el cuerpo, haciendo tic-tac, amenazando con explotarle dentro de un momento a otro.  La mano que le tapaba la boca le metió un dedo entre los dientes, forzando a su lengua a jugar con él, para luego sacarlo a través de sus labios y limpiarse la saliva en su mejilla. A pesar de que tres pares de brazos le rodeaban el cuerpo, era incapaz de no tiritar.
Intentó llevarse sus propias manos a las orejas para tapárselas, pero otra se las retorció a la espalda, haciéndola gritar. El silbido rasgueante del cometa partiendo el cielo en dos chirrió como una tiza sobre la pizarra, acompañado de una creciente avalancha de chillidos agónicos.
Una mano más le rodeó la garganta con dedos fuertes y nudosos, apretándola y ahogándole la poca rebeldía que le quedaba.

[Imagen por Einlee]

IASADE -81-

Tenían razón. Satzsa y Luxor… tenían razón. Estaba perdida sin remedio.
¿Cuándo había empezado todo aquello? Recordaba a la perfección el momento en que Amiss apareció en su existencia, estropeándolo todo de repente: su impecable labor como Nocturna, la estrecha relación con su Diablesa, la inmensa satisfacción que sentía al cometer y alentar maldades… Nunca se había preguntado por qué la luciérnaga había llamado su atención; había dado por sentado que se trataba de algo inevitable que no tenía más vuelta de hoja, pero… ¿realmente era así?

Perseguir a la luciérnaga sólo había complicado las cosas. Satzsa dejó de otorgarle su completa confianza, ella se obsesionó peligrosamente. Amiss se le escapaba de los dedos una y otra vez, aumentando su impotencia y frustración, su furia y odio. Su ciega impaciencia sólo había traído consigo descuidos, había propiciado situaciones arriesgadas para ambas. El Ángel había estado a punto de acabar con ellas. Y no sólo él...

De cuclillas en el suelo, Cassia escondió la cabeza entre los muslos. Se había perdido… A pesar de la influencia que Luxor había tenido sobre ella, no había conseguido entregarse de nuevo al placer del Mal. No tenía deseo de matar, no disfrutaba con ello. Y no sabía por qué. ¿Era cosa de Amiss? Antes creía exterminándola, sus preocupaciones terminarían. Ahora, sin embargo, ya no estaba segura de eso.
Había cometido un grave error subestimando a Luxor, y el Diablo la había engañado y traicionado. ¿Lo había subestimado… o quizá había confiado en él? ¿Aquel engaño era fruto de su ingenuidad, de la debilidad que la estaba corrompiendo? Satzsa estaba cada vez más cerca, pronto su olor se haría visible en el aire contaminado y entonces nada podría salvarla de ella. Tenía que escapar cuanto antes.

Mientras se dirigía al taller del fabricante de espadas no podía dejar de hacerse la misma pregunta una y otra vez: ¿quién era el culpable? La imagen de la Mediadora, con sus ojos verdes distraídos y su sonrisa inocente, cruzó su mente sin detenerse un segundo, para ser reemplazada por la de aquella luciérnaga de alas falsas que actuaba como ángel de la guarda. Irises pardos que ya empezaban a perder su color, expresión traviesa y curiosa, demasiado vivaz para pertenecer a un alma tan cercana a la reencarnación. Su rostro se le había quedado grabado en la retina, ardiente y contradictorio. Él había despertado aquellas emociones humanas en ella. Lo cual… presentaba un grave problema, porque Cassia sabía que era incapaz de acabar con él.

Al detenerse sobre el tejado comenzó a llover, y la Nocturna maldijo en voz baja. La lluvia ocultaba su rastro… pero también enmascaraba el olor de Satzsa, privándola de conocer la proximidad de la Diablesa. El cielo oscuro se iluminó fugazmente por un relámpago que dibujó el volumen de las nubes tormentosas, seguido por el estruendo de un trueno que hizo temblar el aire húmedo. Cassia se deslizó silenciosamente por la pendiente de la techumbre y entró en la casa a través de una ventana que Isagi Mio siempre dejaba abierta para ella.

