miércoles, agosto 27

Almas perdidas (2ªparte)

Helena no pudo evitarlo. Se quedó con la boca abierta, mirando al extraño con expresión estúpida. No sabía qué hacer. O era cierto que Mark no lo veía o el que estaba haciendo bromas demasiado graciosas era él. Frunció el entrecejo. El semblante de Mark había pasado de reflejar asombro a cierta consternación. El otro joven sin embargo se rió de forma casi histérica. Helena no podía decir si estaba contento o por el contrario, a punto de echarse a llorar.

- Haz como si yo no estuviera aquí.- dijo por fin el desconocido, recobrando la compostura.

Helena le quitó los ojos de encima para observar a Mark, que en ese momento parecía verdaderamente preocupado. Era evidente que él no veía a su amigo invisible. ¿Qué coño estaba pasando?

- ¿Estás bien, Helena?- inquirió Mark.

Helena intentó una sonrisa convincente.

- ¿A que te lo has creído?- preguntó, riendo.
- Joder, Helena... no me hagas eso nunca más.- murmuró Mark, resoplando, visiblemente aliviado.- Me estabas asustando, creía que estabas viendo personas imaginarias.
- No digas tonterías.- dijo, quitándole importancia al asunto.- No estoy loca.

"O al menos, eso espero", pensó.

- Bueno, ¿qué querías?- inquirió Mark, con aire algo más profesional.

Helena se acercó al mostrador. De soslayo, vio que el desconocido la seguía, avanzando unos pasos. Se colocó a su lado y se inclinó ligeramente hacia delante, para ver mejor. Ella se esforzó en no mirarlo. ¿Cómo era posible que Mark no lo viera? ¡Estaba allí, era real! Sintió deseos de gritar de pura frustración. Apretó los dientes para contenerse. Mark le sonrió cordialmente. Parecía que todavía desconfiaba un poco.

- Se me han roto las gafas.- explicó ella, sacando de su bolso la funda y abriéndola para enseñárselas.
- ¿Se puede saber cómo te las has ingeniado para romperlas?- preguntó él, cogiéndolas y examinándolas con detenimiento.- Son casi irrompibles...
- Bueno, parece que no les ha sentado muy bien la caída libre. Esta mañana se me cayeron al patio interior. Es un cuarto piso.
- Un buen golpe.
- Sí, básicamente. Al parecer, hoy no es mi día de suerte.- y dedicó una fugaz y significativa mirada al desconocido, que le sonrió tímidamente y se encogió de hombros.- ¿Cuándo me las podré llevar?
- Hay que pedir los cristales nuevos... Puede que tarden una semana en estar listas. Tenemos tu número de teléfono, así que te avisaremos cuando puedas llevártelas.
- Genial. En fin, muchas gracias, Mark. Tengo un poco de prisa, así que ya hablaremos más cuando venga a por ellas.
- Claro. Cuídate, Helena.

Ella asintió haciendo caso omiso de la recelosa mirada que le dirigía. Salió de la óptica, inevitablemente seguida por aquel extraño, y nunca mejor dicho. Siguió caminando calle abajo sin dar señales de notar su presencia. La ciudad ya había despertado a su alrededor, bulliciosa y ajetreada. Decenas de hombres y mujeres caminaban, casi corriendo, en todas direcciones, mirando a menudo el reloj con urgencia. El sol seguía sin hacer acto de presencia, escondido detrás de las nubes. El desconocido andaba a su lado, siguiendo su ritmo. Se moría de ganas por hacerle unas cuantas preguntas, pero si las demás personas no lo podían ver daría la sensación de que estaba hablando sola. Y lo único que le faltaba ya es que la detuvieran por trastornos mentales. Cruzó un paso de peatones y recorrió la siguiente avenida, directa a un pequeño parque un poco más abajo. Tenía bancos, árboles y una gran fuente. Algunas madres con sus hijos y un par de parejas paseaban sobre la hierba. No estaba completamente desierto...pero al menos podría disfrutar de cierta intimidad. Se aventuró por el sendero flanqueado de abetos y miró al desconocido directamente a los ojos. Éste le brindó una sonrisa radiante, y aquello sólo hizo que se sintiera más irritada.

- Te veo, sólo yo y nada más que yo.
- Sí.- asintió el joven. Tenía una voz serena y reconfortante.
- ¿Por qué?- siseó, molesta.
- Si te digo la verdad... no tengo la menor idea.

Helena maldijo entre dientes. ¿Estaba soñando, delirando? ¿Su mala suerte se había materializado delante de ella para complicarle la existencia? De repente, sin poder resistirlo, le cogió la mano. No supo muy bien porqué lo hizo, tal vez sólo quería comprobar que era real. Y lo era. Sus dedos no aferraron sólo aire, sino los de aquel joven, que estaban inusualmente fríos. El chico se sobresaltó.

- ¿Por qué?- repitió Helena, soltándolo.
- Te he dicho que no lo sé. ¿Quién sabe? A lo mejor estoy muerto. No puedo ni imaginar qué me ha sucedido. Llevo varios días perdido, dando vueltas, invisible a los ojos de todos... sin comer, dormir, o cualquier otra cosa. Y no tengo ninguna necesidad. Y entonces apareces tú, y te fijas en mí, eres capaz de verme. Qué quieres que te diga, pero estoy encantado de conocerte, Helena.- añadió, con otra sonrisa deslumbrante.

