domingo, mayo 29

Cenit

Tenía miedo de subir, de llegar hasta arriba del todo para descubrir que a pesar del esfuerzo malgastado, el mundo no terminaba más allá del horizonte. Y eso era peor. Casi hubiera preferido que se tratase de una prueba "live or die", más sencilla de resolver, que darme cuenta de que por mucho daño que me hiciera al caer no me quedaría más remedio que levantarme y seguir mi camino. Casi.

Me aterraba abrir los ojos a una verdad que tenía bastantes posibilidades de tocarme en esta lotería que es la vida: que después del enorme trabajo empleado en la construcción de estas alas de cera, era inevitable que se derritieran al pasar junto al sol que era el principal obstáculo en mi trayectoria a la felicidad.
Pensaba que una vez en la cima sólo podría medir los kilómetros de caída libre hasta el suelo, pero me equivocaba de todas todas. Aferrada al borde del precipicio con los dedos de mis pies descalzos, únicamente pude quedarme admirando sin aliento lo hermosas que eran las vistas desde tan alto.

Daba igual lo que sucediera después. Por sentir aquella plenitud de espíritu... había merecido la pena subir.

jueves, mayo 26

Manos abiertas

Siempre me he preguntado cuánta verdad hay en las líneas que nos surcan las palmas de las manos, en los augurios que pueden leerse en ellas, si es cierto que se trata de un libro con dos caras que guarda nuestro destino codificado. Incluso a sabiendas de que no es más que la herencia de cuentos viejos, de creencias populares sin base alguna, convertidas hoy en día en supercherías para engañar y sacarle dinero a la gente, me sigue atrayendo el misticismo que envuelve las mentiras. Creo que de pequeña, después de creer en las hadas y pedir deseos a las estrellas, no supe parar a tiempo esa creencia infantil e innata que se tiene en la magia.

Pero dejando a un lado líneas de vida, de muerte, del trabajo, fortuna o del amor... es imposible negar que las manos de una persona dicen mucho de ella. Deformidades de profesión, cicatrices que resisten el paso del tiempo, manchas y arrugas. Las mías, últimamente, no están casi nunca limpias: o bien tienen salpicaduras de pintura, barro debajo de las uñas, o restos de cualquier otro material que me sirva en mis trabajos... como el esmalte de uñas que tengo a puntos en las yemas de los dedos ahora mismo. Anillos, pulseras, colores... hablan de gustos y personalidades. Los dedos hábiles, o por el contrario las manos torpes, delatan algunas de nuestras cualidades. También emociones, como enormes carteles luminosos que no nos permiten esconder el nerviosismo o la impaciencia. Realmente, cualquiera con suficiente ojo perspicaz puede averiguar mucho de alguien observando sus manos con detalle.

Dicen que los ojos son las ventanas del alma, y si eso es así yo estoy convencida de que las manos son las puertas que llevan a ella. Son los pies que no tocan en el suelo, nuestra primordial herramienta de trabajo, el contacto que nos enlaza con los demás. Con las manos somos capaces de cuidar de nosotros mismos y de cuidar a los demás, podemos comunicarnos y podemos amar, creamos, fabricamos, destruimos. Damos y recibimos.

Me he pasado mucho tiempo con la mirada fija en mis propias manos; pendiente de hacer una cosa, luego otra, y luego otra... así sucesivamente, intentando no tener demasiados problemas, limitándome meramente a sobrevivir en algunas ocasiones sin prestar demasiada atención a lo que realmente estaba haciendo en cada momento. Sin preguntarme a mí misma si era capaz de hacer las cosas mucho mejor.
Mis manos son ahora diferentes. Ahora, apenas las reconozco. Están manchadas, ansiosas, parlanchinas. Estoy mutando, aunque todavía no se muy bien en qué. No me preocupa, sin embargo, porque la espera es emocionante y estoy convencida de que la expectación se verá recompensada con una bonita sorpresa.