En las entrañas de la casa, el corazón de la forja latía a ritmo de martillo. El ambiente sofocante le pegó el mojado cabello a la frente y las ropas al cuerpo al segundo, convirtiéndole el aliento en un jadeo caliente. El japonés, desnudo de cintura para arriba, golpeaba la katana incandescente sobre la mesa de piedra, y a pesar de parecer totalmente concentrado en su labor, levantó los ojos rápidamente para estudiarla conforme se acercaba.

- ¿Tormenta?
- Sí.- ella se situó a su lado y observó con lástima la espada.- Isagi, la necesito ya.
- No está terminada.
- Ya lo sé.

Mio dio un último martillazo al arma antes de dejar la herramienta sobre la mesa de trabajo. Se limpió las manos en el mandil de tela que le rodeaba los pantalones y se giró hacia la Nocturna con semblante inexpresivo.

- No está terminada.- repitió.
- No importa. No me queda tiempo.
- Tienes miedo.- dijo el hombre, tras observarla atentamente durante unos segundos.
- Sí, tengo que escapar.
- ¿Qué puede asustar a un ser como tú?
- Un ser mucho más poderoso y malvado que yo.
El artesano miró la espada sin decir nada y finalmente asintió con un gesto.
- Está inacabada, pero responderá a tus deseos. Su alma está incompleta.
- Aún así posee más alma que yo.

Cassia extendió las manos y la sujetó por la empuñadura lisa, sin decoración. El metal estaba al rojo vivo, pero ni quemó ni lastimó su piel. El calor que le transmitió la llenó por dentro, arrancándole un suspiro. La luz ondulaba sobre la superficie metálica de aspecto líquido, casi fantasmal, en una mezcla de colores que no había visto jamás. Puede que el arma no estuviera terminada… pero precisamente aquel estado inacabado era el que mejor sintonizaba con ella misma.

- No he podido fabricarle una vaina.
- No te preocupes, Isagi. Curiosamente, así… es perfecta para mí.- calló un momento.- Gracias.

Mio la miró e inclinó respetuosamente la cabeza ante ella.

- Tú también deberías huir.
- Jamás abandonaré este taller.
- Vendrán a por ti.- le advirtió ella.- Y no tendrán piedad contigo. Te torturarán de mil formas, formas tan horribles que ni siquiera podrías imaginar por mucho que lo intentaras. Desearás no haber nacido. No son humanos, su capacidad de hacer sufrir es infinitamente superior a la crueldad que hayas podido conocer.
- Entonces… acaba tú con mi vida.

Cassia parpadeó y suspiró de nuevo, esa vez con pesar. Matar a Isagi lo libraría de la ira que Satzsa desataría sobre él si se marchaba de allí dejándolo con vida, pero aun siendo consciente de ello la perspectiva de ser ella la ejecutora de su muerte le resultaba desagradable. ¿Tan perdida estaba realmente…?

- ¿Por qué confías en mí?
- He creado una espada para ti, un arma que se corresponde contigo. He podido observarte y conocerte mejor de lo que tú crees. No sé cómo eras antes de aparecer aquí… pero ya no eres hija de la Oscuridad que reina en el mundo del que procedes. Sé que no me has mentido.
- Te daré muerte, si eso es lo que quieres. Pero sería mejor que te marcharas de aquí. Si no te encuentran en este lugar… no te perseguirán. No eres su objetivo.
- No me iré del taller.- reafirmó con aspereza.
- Como quieras.
- Pero antes de usar tu espada, tienes que darle un nombre.

La katana resplandecía con intensidad, reflejando las llamas que alimentaban la forja. Cassia sintió una opresión en el pecho, el recuerdo de unos latidos de su vida pasada.

- Corazón. Ese será su nombre.
- Bien. Empuña a Corazón y atraviésame el mío propio.

Ella asintió, y sin demora ninguna (por temor a arrepentirse) hundió la katana en el pecho de Isagi sin apartar sus ojos de los castaños del japonés. La luz de la vida se apagó en ellos en el mismo instante en que el filo de Corazón cortó piel, músculos y huesos sin la menor dificultad, sin el menor sonido. Las rodillas del cuerpo inerte del hombre se flexionaron y Mio cayó al suelo muerto.