¿Únicos o repetidos?

Mi amigo Ru me pasó el otro día esta foto que hizo en Canadá hace unas semanas. Curioso, ¿eh? Los que me conozcan estarán de acuerdo conmigo; los que no, os explico. Si alguien (cosa que dudo) sigue las actualizaciones de mi blog habrá podido deducir que Nadia es la protagonista de una de mis novelas escritas-y-no-publicadas-ni-con-posibilidades-de-ver-la-luz-
del-mundo-editorial.
Un adjetivo algo largo pero completamente adecuado. Nadia es mi alter ego, por así decirlo. Surgió de mí misma y la hice a mi imagen y semejanza. Al principio la veía como una extensión de mi persona, pero ahora es para mí un ente individual, que ha evolucionado y se ha alejado de mí. Ya no nos parecemos tanto como hace cuatro años, cuando Nadia empezó a dar sus primeros pasos en aquel escenario que yo imaginé para la historia de su vida. No voy a decir que Nadia es para mí algo así como una hija, porque me tacharíais de loca y además no sería correcto. Pero sí que es algo especial. Es uno de esos personajes con los que creces y a los que ves madurar, casi como si estuvieran vivos y como si su existencia no dependiera de ti y de las palabras que les asignas. Le tengo mucho cariño, y por eso me sorprendió la fotografía que mi amigo me mandó. ¡He llegado hasta Canadá y yo sin saberlo! Lo más gracioso de todo es que incluso la letra se parece a la mía...
¿Tendré un doble en algún lugar del mundo? ¿La genética es lo suficientemente infinita como para no repetir a dos seres humanos? ¿O cuasi repetir? En fin, dejo el debate en el aire.

martes, agosto 26

Pause

Me gustaría que el tiempo se detuviera un momento para poder pensar detenidamente. Ya ha pasado el verano, y apenas me he dado cuenta. Quería hacer muchas cosas estos días, al principio con una persona, y ahora con otra. Pero ya no me queda mucho verano, al igual que tampoco me queda tiempo. Por suerte, no puedo decir que no lo he disfrutado. He hecho muchas cosas que hasta entonces no había probado nunca, me he divertido mucho y he estado junto a amigos inigualables.
A ellos les doy las gracias... otra vez.
Pero he estado tan absorta en aprovechar el tiempo que no he sido consciente de lo rápido que transcurría, y ahora me encuentro a tan sólo dos semanas de abandonar mi hogar por nueve meses y sin estar mentalizada de ello. No me parece real. Cada vez está más cerca y sin embargo me sigue pareciendo increíblemente lejano. Creo que no lo asumiré hasta que esté subida en el avión, viendo cómo Granada empequeñece hasta desaparecer bajo mis pies.
Ya ha comenzado la cuenta atrás y me quedan mil cosas por hacer. La lista con las cosas que deberé llevar en la maleta sigue sobre mi mesa, a medio terminar. ¿Qué es imprescindible y qué no? Parece una pregunta fácil, pero en realidad no lo es tanto. Tengo que comprarme ropa de invierno, tengo que elegir los recuerdos con los que vestiré las paredes de mi nueva habitación. Tengo que despedirme de mucha gente y no me veo del todo capaz.

RED - Pieces



Os dejo esta canción del grupo RED, recientemente descubierto por mí y que me encanta. Esta canción no es la que más me gusta, pero la letra tiene mucho sentido para mí, así que os la dejo, tanto en inglés como traducida en español. Espero que os guste.

I'm here again - Aquí estoy de nuevo
A thousand miles away from you - A mil millas lejos de ti
A broken mess, just scattered pieces of who I am - Un caos roto, tan sólo piezas dispersas de quien soy yo.
I tried so hard - Lo intenté duramente
Thought I could do this on my own - Pensé que podría hacer esto por mí mismo
I've lost so much along the way - He perdido mucho a lo largo del camino

Then I'll see your face - Entonces veré tu rostro
I know I'm finally yours - Sé que al final soy tuyo
I find everything I thought I lost before - He encontrado todo lo que antes creía perdido
You call my name - Tú llamas mi nombre
I come to you in pieces - Voy hacia a ti en piezas
So you can make me whole - Para que puedas recomponerme entero

I've come undone - Me he deshecho
But you make sense of who I am - Pero tú das sentido a quien soy yo
Like puzzle pieces in your eye - Como las piezas de un puzzle en tus ojos

Then I'll see your face - Entonces veré tu rostro
I know I'm finally yours - Sé qué al final soy tuyo
I find everything I thought I lost before - He encontrado todo lo que antes creía perdido
You call my name - Tú llamas mi nombre
I come to you in pieces - Voy hacia ti en piezas
So you can make me whole! - ¡Para que puedas recomponerme entero!

I tried so hard! So hard! - ¡Lo intenté duramente! ¡Tan duramente!
I tried so hard! - ¡Lo intenté tan duramente!