Mientras tanto, permaneceré con las manos hacia arriba, al loro para atrapar cada oportunidad que tenga el valor de cruzarse en mi camino.

[Imagen por Midnight-cat]

miércoles, mayo 25

Correlato

Bueno, esto que dejo ahora aquí es un ejercicio de clase para la Facultad, en concreto para la asignatura de Escultura. El objetivo era hacer un correlato sobre una de mis amigas de clase. Para el que no lo sepa, un correlato es contar una misma cosa, un mismo mensaje esencial, de formas distintas. Interviniendo el propio mensaje sin alterar su sentido, utilizando diferentes materiales, diferentes medios de expresión... Un poco a lo que cada uno invente.
Yo tenía que descomponer la información de mi amiga y recomponerla de otra manera. Y tras pensar un rato, decidí hacerlo por escrito. El texto es un poco difícil de entender, sobre todo porque muchas cosas las he convertido en metáforas y otras tantas son asuntos cotidianos, "bromas" de día a día entre nosotras que no se pueden entender. Pero me apetecía dejarlo por aquí.

***

La pequeña flor tenía hipo, un hipo que le duraba día y noche y no le dejaba dormir. Pero sin embargo, no podía decírselo a nadie: todo el mundo sabe de sobra que las estrellas están atentas a los cotilleos nocturnos y que lejos, en otros países, el mundo está mucho peor que aquí. A veces, cuando bailaba, se le olvidaba por completo. Era algo que sucedía muy de poco en poco, casi tan a menudo como los cinco solsticios del año o tan escasamente como la aparición del sabor democracia en las heladerías de otoño. Cuando se llenaba las manos y la cara de colores, el hipo se asustaba y guardaba silencio intentando disimular su impertinencia, y era entonces cuando la pequeña flor aprovechaba para sonreír tanto o más que el propio sol en fotografías que ojalá, pensaba, perduraran al paso del tiempo y al hambre feroz del desarrollo mediático.

Pero sigue sin saber cómo curarse el hipo, a pesar de haber visitado a los mejores especialistas en inquietudes degenerativas, de haberse sometido a terapias intensivas tales como Vegetaciones Ariscas o ingerido los medicamentos con índice más alto de “tipsy-point” en el alcoholímetro recomendable. Después de varias noches sin pegar ojo, empieza a llorar. Y llora por todo: por esos colores de la escala cromática que nadie conseguirá representar jamás, por el indeseado aborto fotográfico que nunca va más allá del negro y acuoso túnel en el tanque de revelado, por las palabras que suplantan a esos gestos bimilenarios, por esas personas con complejo anti-ancla que se niegan a poner los pies en el mismo suelo durante más de día y medio, e incluso por las incógnitas torpes que son incapaces de poner bien un pie detrás de otro al ritmo de una melodía sencilla. Dada la situación… lo único que le apetece es marcharse de viaje al Polo Norte a lomos de su pony con crines moradas para jugar con humo de frutas al lado de los pingüinos liberales y dejar de lado los jeroglíficos innombrables que enturbian sus sueños hiposos.

Pobre pequeña flor, que no puede vivir tranquila debido a ese maldito hipo que no descansa ni noche ni día. Pero yo sé que cuando eche brotes por fin, y sus pétalos tomen el color tostado de la madurez (y con aspecto algo quebradizo, a pesar de ser más fuerte), el mal que la aqueja dejará de tener importancia. El hipo no desaparecerá, pero sí de molestar. Y tomará la forma de un pepito grillo en miniatura que se balanceará en sus rizos, frecuentemente atento y con ganas de homenajearse con unas largas vacaciones.

[Imagen por LiiQa]

IASADE -73-

- ¿Qué órdenes tiene el personal de la tienda?