Cassia sintió que algo le subía desde el estómago a la boca, quedándosele atascado en la garganta, quemándosela. Las manos le temblaron al bajar la katana, y asombrada se limpió una lágrima que se le había escapado sin querer. Compasión…

¿En qué se había convertido…?

miércoles, agosto 24

Autobús.0

La falta de luz lo cambia todo, y a pesar de haber viajado decenas de veces por aquella carretera, la noche parecía haber alterado su recorrido y el paisaje que lo acompañaba. El aire acondicionado del autobús me ponía la piel de gallina, la música que sonaba a través de los auriculares me erizaba el vello de todo el cuerpo y los sobresaltos al no reconocer algunas curvas del asfalto hacían que mi corazón latiera más deprisa durante unos segundos. El reflejo de lo que se veía por el cristal del lado contrario se mezclaba con las imágenes que desfilaban detrás de mi propia ventana, fundiéndose las montañas de un lado con las del otro y creando relieves híbridos entre lo fantasmagórico y lo real. Los puentes, que nunca me habían inspirado el más leve temor, se me antojaban poco más que finas cuerdas interminables sobre pozos de oscuridad abisal que aguardaban silenciosamente a capturar víctimas despistadas con mandíbulas gigantes. El cielo no tenía luna que lo iluminara; el agua de la presa no brillaba como un espejo para el sol, sino que permanecía inmóvil y gris, desposeída de toda su vitalidad. Las montañas negras parecían enormes monstruos dormidos, y los picos de los montes dibujaban perfiles de caras inexistentes contemplando el cielo en soledad, buscando las estrellas perdidas de aquella noche que había transmutado el familiar trayecto en una travesía por tierras desconocidas. Las luces de casas y farolas se agrupaban unas cercas de otras aunando las edificaciones que conformaban pueblos y ciudades. En el negro reinante más allá de la tenue iluminación del autobús, parecían cambiar de tamaño y delataban los hogares remotos entre la vegetación y la piedra que pasaban desapercibidos a plena luz del día, resplandeciendo como fulgores extraviados.

La ausencia de luz también cambiaba el paso del tiempo, ya que cuando pensé, asustada, que el autobús se desviaba de su camino, me di cuenta de que había llegado a su destino antes de lo que mi reloj interno había calculado. Otro reloj, situado en mi pecho y ligeramente a la izquierda, contaba las horas de forma completamente diferente y totalmente ajena a la luz que le faltaba a la noche. Aunque habían pasado menos de tres desde que nos despedimos en la estación, mi corazón te echaba de menos como si hubieran pasado más de mil.

lunes, agosto 15

IASADE -80-


El desahogo del que había sido capaz de disfrutar desde que llegara a Anakage empezaba a disiparse rápidamente sin dejar rastro, como si jamás hubiera existido, sustituyendo el alivio por una inquietud rayante en la histeria, por una estranguladora sensación que se le había instalado en el estómago atosigándola día y noche, impidiéndole desconectar ni un segundo. La presencia del miedo no le era desconocida: había padecido sus efectos devastadores en ciertos momentos durante su existencia, muy puntuales y siempre pasajeros. Ahora, sin embargo, la horrible emoción había extendido su influencia a través de su cuerpo, expandiéndose como un veneno incurable hasta llegar a su mente y a su corazón fantasma.

Se descubría a sí misma retorciéndose las manos presa de la impaciencia, olfateando el aire en busca de alguna señal que anunciara la inminente llegada de Satzsa, mirando constantemente el calendario y contando los días, reprimiendo las ganas de escapar. No sentía las caricias de Luxor, ni podía prestar atención al sabor de los besos o de la sangre, ni de apreciar el delicioso crujido de huesos o el desgarro de los músculos. Huía de los asesinatos y del placer sexual, y acababa dirigiéndose inconscientemente al taller de Isagi Mio para observar, hipnotizada, cómo el japonés plegaba y doblegaba el acero sobre sí mismo, una y otras vez, forjando la fortaleza de la katana. El hombre no intercambiaba palabra alguna con ella, pero Cassia lo prefería así. Cansada del incesante parloteo del Diablo y de los gritos de sus víctimas, agradecía el silencio roto de aquel lugar oscuro y caliente, el rítmico sonido del martillo contra el metal. Era los únicos instantes en los que lograba encontrar algo de paz.