Then I'll see your face - Entonces veré tu rostro
I know I'm finally yours - Sé que al final soy tuyo
I find everything I thought I lost before - He encontrado todo lo que antes creía perdido
You call my name - Tú llamas mi nombre
I come to you in pieces - Voy hacia ti en piezas
So you can make me whole - Para que puedas recomponerme entero
So you can make me whole - Para que puedas recomponerme entero

lunes, agosto 25

Almas perdidas (1ª parte)

Aquel parecía ser un lunes como otro cualquiera. Odioso, sí, pero tan odioso como todos los lunes anteriores. El día había amanecido gris, y tras el denso cúmulo algodonoso, el sol coronaba las nubes con orlas plateadas. La brisa era fría y cortante, el viento zarandeaba con fiereza las copas de los árboles. En el canal del tiempo habían advertido que existía una alta probabilidad de que nevara aquel día. Helena salió de su apartamento armada con anorak, botas, guantes y bufanda, tras la que había escondido barbilla, boca y nariz. Su ánimo estaba tan sombrío como el cielo. Saludó con un gruñido al portero del edificio, que le dio los buenos días levantando la mirada del periódico, acompañado de su habitual taza de café. Salió a la calle mientras guardaba el paraguas en el bolso. Una bofetada de aire gélido la golpeó sin piedad, obligándola a casi ocultar los ojos detrás de la bufanda de lana. Hundió las manos en los bolsillos de su abrigo y echó a andar, con aire taciturno, calle abajo.

Su pésimo humor tenía una perfecta justificación. Debido a una desafortunada acumulación de pequeños accidentes y a un inesperado aumento de su nivel de mala suerte, Helena se hallaba sobrepasada por las circunstancias. Su profesor de Egiptología se había puesto enfermo y ella había tenido que aplazar el trabajo y la exposición que llevaba meses preparando, su hermano había celebrado una fiesta por todo lo alto en el piso aquel fin de semana y ella, al llegar, lo había encontrado patas arriba. El otro chico con el que vivía se había cargado su ordenador portátil y ahora tenía que pagar la reparación. Aparte de todo eso, le había sido imposible pegar ojo esa noche y las gafas se le habían caído, mientras se preparaba el desayuno, por la ventana que daba al patio interior del edificio. Y teniendo en cuenta su mala racha, era demasiado pedir que hubieran sobrevivido. Así pues, en aquel momento se dirigía a la óptica para pedir unos cristales nuevos, y después de eso se encaminaría a la tienda de informática para dejar el ordenador.

La óptica se encontraba en la parte baja de un bloque de apartamentos de ladrillo marrón. El establecimiento era muy amplio y tres de sus cuatro paredes eran de cristal. Helena llevaba varios años acudiendo a la misma óptica, por lo que ya la conocían. Suspiró con alivio al comprobar que no había mucha gente, sólo una señora mayor a la que atendían en ese momento y un joven uno o dos años mayor que ella, que aguardaba de pie. Tal vez la suerte empezara a sonreírle de nuevo. Entró y se aflojó la bufanda alrededor del cuello. Dentro del local la calefacción estaba encendida y el abrigo empezaba a sobrarle. Se lo desabrochó y se dispuso a esperar su turno.

Mientras aguardaba dedicó un fugaz escrutinio al chico que iba antes que ella. Era moreno, y su cara era de rasgos duros pero armónicos. La línea de la mandíbula, bastante marcada, le daba un curioso atractivo. Sin embargo, parecía nervioso. Estaba muy pálido, y se miraba las manos, que le temblaban de forma casi imperceptible. Helena seguía mirándolo con disimulo cuando la anciana a la que estaban atendiendo se despidió educadamente y se giró para marcharse. El óptico que estaba tras el mostrador, un hombre joven con la nariz afilada y ojos brillantes, esbozó una sonrisa familiar al reconocer a Helena. Le hizo un gesto para que se acercara al mismo tiempo que decía:

- Vaya, ¡Helena! Hace mucho que no pasabas por aquí... ¿Qué tal...?
- Perdona, Mark, pero... creo que este chico estaba aquí antes que yo, ¿no?

Tanto Mark como el joven en cuestión miraron a Helena, perplejos. La diferencia radicaba en que Mark la observaba confuso y aquel desconocido, entre atónito y aliviado. Mark rió, como si hubiera contado un chiste muy gracioso.

- Muy buena la broma, Helena. ¿A quién te refieres, al hombre invisible?
- No, a...
- ¿Puedes verme?- preguntó entonces el extraño, mirándola con los ojos como platos.

sábado, agosto 23

Dos velas para el diablo

Mi próximo fichaje es este libro de Laura Gallego, Dos velas para el Diablo.
Anteayer y ayer estuve en Sevilla, y visitando el Fnac, en la planta de Librería, vi este ejemplar. Lo cogí y lo empecé a leer porque me llamó la atención el diseño de la portada y porque vi que era de Laura Gallego, escritora que me gusta mucho y de la que me he leído la trilogía de Memorias de Idhún y La Emperatriz de los Etéreos. Me leí la contraportada y sin dudarlo un instante empecé el primer capítulo. Me encantó y fue difícil separarme de la novela. Incluso me senté en el suelo, junto a mi amiga, a leer. Pero nos levantamos de allí antes de que nos llamaran la atención y tuve que abandonarlo de nuevo sobre la mesa. Costaba 16'10, pero no podía gastarme el dinero que tenía encima y que debería de emplear más tarde en comer y pagar la gasolina para el viaje de vuelta.
Mi objetivo es conseguirlo cuanto antes y cómo sea. Os dejo el resumen de la contraportada.