El hombre a sus pies era patético. Temblaba de forma incontrolada y jadeaba muerto de pánico, sin fuerzas, sustentándose irónicamente en la pistola que Cassia sostenía bajo su barbilla. Aquel parecía su único punto de apoyo, lo que impedía que se derrumbara en el suelo lloriqueando y suplicando clemencia. La Nocturna había matado a muchísimas personas desde su despertar, y la mayoría de ellas, por muy distintas que hubieran sido sus vidas, actuaba de la misma forma a la hora de morir. Había unos cuantos que se salvaban: soldados, individuos con experiencia en la muerte, curtidos por años y experiencia tras experiencia, forjados en la lucha y madurados por la necesidad de sobrevivir a toda costa.
Aquellos eran los únicos que demostraban calma y dignidad cuando les llegaba el final. El japonés que allí lamentaba su suerte había sido entrenado, probablemente, para situaciones como aquella. Y sin embargo, Cassia sabía que le quedaba muy poco para echarse a llorar.


- Si hay un ataque, piden refuerzos.- contestó a duras penas, después de parpadear con fuerza. Tenía la boca seca y le costaba pronunciar.
- Estupendo. Entonces no me equivoco al imaginar que hay un equipo de rescate en camino, ¿verdad? ¿Tienes modo de comunicarte con ellos?

Con la mano sana sacó un walky-talky y lo dejó en el suelo.

- Me viene de maravilla un escuadrón de esbirros mafiosos que me escolte hasta Kinzoku, pero no tengo muchas ganas de que me disparen. Utiliza eso y avisa a los de la tienda, diles que anulen el ataque.

El japonés la miró con odio, con un odio intenso que la atravesó y le hizo sentir un delicioso cosquilleo recorriéndole el cuerpo de la cabeza a los pies: aquella emoción era bastante más sabrosa que el terror. Se relamió los labios rápidamente, disfrutándolo.

- Hazlo, si no quieres que tus compañeros acaben tan muertos como éstos de aquí. Y para salvar tu propio pellejo: es bastante posible que te acierten en un tiroteo movidito.

Pasados unos segundos en los que el hombre ni siquiera respiró, cogió el walky-talky y dio las órdenes pertinentes al personal de la tienda.

Pocos minutos después, una furgoneta exactamente igual que la que había allí aparcó delante de ellos. La puerta trasera se abrió y cuatro hombres armados bajaron del vehículo, apuntando a Cassia sin la menor vacilación, mientras que del asiento delantero se apeaba un hombre trajeado de negro elegante con corbata carmín y cabello repeinado hacia atrás. Sus ojos rasgados eran de color oscuro y tenía un rostro afilado de expresión imperturbable. Se detuvo a seis pasos de la Nocturna, evaluándola con la mirada sin decir nada.

Cassia apartó por fin la pistola del cuello del japonés herido y dándole una patada desdeñosa, jugueteando con el arma en las manos, miró al recién llegado con una sonrisa.

- Usted tiene un aspecto mucho más diplomático que mis anteriores interlocutores, así que espero que podamos entendernos sin necesidad de que vuelva a mancharme el kimono de sangre. Respondo al nombre de Naita, y resido actualmente en la casa de Chai Koi. He venido aquí para ver a Isagi Mio.

El hombre de traje asintió en silencio antes de observar al único superviviente del ataque. Éste habló tan claramente como pudo.

- Afirmativo. Nos negamos, ella insistió. Intentamos reducirla, pero... está bien a la vista el resultado.
- ¿Lo ha mantenido en vida por algún motivo en particular?- preguntó entonces el japonés de la corbata, dirigiéndose a Cassia.
- No.- respondió ella, encogiéndose de hombros.- Me era más útil vivo que muerto.

Volvió a asentir acompañando el gesto de cabeza de un movimiento de su mano, y el primer hombre armado que había bajado de la furgoneta disparó al japonés herido justo en la frente, matándolo al instante. La Nocturna ensanchó la sonrisa pícaramente.

- Me llamo Aiso, y soy uno de los subordinados de Kinzoku.
- Encantada.

Aiso dio otra señal a sus hombres, quienes inmediatamente recogieron los cadáveres del suelo y los introdujeron en la parte trasera de la furgoneta. El japonés se acercó a Cassia y le estrechó la mano firmemente. Ésta enarcó una ceja; aquel individuo era un ser humano muy perspicaz.