El humo del tabaco salía por la boca de la botella de whisky vacía, desprendiéndose del cigarro a medio fumar que Luxor había tirado dentro con desgana. Cassia, desnuda e inmóvil sobre el colchón, observaba de forma ausente cómo se consumía lentamente. Hasta quedar reducido a cenizas. ¿Eran también las cenizas su destino...?

- Kinzoku te está buscando.
- ¿Por qué?- preguntó ella, con indiferencia.
- Tus entradas y salidas del taller de Mio le ponen nervioso. Teme que no respetes el trato.

La Nocturna se encogió de hombros. Luxor extendió un brazo hacia ella y le acarició el cuello con las uñas. Cassia cerró los ojos.

- Podrías matarle.- susurró.
- No entra en mis planes.
- Venga ya.- bufó, bajando la mano y pellizcándole un pezón con suavidad.- No me engañas, sé que te tienta.
- Estoy aquí por la espada. Mi objetivo es conseguirla y marcharme, y matar a Kinzoku sólo retrasaría las cosas.
- ¿Por qué?
- ¿Cómo que por qué? Los Kusari me impedirían ver a Isagi, cancelarían el encargo.

Luxor se echó a reír con desprecio, mirándola como si no diera crédito a lo que estaba escuchando.

- ¿Impedir, cancelar el encargo? Pues mátalos. Nadie puede impedirte nada, estás por encima de ellos, no tienes limitaciones. Tortura a Mio para hacerle cambiar de idea en caso de que se niegue a cooperar, y mátalo también su continúa en sus trece de no hacerlo. No es el único fabricante de espadas ni en este país ni en otros, puedes conseguir un arma en cualquier otra parte.
- No lo haré.

El Diablo apartó su mano de ella como si hubiera sufrido un chispazo eléctrico. A través de sus ojos la observaba con mezcla de incomprensión y asco.

- Cualquiera podría pensar que no deseas hacerlo.
- ¡Di mi palabra de no interferir!
- ¡Eres una condenada!- le gritó él, furioso de repente.- Eres hija del Mal, de la Oscuridad, no tienes alma. La perdiste en tu vida pasada, debido a tus pecados. Pecados sin redención posible que te han condenado a no poder reencarnarte jamás. ¿Y ahora te preocupa el honor? Nosotros no guardamos nuestra palabra ni siquiera entre los nuestros, ¡es impensable tener esa deferencia hacia un mísero humano!

Cassia no contestó. Sabía que Luxor tenía razón, que estaba actuando como una demente, que estaba buscándose ella misma su perdición. Se levantó y se vistió, tensa y lista para salir corriendo. El miedo amenazó con paralizarla mientras pensaba a toda velocidad qué hacer. ¿Luxor se limitaría a repudiarla? ¿Querría eliminarla? ¿Mataría a Mio para evitar que consiguiera la espada? ¿Sería capaz de sobrevivir a una lucha... sin un arma con la que defenderse? El Diablo entrecerró los ojos, mirándola con absoluta repulsión, quieto.

- Me hubiera gustado mantenerte a mi lado, pero no sirves de nada. Te has echado a perder... eres demasiado humana. Es una lástima... pero eres penosa. Sospecho tu debilidad desde hace una semana, así que hice unas cuantas indagaciones... Asztas es un nombre muy poco original para intentar ocultar la verdadera identidad de tu Diablesa, quién por cierto... está de camino hacia aquí. Me he divertido contigo, y aunque me encantaría deshacerme de ti personalmente, creo que prefiero que tu amiguita me deba un favor. Así que mantendré las manos quietas y me limitaré a observar la cacería. Espero que acabe contigo, eres una vergüenza y mereces desaparecer. Lárgate. Ya.

jueves, agosto 11

Apuntes

Soy así de rara, y siento ternura al padecer esta nostalgia crónica que no deja de mover las manecillas de mi reloj interno a su azaroso antojo, reviviendo para mí momentos pasados por los que no puedo evitar sentir una alegre melancolía sin distinción entre buenos o malos recuerdos.