"Hoy día, ya nadie cree en los ángeles. Sin embargo, hay gente que sí cree en los demonios. Pero los ángeles existen y han existido siempre.
¿Que cómo lo sé? Porque mi padre era uno de ellos. El problema es que, cuando los ángeles te dan la espalda, ¿en quién puedes confiar?" Una batalla mucho más antigua que el ser humano parece tener, al fin, un claro vencedor. Pero en los albores del siglo XXI, Cat, la hija de un ángel, está dispuesta a desafiar a los mismos demonios con tal de vengar el asesinato de su padre.

miércoles, agosto 20

Número 13 (5ª parte)


- Oh, venga, venga, ¿a qué viene esa cara tan seria?- preguntó el Jugador, mostrándole una sonrisa escalofriante.- Tranquilízate. Tan sólo vamos a jugar a un jueguecito de azar. ¿Te gustan los juegos de azar, Umine?

Umine quiso responderle, pero era incapaz de hablar. Tenía la boca seca y sentía las náuseas trepar desde su estómago hasta la garganta. Lo único que pudo hacer fue sacudir la cabeza en un gesto negativo.

- ¿No?- dijo el Jugador, con tono decepcionado.- ¿Por qué no? Son muy entretenidos. Y útiles. Te explicaré las reglas de este juego, Umine. Escúchame atentamente, porque sólo las diré una vez.

El Jugador extendió una de sus manos de largos dedos y piel gris y la puso sobre la mesa. Cogió los dados negros y los hizo pasar de un dedo a otro con habilidad, acariciándolos casi con ternura. Umine no podía dejar de temblar. Se encontraba mal, muy mal. No quería estar allí. Quería marcharse a su casa y esconderse bajo las sábanas de su cama, y no salir de allí al menos durante una semana. Estaba aterrorizada. El Jugador le inspiraba pánico, aquella gruta en el interior de un árbol podrido le daba asco. Y sobre ella pesaba la certeza de que no iba a conseguir escapar, que jamás volvería a ver la luz del sol.

- Las normas son muy sencillas, el juego consiste en lo siguiente. Cada uno de nosotros hará una sola tirada. Sólo una. Si tu tirada es mayor que la mía, puedes marcharte. Si no... ¡adivina, adivinanza! ¿No es emocionante?- preguntó sonriendo con entusiasmo.- Tú tirarás antes que yo. Puedes utilizar un solo dado o todos, pero ten en cuenta que yo también puedo elegir. Empieza cuando quieras, Umine.

Umine intentó expulsar el aire que sus pulmones llevaban un minuto guardando, provocándole un ardor en el pecho. Pero apenas lo logró, y el suspiro sonó como un ligero sollozo. Si hubiera tenido sangre suficiente en el rostro, se habría ruborizado con rabia, pero estaba mortalmente pálida. Asintió imperceptiblemente y extendió su mano hacia los dados. Le dio la impresión de que no era su propio brazo el que estaba moviendo. No sentía nada, y le pesaba como si fuera de hierro. Le costó un enorme esfuerzo llevarlo hasta la mesa. Agarró dos dados, los guardó en el puño de su mano y los apretó con fuerza excesiva. Los nudillos se le quedaron blancos. No se atrevió a levantar la mirada para observar al Jugador, pero sabía que éste sonreía y sentía su aliento fétido y gélido sobre sus dedos. Tras lo que le pareció una eternidad, agitó la mano y la abrió, dejando caer los dados. Dejó de respirar mientras, a cámara lenta, veía los dados negros rebotar sobre la mesa de madera, girar, girar, girar... y detenerse. Tuvo la casi irresistible tentación de cerrar los ojos, pero consiguió mantenerlos abiertos. Muerta de miedo, se inclinó ligeramente para ver el resultado de la tirada.

Dos caras de seis.

Suspiró, más aliviada de lo que se había sentido nunca antes en su vida. Había sacado un doce. Se le escapó una pequeña sonrisa involuntaria. Era probable que el Jugador igualase su tirada, pero era imposible que la superase. Se permitió respirar de nuevo.

- Vaya, vaya... Buena tirada, Umine.- dijo el Jugador, con admiración.- La mejor en lo que llevo de mañana. ¡Pero...! Ahora me toca a mí.- y sonrió como un lobo hambriento, poniéndole los pelos de punta.

El Jugador recogió los dados y los escondió entre sus dos manos. Las movió lentamente, con los ojos cerrados. Sus labios, finos y resquebrajados, se movían rápidamente, como susurrando algo que Umine era incapaz de escuchar. Alzó los brazos, abrió las manos y los dados cayeron y repiquetearon sobre la madera mientras daban vueltas hasta quedarse quietos. Umine volvió a inclinarse sobre la mesa para ver el resultado. Sus ojos se abrieron con terror.

Dos caras de seis... y una cara de uno. Tres dados.

- Trece.- murmuró el Jugador.- Creo que has perdido, Umine.
- Pero... pero... había dos dados... ¿Cómo...?- balbuceó la muchacha.
- ¿Dos dados?- repitió él con suavidad.- No, Umine, había tres dados. Posiblemente no has visto el tercero de ellos porque son de color negro y está muy oscuro aquí dentro. En ningún momento he dicho que hubiera dos dados, estoy completamente seguro de ello.