- Veo que es un hombre muy inteligente. Estoy segura de que Kinzoku está más que satisfecho con sus servicios y gestiones.
- No suele quejarse. Pero ceñiéndonos al tema que nos concierne... dice que quiere ver a Isagi Mio. ¿Puedo preguntar por qué?
- Tengo un encargo que hacerle.
- Comprendo. Pero espero que entienda usted, que al estar el señor Mio bajo protección de la familia Kusari, sus encargos deben supervisados por el propio Kinzoku en persona.
- Entonces espero poder entrevistarme con Kinzoku en privado.

Aiso entrecerró imperceptiblemente los ojos y la observó atentamente, de nuevo sin decir una sola palabra. Cassia podía leer sin problemas lo que pasaba por la mente de aquel hombre.

- No tengo intención alguna de hacerle daño a la familia Kusari. No soy partícipe de los asuntos de esta ciudad, pero necesito urgentemente los servicios de Isagi Mio, por cuestiones puramente personales. Podemos hacerlo así, o puedo comenzar un exterminio ahora mismo y abrirme paso hasta Kinzoku dejando un rastro de muertos a mis espaldas. La única diferencia que supone para mí es el nivel de esfuerzo y la limpieza de mi ropa. No querría devolverle esto a mi anfitriona en malas condiciones. En sus manos queda la decisión. 
- Muy bien.- acabó por decir, haciendo un nuevo gesto a sus hombres, que dejaron de apuntarla.- Suba. 

El conductor de la furgoneta ni siquiera le dedicó un vistazo cuando ocupó el asiento del copiloto que Aiso le cedió cortésmente antes de poner el automóvil en marcha y alejarse de allí. Cassia pensó que, al menos vivos e ilesos, los hombres de Kinzoku eran bastante disciplinados. Se preguntó también cómo actuaría Aiso al encontrarse a las puertas de la muerte, con una curiosidad bastante tentadora. 

El vehículo apestaba a sangre, y el aroma metálico le ardía en la lengua y la punta de la nariz, haciéndole la boca agua y dificultándole la actitud comedida que estaba intentando mantener. No era por los Kusari, por esforzarse más o menos o por el kimono de Chai Koi, a quién siempre estaba encantada de poder torturar. De buen gusto se deleitaría asesinando a cada uno de los habitantes de Anakage... pero una masacre llamaría la atención y Satzsa lo tendría más fácil para localizarla. 

lunes, mayo 9

IASADE -72-

La mansedumbre de Chai Koi era pura fachada. La regenta de la Pluma Púrpura apestaba a odio y rencor por cada uno de sus poros, y Cassia era perfectamente capaz de leer en ella como en un libro abierto: cada vez que se encontraban, la japonesa se regocijaba imaginando su muerte de una y mil maneras diferentes, detrás de un pétreo rostro de gélida cortesía. Sin embargo, Chai Koi se mantuvo fiel a su palabra y dispensó a la Nocturna un trato exquisito, tratándola como una invitada de honor y ofreciéndole los más suntuosos vestidos, las más deliciosas comidas y reservándole los clientes por los que expresaba predilección. El terror que le inspiraba era todavía más fuerte que la rabia fruto de la humillación que sufría, pero Cassia sabía que ese predominio no duraría eternamente.

Después de un par de días de descanso y lujos, se puso manos a la obra; Satzsa la encontraría tarde o temprano, y debía conseguir su objetivo antes de que la Diablesa hiciera acto de presencia en Anakage.
Isagi Mio apenas se dejaba ver. Era el protegido de los Kusari, una de las familias fundadoras de Anakage, que lo guardaban con el mismo celo con el que un ladrón guarda su más preciado botín. No trabajaba ni vendía de cara al público, sino que enseñaba a varios aprendices y se ocupaba personal y únicamente de los encargos de los Kusari. Eran otras personas las que, en el taller, comerciaban con los productos hechos a manos de sus alumnos.
Para acceder a él, a Cassia no le quedaba más remedio que asustar a los japoneses con algo de su poder.