Hay veces en las que, si permanezco lo suficientemente silenciosa durante el tiempo suficiente, y con mi consciente actividad cerebral suficientemente inmóvil, me da la sensación de conocer los secretos del universo. Siento que mente y cuerpo se desdoblan dejándome atrás en un cuerpo orgánico, que empequeñezco a la velocidad de la luz retornando a la verdadera insignificancia de mi ser comparada con las infinitas posibilidades, opciones, casualidades, coincidencias, errores, cálculos, suposiciones, metáforas y alegorías, etcéteras de la existencia más allá de los límites físicos de mi piel y mis percepciones parciales. Pero tal comprensión trascendental dura menos de un ínfimo segundo, y después vuelvo mi prisión biológica y a mi categoría como ser humano más en este planeta con ego monumental.

Soy una indiscutible hija de la Madre Tierra, mi credo es la voluntad de la Naturaleza, me reconozco a merced de los elementos, de los huracanes, de las tormentas y tsunamis, de los terremotos, las erupciones de los volcanes y la voracidad de los incendios. Agradezco al sol su aparición con un saludo y lo despido cada ocaso con la esperanza de que venza al mal y nos regale un nuevo amanecer. Cuento las estrellas, pido deseos a los dioses y dibujo formas inventándome constelaciones. Canto y adoro a la lluvia, y celebro los solsticios con ritos y plegarias. Soy de esas que opinan que el mundo iba mucho mejor allá en los días del politeísmo. Y sin embargo, me niego a creer que el fin básico de todo se reduce sólo a la supervivencia.

Me considero creyente dividida. Creo en el alma de cada persona, en la pureza de espíritu, en la dualidad y el equilibrio. Mi religión es un agnosticismo que raya el ateísmo. No desecho la posible existencia de un ente superior, pero lo que no me convence es su participación en nuestras vidas; o no participa, o tiene un curioso y morboso sentido del humor. Soy partidaria de la reencarnación, aunque no podría ni decir porqué ni podría dar argumentos razonables a su favor. Desde que era pequeña, siempre he "sentido" que al morir y cerrar los ojos los abriríamos en cualquier otro lugar. Y no me refiero a un lugar divino, idealizado e utópico como el Cielo o el Más allá, sino a volver a nacer con otra identidad distinta. Supongo que si lo he creído es porque me parece una tontería pensar que, con lo grande que es el Universo, sólo podamos vivir una vez. Sería injusto perderse todo lo demás.

[Imagen por Billyunderscorebwa]

Destellos brillantes en el cielo azul


Muchas gracias Anaid por el premio ^^ Ha sido un detalle que me tengas en cuenta.
Aunque siempre que recibo un premio me da la sensación de que lo echo a perder, porque nunca tengo a quien pasárselo xD

Se lo debo a: Anaid, una de esas pocas personas con las que mantengo un vínculo bloggero constante, y a la que aprecio un montón y siempre estoy encantadísima de leer.
Imagen colocada ya.
Dárselo a seis personas: todo aquel que lo quiera, libre es de adjudicárselo.
Y mi sueño... pues yo también tengo dos. Coincido con Anaid en el primero, publicar. Y como segundo... la verdad es que me conformo con seguir tan feliz como me siento ahora mismo.

miércoles, agosto 3

IASADE -79-

La sala era un auténtico museo. Sus paredes estaban forradas de vitrinas acristaladas que guardaban pequeñas reliquias de la antigüedad, tesoros rescatados del olvido que a ojos de muchos no eran más que piedras y trozos de metal desgastados por el tiempo. Viejas estatuas de animales mitológicos y héroes de la guerra miraban a los visitantes a través de irises vacíos que lejos de parecer exentos de vida, observaban en silencio y susurraban con voces milenarias. Una puerta abierta daba paso a un porche de madera y a unos escalones que llevaban al jardín exterior, donde Isagi Mio descansaba sentado bajo las ramas de un cerezo.