¿No lo había dicho? ¿Se lo había imaginado, o lo había dado por sentado? ¿Cómo era posible que no hubiera visto el tercer dado? ¿O la estaba engañando? El miedo la invadía, no podía respirar. A su alrededor, todo se desdibujó. Oyó que el Jugador se reía, creyó verlo incorporarse, y por un segundo, desaparecer. Luego escuchó gritos, a lo lejos. Gritos, chillidos de felicidad. Sus compañeros se alegraban de su desgracia, celebraban que ella había perdido y que gracias a eso, ellos podían regresar a sus casas, sanos y salvos, con sus familias. Se alejaban corriendo de aquel bosque maldito, abandonándola. Pero, ¿no habría hecho ella lo mismo de encontrarse en su lugar? ¿Aquello la convertía en un monstruo, o era una monstruosidad completamente justificada?

- Ven, Umine.

Sin sentirse dueña de sus propios actos, se levantó y obedeció a la voz que la llamaba, mientras en su mente su conciencia se retorcía y gritaba pidiéndole que corriera, que huyera. Abandonó aquel hediondo agujero oscuro y salió al bosque. El Jugador la estaba esperando fuera, y por una vez, había dejado de sonreír. ¿La mataría en aquel instante? ¿La torturaría hasta hacerla expirar por última vez? ¿La obligaría a servirle por toda la eternidad? ¿La convertiría en un ser repulsivo, igual que lo era él? No sabía cual de todas aquellas opciones le parecía la peor. ¿Se apiadaría de ella? ¿La dejaría escapar? ¿Sería capaz de sentir compasión, si le suplicaba? ¿Y si era ella quién le atacaba, lo mataba y luego volvía a casa? ¿Sería capaz de vencer a alguien como aquel...?

- Márchate de aquí, corre y huye.
- ¿Qué?
- ¡Que te vayas!- gritó.

Pero Umine no se movió del sitio. Estaba confusa, perpleja. No comprendía nada. El Jugador se acercó a ella rápidamente, en dos grandes zancadas. La aferró por la barbilla con sus dedos fríos. Ella no opuso resistencia.

- Si no te marchas de aquí ahora mismo, te mataré. Te torturaré hasta que mueras, después te descuartizaré y me alimentaré de tus restos durante semanas, hasta que no quede nada de ti. Te han abandonado. Tus amigos te han dejado aquí, sabiendo que ibas a perecer en este lugar, para salvar su propio pellejo. Nadie te tiene aprecio, Umine. ¿Crees que tus tíos llorarán tu muerte, que te echarán de menos? ¡No! Tú eres la responsable de la muerte de tus padres. Tu tía te odia por ello, ¿y sabes que es lo más triste? Que tú eres perfectamente consciente de ello. ¡VETE DE AQUÍ!

Con lágrimas en los ojos, Umine se desasió de la mano del Jugador y echó a correr. Pasó el árbol muerto, dejó atrás el tétrico claro, y se perdió entre los árboles del bosque. El silencio pronto ahogó sus sollozos y lamentos, el ruido de sus pasos, y desapareció por completo.


Al día siguiente, el pueblo donde Umine había nacido y crecido, quedó arrasado por un terremoto. Parte de la montaña a las faldas de la cual estaba edificado, se derrumbó sobre la aldea. No quedó un sólo superviviente en el lugar, pero en los pueblos y ciudades vecinas, empezó a escucharse un rumor. Una chica se había jugado el destino del pueblo en una apuesta contra el diablo, y debido a su mala suerte, el demonio la había engañado y le había ganado sacando un número trece con dos únicos dados.

martes, agosto 19

Autorretrato


Es muy viejo el dicho de que si una mujer quiere triunfar en la vida, debe ser joven y guapa. Soy joven, y me consideran guapa, pero lo que más valoro de mí misma es mi inteligencia y mi carácter.
Voy a intentar dibujar, con palabras, un autorretrato de mí misma, pero no aseguro lograrlo con éxito. Es difícil juzgarse uno mismo con total objetividad (si es que existe la completa objetividad), y describirse sin parecer modesto u orgulloso, pero lo haré a riesgo de pecar de alguna de las dos cosas.
Nunca me ha molestado que infravaloren mi aspecto físico, tal vez porque durante la mayor parte de mi vida, mi moral ha estado congelada a bajo cero y yo misma pensaba que quizá tuvieran razón. Pero siempre me he tomado muy a pecho las ofensas en contra de mi capacidad mental y mi personalidad.
Me considero una persona justa. Me gusta encontrar y mantener el equilibrio en cualquier tipo de relación, defiendo la igualdad de condiciones. No me considero una inconformista, soy bastante fácil de hacer feliz y no tengo aspiraciones ambiciosas, aparte de la de poder llegar algún día a ser escritora. Un plan entretenido junto a las personas que quiero me es suficiente. Disfruto de las cosas pequeñas de la vida: caminar por la calle, sola, mirando al cielo y observando a la gente de mi alrededor, mientras en mi mp3 suena una de mis canciones favoritas, es algo que no me quita la sonrisa de la cara; leer un buen libro, sentarme a la orilla del mar y dejar extraviada la mirada en el resplandor del sol sobre las olas, identificar el olor de las estaciones del año conforme se aproxima el cambio, pisar las hojas caídas de los árboles y hacerlas crujir bajo mis pies, ver cómo cambian los colores del cielo a través de mi ventana durante la puesta de sol y hasta que anochece, ver pasar una estrella fugaz, el olor de la lluvia y escribir durante los días nublados...
Mi humor es irónico y sarcástico, soy de fácil palabra escribiendo pero no tanto cuando hablo. Generalmente me toman por una persona seria y responsable, y aunque es cierto, tengo mis arrebatos de locura. No soy demasiado efusiva, pero sí demuestro mi cariño a las personas que realmente me importan. Suelo pensar casi todas las cosas antes de hacerlas, y preferiría no tomarme algunos asuntos tan en serio y limitarme a improvisar. Soy tolerante y de fácil convivencia, me gusta hacer las cosas por mí misma y sentirme la única dueña del curso de mi vida. Me cuesta perdonar a quienes me han hecho mucho daño, y quizá sea un poco rencorosa. Tengo muy buena memoria y tengo en cuenta mi pasado, aunque cada vez menos. Últimamente me da la sensación de que los recuerdos del día anterior se emborronan con demasiada facilidad, y no me gusta.
No me considero alguien cobarde, pero tampoco sé hasta donde podría llegar mi valentía. Soporto bien la presión y nunca me estreso, tal vez me tome ciertas cosas con demasiada calma. Tengo tres miedos que sobresalen por encima de los demás: una fobia a los insectos, miedo a las aluras y al dolor físico, que a pesar de todo tolero bien. Me encanta la naturaleza, y me gustaría poder hacer algo más para defenderla. En algún lugar no muy escondido de mi misma, tengo un espíritu ecologista. Igualmente adoro a los animales, sobre todo a los felinos, que son mi debilidad.
Y... creo que por hoy es suficiente. Podría seguir hablando de mí durante mucho más, después de todo, tengo ya casi veinte años de vida, todos ellos llenos de sucesos que pueden contarse, pero que os aburrirían hasta no poder más.