La tienda de Mio estaba situada en las afueras de la ciudad: allí se no se vendían espadas decorativas ni para aficionados a la lucha, sino katanas reales fabricadas y diseñadas con el único objetivo de lograr la más letal y efectiva de las muertes, por lo que su existencia no estaba bien contemplada a ojos de la maniatada ley reinante en Anakage. El edificio que la contenía era un bloque de cemento gris sin pintar, con tejado plano y ventanas que eran poco más que agujeros abiertos en las paredes. A la entrada había una furgoneta negra aparcada, y fuera un par de hombres corpulentos hablando en voz baja que quedaron completamente mudos en cuanto Cassia bajó del automóvil con chófer que Chai Koi le había proporcionado, deteniéndose ante ellos.
Uno de ellos era de menor estatura, fuerte, pero pesado y seguramente fácil de reducir. El otro, más fibroso, atlético y alto, quizá le costara un segundo o dos más. Ambos iban armados y llevaban chalecos antibalas bajo la camisa y traje. Su sentido del olfato le dijo que dentro de la furgoneta, un par de hombres más la observaban atentamente.

- Buenos días, caballeros.

Como respuesta, el bajito desenfundó al instante la pistola y le apuntó sin decir palabra. Ella sonrió alegremente.

- Extraña forma de corresponder a un saludo, pero está bien. He venido a hacer negocios, no amistades. Quiero ver a Isagi Mio.
- ¿Con qué derecho te crees para pedir tal cosa?- preguntó su compañero.- ¿Quién eres?
- Ahora me hago llamar Naita en la casa de Chai Koi, y te equivocas mucho al pensar que estoy pidiendo algo. Exijo que me llevéis ante Isagi Mio, tengo asuntos importantes que tratar con él.
- Mucha prepotencia y arrogancia demuestras para ser una puta. No me gustan tus palabras ni tu tono, así que espero que sean fruto de tu estupidez. El maestro Mio no recibe ningún cliente, a excepción de nuestro señor Kinzoku. Olvídate, extranjera, y márchate de aquí antes de que tu ignorancia me haga perder la paciencia.
- Ni soy puta ni estúpida, y empiezo a dudar seriamente si es que vosotros sois sordos o imbéciles integrales.- el alto también le apuntó con su arma.- No me miréis así, yo he comenzado esta conversación con palabras educadas y buenas intenciones, pero... parece ser que sois bastante duros de mollera. No me dejáis otra opción.

Antes de que ninguno de los dos pudiera reaccionar, Cassia sacó una daga que guardaba bajo el obi del kimono al mismo tiempo que  se inclinaba sobre el suelo hasta casi rozar el suelo con el pecho, justo antes de saltar, en un parpadeo, sobre el hombre bajito y de clavársela directamente en el cuello. Se apoderó del arma, y utilizando el cuerpo ya inerte del japonés como escudo, disparó certeramente a los dos hombres que salían en ese momento de la parte trasera de la furgoneta así como al conductor del vehículo. La bala disparada por el alto impactó en el cuerpo de su compañero muerto, haciéndolo caer al suelo como un pesado fardo de paja. La Nocturna recuperó la daga con la mano libre y la lanzó. La afilada hoja de metal atravesó la muñeca del hombre, que con un grito de dolor dejó caer la pistola y quedó de rodillas en el suelo a merced del arma de Cassia.

- Espero que ahora me tomes algo más en serio.- dijo ella, acercándose al japonés y poniéndole la pistola justo debajo de la barbilla.- Quiero ver a Isagi Mio.
- Para ello tendrás que ver a Kinzoku primero.- masculló el humano.
- Bueno... por lo menos es un paso adelante. Pero... ¿crees que es buena idea llevarme con tu jefe?- preguntó, con una sonrisa siniestra.