Los cuarenta y siete años transcurridos en la vida del japonés desde su nacimiento, en vez de hacerle mella en el cuerpo, lo habían revigorizado y hecho más fuerte. Los músculos, que se veían claramente en sus brazos y se adivinaban debajo de la fina camisa de seda que asomaba detrás del corte del kimono, parecían tallados por el mayor genio de la escultura. Su porte era resistente, como la digna pose de un árbol que resiste los intensos vientos de una tormenta, y su mirada inspiraba respeto. Un respeto que se había ganado merecidamente al conseguir dar alma sus obras.
Isagi se levantó sin apartar un segundo sus ojos de ella.

- Son muy escasos los días en los que recibo visitas, pero más extraños son aquellos en los que viene a verme un ser sobrenatural.
- Vaya... Yo siempre he pensado que mi... "estirpe" era discreta e invisible, pero estoy pudiendo comprobar que no en todos sitios es así.
- No depende tanto de la gente sino de las personas con las que se trata. La gente que se dedica al negocio de la corrupción y el terror no huye ante la maldad que emanáis... más bien se siente atraída por ella. Es mutuo, y casi una simbiosis, de no ser por la abismal diferencia entre unos y otros. Al final, los humanos acaban por comprender que vuestro mundo les queda demasiado grande, y se van escarmentados.
- Algo así me insinuó Kinzoku, sí.
- Y sin embargo te ha permitido llegar hasta aquí.
- No le quedaba más remedio.
- Sí... es humano, al fin y al cabo, y aprecia la vida que tiene lo suficiente como para arriesgarla lo menos posible.

Cassia sonrió ligeramente al escuchar aquellas palabras.

- Habla como si no perteneciera a la raza humana.
- A efectos prácticos... apenas lo hago. Vio usted el pájaro de Kinzoku.- afirmó, sin vacilación.- Esa ave y yo tenemos bastante en común... ambos vivimos enjaulados sin poder acceder al mundo que nos rodea excepto en controladas situaciones. De todas formas, no me quejo demasiado. Mi vida la he dedicado al arte de la forja, y aquí puedo ejercerlo sin problemas. No formo parte de nada más aparte de mis creaciones.
- Precisamente por ellas estoy aquí. Necesito que me fabrique una espada y... cuanto antes sea, mejor.

El hombre permaneció mirándola sin decir nada durante lo que a la Nocturna le pareció una eternidad, estudiándola como si fuera una piedra a tallar, un simple material.

- Lo haré.- dijo finalmente.- Tendrá que volver mañana de nuevo para que le tome las medidas pertinentes.
- De acuerdo. ¿Sobre alguna hora en particular?
- Ha dicho que cuanto antes sea, mejor, ¿no?
- Entonces espero que sea bastante madrugador, no me gustaría despertarle con mi llegada. Hasta mañana.
- Adiós.

Fuera de la enorme casa de Mio, Luxor la aguardaba apoyado en el tronco de un árbol y sonriendo divertido.

- Sí, no me equivocaba al pensar que lo tuyo es la diplomacia. Incluso pareces buena persona y todo, es conmovedor.
- Vete a la mierda, gilipollas. A veces es más importante el hecho de conseguir algo que lo bien que te lo pasas mientras lo consigues, y para mí ahora conseguir esa arma es más urgente que lo mucho que podría disfrutar torturando a todos los japoneses de esta asquerosa ciudad.
"Pero claro, tú no lo entiendes... porque lo único que te interesa es la gratificación momentánea. Sin embargo, eso es lo que me ha salvado de ti", añadió para sí misma.
- Sí, sí... pero un trato es un trato. Yo he dejado que te ocupes de tus asuntos a tu manera y tú ahora te vas a divertir conmigo a la mía.
- ¿Y realmente te piensas que tengo alguna objeción?- preguntó Cassia, con una carcajada macabra.- Soy toda tuya... guíame.

martes, agosto 2

Empapada

La cuerda se rompe, y el peso se suelta y cae indefinidamente. Los pies se despegan del suelo y el corazón vuela aleteando deprisa en un universo libre de las cadenas gravitatorias. El movimiento es lento, fluido y armonioso, como un baile interminable que permanece detenido en los tres últimos pasos finales.
El tiempo se queda suspendido en un salto de fe, tan repentino como increíble. Siempre he intentado imaginar (e incluso recordar, aunque sin éxito) ese punto en el que, inexplicablemente, sucede ese cambio tan importante. Pero nunca había creído que fuera así de inesperado, extraño y rápido. "Cuando menos te lo esperas", dice la gente. Pero una cosa es no esperárselo, y otra es caer bajo su influencia antes de que puedas darte cuenta o reaccionar.