domingo, agosto 17

Número 13 (4ª parte)

Los segundos se sucedían con infinita y cruel lentitud. Una vez que Algeo entró en el árbol hueco, el semicírculo que los chicos y chicas habían formado por orden del Jugador, se había roto. Algunos de ellos deambulaban cerca del árbol, con la mirada perdida y un leve temblor en manos y piernas. Otros se habían buscado un lugar desde el que aguardar; una roca, un pequeño hoyo en la tierra o el saliente de una de las grandes raíces del árbol. Umine, en cambio, no se había movido del sitio. No se sentía con fuerzas para levantarse; era bastante probable que las piernas le fallaran y cayera al suelo. Se abrazó las rodillas con los brazos y enterró la cabeza entre ellos. Intentó controlarse, concentrándose en su respiración. Pero incluso eso le parecía difícil. Tenía frío, y sentía una garra gélida apretándole el corazón, helándole la sangre.

Algeo salió del hueco de árbol tras unos largos minutos. Sonreía, visiblemente aliviado, y había recobrado el color en las mejillas. Parecía apunto de echarse a reír. Observó a sus compañeros sin atisbo de compasión o tristeza, y se marchó corriendo de allí, tan rápido como le permitían sus piernas. Umine lo vio alejarse con un amargo regusto a decepción, que enseguida la hizo sentir culpable. Desde la oscuridad reinante en el interior de la morada del Jugador, se oyó un nombre. Una chica se acercó, retorciéndose las manos, nerviosa, para desaparecer en la negrura. Y así fue transcurriendo el tiempo, mientras el Jugador llamaba uno tras otro a sus compañeros. Llegado un punto, Umine no pudo controlar su pánico, y notó cómo éste se extendía por su cuerpo como un veneno. Cada vez que uno de los demás chicos y chicas salía indemne de la cueva del árbol, ella maldecía entre dientes. Cada vez que uno de ellos salía libre, la posibilidad de que le tocara a ella era mayor. Deseó que sus compañeros tuvieran peor suerte, y ese pensamiento hizo que se avergonzara de sí misma.

Un chico salió del árbol, riendo nerviosamente. Y como todos los demás antes que él, se marchó corriendo a toda velocidad. El Jugador entonces pronunció su nombre. Umine lo escuchó como un eco lejano, procedente de algún lugar recóndito de su propia conciencia. Se puso en pie sin apenas ser consciente de sus propios actos, y se aproximó a la negra herida del árbol fantasmagórico. El interior exhalaba un olor a putrefacción y la oscuridad era absoluta. Umine se aventuró en sus garras, aguantando la respiración. Avanzó unos pasos, con miedo. No veía nada, ni escuchaba nada. El hedor la mareaba. Sus manos, extendidas hacia delante, se encontraron con algo. Unos dedos fríos y largos rodearon sus muñecas y tiraron de ella, con suavidad. Umine reprimió el deseo de desasirse de aquel contacto, de gritar y salir huyendo. Se obligó a sí misma a continuar, y al llegar a la luz, las manos la soltaron.

Se encontró entre las paredes carcomidas y arrugadas del árbol muerto. Había una mesa sobre la que parpadeaba la débil luz de una lámpara de aceite, al otro lado de la cual estaba el Jugador. Tenía las manos cruzadas bajo la barbilla, los ojos negros sin brillo clavados en ella. Sonreía ávidamente y respiraba de forma agitada. Estaba excitado. Umine sintió un espasmo de repulsión. Se detuvo, azorada, en el margen del círculo de luz. El Jugador le hizo un gesto para que tomara asiento. Ella obedeció, acobardada. El Jugador puso una mano sobre la mesa y dejó algo encima. Eran dos dados de piedra negra.

- Que empiece el juego.- murmuró.

El Palacio de la Medianoche


Ahora me estoy leyendo este libro, lo empecé anoche.
A mi padre le ha dado por comprar todo libro de Carlos Ruiz Zafón que se le ponga por delante, y yo me aprovecho de ello. Creo que ya dije, al comentar El Juego del Ángel, lo mucho que me gusta este autor. Me maravilla la forma en que combina a un mismo tiempo lo real con lo sobrenatural, sin delimitar las fronteras de ninguno de los dos campos, fundiéndolos y confudiéndolos a la vez.
Este libro en cuestión es más bien corto, sólo tiene trescientas cuarenta páginas, pero seguro que será intenso. La sinopsis es la siguiente:

"Calcuta, 1932: El corazón de las tinieblas. Un tren en llamas atraviesa la ciudad. Un espectro de fuego siembra el terror en las sombras de la noche. Pero eso no es más que el principio. En la víspera de cumplir los dieciséis años, Ben, Sheere y sus amigos deberán enfrentarse al más terrible y mortífero enigma de la historia de la ciudad de los palacios."

miércoles, agosto 13

Estrellas fugaces

Era complicado encontrar un claro en el Bosque Tras Las Montañas, pero afortunadamente, Mielle conocía el hogar de las dríades a la perfección. Los condujo a través de los gigantescos árboles, que se sucedían uno tras otro, con paso resuelto. Nadia miraba el denso follaje con impaciencia. Las hojas que techaban el bosque no parecían acabar nunca, y estaban tan estrechamente entrelazadas que era imposible entrever un retazo de cielo a través de ellas. Aldren le apretó suavemente la mano entre la suya y le dedicó una sonrisa. Pero Nadia se limitó a fruncir el entrecejo y a volverse hacia Mielle, con la boca abierta, lista para preguntar.

- No, Nadia, no queda mucho.- respondió ella, antes de que la muchacha preguntara.- Por favor, ten un poco de paciencia.
- Vale, vale.- repuso ella a regañadientes.

Continuaron caminando. Nadia tenía el impulso de correr, pero sabía que Mielle se enfadaría si lo hacía, por lo que tuvo que poner gran empeño en poner un pie delante del otro con lentitud. Detrás de ellos se escuchaban cuchicheos. Las dríades estaban despiertas y seguramente, algunas de ellas los seguían, curiosas. También Iluna, Eneise, Garue y Kinro debían de pisarles los talones. Los cuatro ninpou también querían ver la lluvia de estrellas.

Mielle levantó su brazo derecho y señaló un punto delante de ellos. Nadia entrecerró los ojos, buscando. Y vio que conforme avanzaban, la luz se iba haciendo más intensa. Las copas de los árboles estaban más dispersas y separadas entre sí, y pronto los troncos desaparecieron, dejando lugar a un amplio claro de hierba verde y húmeda, bañado por la débil luz de la luna menguante y el resplandor titilante de las miles de estrellas que punteaban el cielo aterciopelado.

- ¿Contenta?- le preguntó Mielle, alzando las cejas.
- Sí.- afirmó Nadia, asintiendo con entusiasmo.- Mucho.

Aldren se sentó en el suelo y tiró de la mano de Nadia. Ella se tumbó a su lado, y al instante Mielle los imitó, ocupando un lugar a la izquierda de la muchacha. Nadia extendió su mano libre y Mielle la aferró, sonriéndole. Suspiró de pura felicidad. Aquello era increíble. La hierba era espesa y mullida, el aire olía de forma deliciosa, a lluvia que se aproximaba. Sobre su cabeza, el cielo y las estrellas eran infinitos. Había tantas que no sabía donde mirar. El cielo de Nerume era lo más hermoso que había visto en su vida, nada comparado con el de su propio mundo, donde más de la mitad de las estrellas no eran visibles debido a la contaminación lumínica. Allí no había nada que impidiera a las estrellas brillar con toda su fuerza. Y a cada minuto, o menos, una estela incandescente cruzaba el firmamento. Nadia gritaba con emoción contenida, señalando a un sitio y a otro.

- Joder, esto es genial. Es la hostia.
- ¡Nadia!- exclamó Mielle, escandalizada por sus palabras.
- Coño, pero es que míralo, Mielle. Es...
- Es increíble. Maravilloso. Fascinante. Magnífico.- la ayudó Aldren, solícito.
- Apoteósico.- rió Nadia.

Ellos rieron también. Aldren se inclinó ligeramente sobre ella y le dio un suave beso en los labios, que Nadia le correspondió. Mielle carraspeó con toda intención.

- Si veis que molesto... me voy, ¿eh? Édrala está allí cerca. Puedo ir a hacerle compañía...
- No digas gilipolleces, Mielle.- repuso Nadia, dándole un abrazo.
- Tonterías, Nadia. En todo caso, estaría diciendo tonterías.- la corrigió ella.
- Lo que tú quieras, pero quédate.
- ¡Eh!- exclamó Aldren.- ¡He visto una enorme, allí!
- ¡Mierda, me la he perdido!- protestó Nadia.