Los rayos de luz atraviesan el agua y el sol explora sus profundidades mecido por las olas, a merced de las corrientes, distorsionado por las ondas. Soy yo la luz y tú el agua. He vuelto aquí conducida por unos pies que han actuado por voluntad propia y a los que doy gracias.

[Imagen por Sylphielmetallium]

lunes, agosto 1

IASADE -78-

- Para empezar... ¿qué asuntos tan urgentes son esos?
- Tengo que hacerle un encargo a Isagi Mio. Kinzoku Kusari me ha dado su dirección, y pensaba ir a verlo cuando me has interceptado.
- Mio... el fabricante de katanas.
- El mismo.
- Un encargo, ¿eh?
- Eso he dicho.
- ¿Has perdido tu Espada Negra, Nocturna?
- No la he perdido.- replicó ella, quitándole la botella de ron y dándole un par de tragos.- Me la robaron.
- Eso no habla muy bien de ti.
- Se trataba de un adversario peligroso.
- ¿Cuál?
- Un Ángel.

Luxor entrecerró los ojos de forma casi imperceptible, inclinándose hacia ella despacio hasta rozar levemente su nariz con la de ella. El hedor a sangre, a podredumbre, a maldad, lascivia, a pecado... el corazón se le habría acelerado, de haberlo tenido.

- Vaya, vaya. Te gusta meterte en juegos de mayores, por lo que veo.- El Diablo la besó en los labios de forma lenta y desesperante, haciéndola arañar la rasgada tela del puf con las uñas.- Mmm... ¿por qué no me cuentas la historia completa, eh? Quiero saber... de donde procede este apetitoso olor a humanidad... y quién es la Diablesa que estaba a tu cargo. Su aroma sigue en ti, y no me resulta familiar...

Cassia abrió los ojos de golpe, así como las pupilas, viendo repentinamente la habitación mucho más iluminada que antes. Luxor estaba intentando someter su autocontrol para descubrir la verdad: desconfiaba de ella. Se llevó el cigarro a la boca para alejarlo un poco.

- Fue todo culpa de una luciérnaga que se cruzó en mi camino.
- ¿Un alma blanca?
- Sí, una Mediadora. Digamos que... me entretenía bastante fastidiarle su labor. El Ángel la acompañaba.
- Los Ángeles no suelen hacer de niñeras.
- Esta era una gota de leche muy, pero que muy torpe. La ayudaba más de la cuenta.
- Sigue...
- El juego... se acabó convirtiendo en algo más. Quería hundirla, quería eliminarla a toda costa, se convirtió en mi objetivo. Y hubiera sido pan comido de no ser por el maldito palomo, que siempre la quitaba de en medio en el último momento, cuando estaba al alcance de mis dedos. Asztas, mi Diablesa, me prometió que se ocuparía de él para que yo tuviera camino libre hasta la luciérnaga.
- Hmm... ¿no es algo exagerado? ¿Todo por un alma blanca?
- Sí, lo reconozco. No entiendo muy bien qué es lo que sucedió... creo que me contagió parte de su humanidad, de su piedad. Y quería desintegrarla a ella y a los sentimientos que me había inspirado inexplicablemente. Quería ser libre.
- Continua.
- El Ángel, de nombre Ael, nos tendió una emboscada. Asztas... pereció en la lucha, y yo apenas si conseguí huir. Me despojaron de mi arma.
- Y viniste aquí a por una nueva.
- No sólo para eso.- dijo Cassia, sonriendo.- También he venido a curarme de la apestosa humanidad que todavía me corroe. Y... creo... que tú en eso puedes ayudarme.

Luxor la observó en silencio mientras ella se ponía en pie y se desnudaba sin prisas. Cuando la Nocturna se abalanzó sobre él, apretándose con urgencia, ansiosa, pudo ver en los ojos del Diablo la necesidad y el hambre. Un hambre demasiado grande e impaciente que jugaba plenamente a su favor.