Detrás de ella escuchó una risita. Se giró un momento y quedó un tanto sorprendida. En las ramas más altas de los árboles circundantes, las dríades observaban el cielo casi con reverencia. Había muchas, y todas tenían en sus hermosos y pícaros semblantes la misma expresión de adoración. También divisó a los ninpou. Eneise estaba refugiada en los brazos de Kinro e Iluna y Garue estaban muy cerca el uno del otro, con sus manos casi rozándose. También vio a Arsil y Alariem, sumidos en el silencio y sin apartar los ojos de la bóveda celeste. Aquella noche, las estrellas fugaces tenían mucho público.

domingo, agosto 10

Lluvia de Estrellas


Estaré fuera unos días, vuelvo el martes, y estaré incomunicada y por tanto, sin ordenador. Ya sé que sois pocos los que pasáis por aquí y menos los que me comentáis, pero no importa, yo informo igualmente.
Estaré en la playa, en Torrenueva, en el piso de una amiga y con unos amigos más. Veré desde allí las Perséidas, la lluvia de estrellas, que tendrá lugar la madrugada del martes. Espero ver muchas estrellas fugaces, ya os contaré luego.
¡Pues eso es todo!

miércoles, agosto 6

Número 13 (3ª parte)

El Jugador les ordenó sentarse en el suelo, a su alrededor, creando un semicírculo en torno a él. La sonrisa escalofriante no abandonó sus labios en ningún momento. Sus ojos sin brillo los contemplaban con cierta ansia feroz, como un animal al acecho. Los dedos de sus manos se crispaban de forma imperceptible. Umine arrugó la nariz al sentarse, entre dos chicos a los que tan sólo conocía de vista, a la izquierda del Jugador. De su figura emanaba un hedor nauseabundo, un aroma a putrefacción. Hizo un gran esfuerzo por contener una arcada. El Jugador clavó sus ojos en ella y ensanchó aún más, si eso era posible, su sonrisa despiadada. Umine miró al suelo y dejó de respirar por unos segundos. Oyó cómo el resto de los niños tomaban asiento sobre la hierba marchita y después, la voz de la tenebrosa figura. El Jugador arrastraba las palabras y hablaba lentamente, con un tono leve y ronco, como un suspiro jadeante.

- Bienvenidos, niños, a mi humilde morada.-dijo. Hubo una pausa, y rió quedamente.- Por favor, chicos, miradme. No os voy a comer.


Umine, al igual los demás, alzó la mirada a regañadientes. El Jugador les sonrió con algo que debía intentar ser ánimo.

- Así está mejor, mucho mejor. No os quiero retener aquí más tiempo del necesario, supongo que estaréis ansiosos por regresar a vuestras casas con vuestras familias... y lo haréis, no tengáis miedo. Lo haréis, todos menos uno de vosotros.- puntualizó con dulzura.- Os explicaré las reglas del juego. Pasaréis, uno por uno, al interior de mi hogar.- señaló el árbol hueco con uno de sus largos dedos.- Y cada uno de vosotros me retará a una partida de dados. No será una partida normal y corriente, por supuesto... una vez que os sentéis frente a mí, os revelaré las normas. Mientras venís a verme, los demás esperaréis aquí fuera. Creo que sobra decir que será mejor que no os alejéis... ¿Quién será el primero?

Nadie dijo nada. De repente, ya nadie sonreía. Un chico, sentado en el extremo opuesto del semicírculo, se levantó vacilante. Umine lo conocía; era el mayor de todos cuantos estaban allí. Se aproximó temeroso al Jugador y le tendió un rollo de pergamino, extendiendo su brazo al máximo con tal de no acercarse demasiado a la pálida y aterradora silueta. El Jugador lo cogió y lo desenrolló mientras lo leía. Sus labios volvieron a estirarse en una sonrisa.

- Qué amables.- comentó, casi para sí mismo.- Creo que esto deja de lado el sorteo. En mi opinión, dicho sorteo es mucho más entretenido, pero con una lista podremos hacer las cosas de forma más eficaz. Bien... el primero será entonces... ¿Algeo?

Algeo, un chico delgado y muy alto, de cabello rubio, se levantó de su sitio. Estaba blanco como el papel y temblaba notablemente. El Jugador lo observó con malicia y sin decir nada, le hizo un gesto para que le siguiera a las tenebrosas profundidades del árbol hueco. Umine se compadeció de él. El joven se dio la vuelta y dedicó una mirada desesperada a sus compañeros. Tragó saliva y con los ojos desorbitados por el miedo, se perdió en la penumbra, que hambrienta, se lo tragó en cuanto el muchacho dio el primer paso.

Rescate en el tiempo

Os dejo la reseña del libro que me estoy leyendo ahora.

El título es "Rescate en el tiempo [1999-1357]" y el del autor Michael Crichton. La sinopsis de la novela es la siguiente:

"Un día después de que el profesor Johnston abandonara la excavación de las ruinas francesas, el equipo de jóvenes expertos universitarios se alegró por el descubrimiento de un legajo de pergaminos en una cámara que había permanecido sellada por siglos. Poco más tarde, entre medio de manuscritos en latín y francés antiguo, la grafóloga daría con algo aún más sorprendente. Un desesperado mensaje en inglés moderno: <<>>. La tinta tenía seis siglos. La letra era la del profesor Johnston."

Llevo leídos unos seis capítulos o así, y pinta muy interesante. Lo cierto es que ya sé cómo acaba, puesto que hay una película basada en el libro, "Timeline", que he visto un par de veces. La película me gustó mucho, y como los libros siempre son mejores, supongo que la novela me encantará.